martes, 24 de junio de 2014

Gaviota

Abandona el nido.
La gaviota.
Desde el acantilado.
Sobrevuela el mar.
Pesca y regresa.
 
Luego otra vez.
Un día y otro.
Mira el horizonte.
Quiere llegar a él.
Vuela durante horas.
Y regresa.
 
El horizonte está lejos.
Por mucho que lo intente.
El mar es inmenso.
Sobrevuela la gaviota.
El mar calmado.
 
La gaviota sabe.
Que nunca llegará.
Sobrevuela las olas.
Pesca y regresa.
 
Mañana saldrá.
Rumbo al horizonte.
Y no regresará.


domingo, 22 de junio de 2014

Paolo

Erase una vez. Un día adecuado y correcto para empezar unas vacaciones. Con la misma valentía que una barca encara el mar en la bocana del puerto. Proa firme y velas hinchadas.
Entra dentro de la normalidad que en unas vacaciones conozcas a alguien. Ese alguien, este año, se llama Paolo y es italiano. Tiene cara rústica. Hace años, me cuenta, se le ocurrió enviudar. Heredó casa, posición, dinero y pena. Mucha pena. Todos los días le pelea un puesto digno a la vida. Ronda los sesenta y pico y se mantiene bien. A parte de su cara rústica. Mantiene un duelo patológico de un enamoramiento truncado a destiempo. Culto. Hablador de varios idiomas. Pensador en todos ellos. También sabe escuchar y callar en todos ellos.
Fuimos esbozando un afecto que se convirtió en amistad. Como quien se asoma a un precipicio para asombrarse del resto del mundo y termina por gustarle. Habla de su mujer y piensa que fue un error que se marchara tan pronto de este mundo. Una injusticia. La echa de menos. Se ha refugiado en la rutina de la vida. Como lo hacen los que llevan hábito de clausura. Su vida es una foto incompleta con imágenes tomadas un día de niebla.

Erase una vez. Unas vacaciones adecuadas con un amigo italiano llamado Paolo. Que enviudó prematuramente. Seguramente porque tiene una cara rústica. Viene de un lugar precioso pero donde el sol no se deja ver. Sólo un par de días al año. Cree en la magia del mediterráneo porque la huele y la respira. Se estira en la playa y se deja acariciar por sus olas. Del sol no se fía. Por eso también lleva sombrero.
Desde la tumbona y entre habladurías miramos el mar. Hoy está hecho de pinceladas de colores y de luces. Pocas sombras. Con contornos de humedad y bochorno. Está hecho de olas mansas. Es ese mar de verano al que no le adivinas la edad porque se le ve jovial. Llega pausado. Está un rato mojando la arena. Se aleja pausado. Pura magia. Sabes que pasa Paolo, le digo, que la mañana nos enseña el camino de la tarde. La tarde nos enseña el camino del anochecer. Y la noche nos transporta al día siguiente sin darnos cuenta porque dormimos. O mientras vives la noche, me responde. Que esta es otra. Empezamos hablando de un tema y pasamos a otro. Sin darnos cuenta. Sin motivo aparente. Cambiamos los temas sin aparentar.
Cuando se ríe, Paolo, no se esfuerza. No deja que el sol le de en la cara. El sombrero se encarga. Y el día va a lo suyo. Sin perder ni un minuto. Eso dicen. Pero a mi me da que pasa más rápido de lo normal. Imaginaciones mías seguramente. El calor aprieta y pide agua sin gas. Para mi una cerveza. Sabes que te digo Paolo, que no me extraña que tengas piedras en los riñones. Tanta agua no puede ser bueno. Y se ríe. Él habla italiano y yo le hablo en castellano. Pues como si nos conociéramos de toda la vida.

Siempre he dado muestras de ser bastante liberal. No suelo meterme con lo que hacen los demás. La libertad es algo sagrado para quienes en algún momento de nuestra vida no la tuvimos. Pero vamos a ver. Son las nueve de la mañana. Desayunamos café con leche y unas pastas. Un poco de zumo natural y conversación. Unos turistas de la mesa de al lado han pedido una paella de marisco. Lo siento pero eso no se hace. No nos dejan oler el café ni el pan tostado de la mañana. Tendrán dinero pero no tienen paladar ni buen gusto. Paolo, al turista de al lado, lo llama "picha breve". Hay una relación directa entre lo que le falta de cerebro y el atributo varonil. Vale. Pero yo no digo nada.
Me describe el mar. Es tan así. Tan él. Va tan a lo suyo. Tan a su estilo que da envidia. Ese es Paolo con su inteligencia y sus sentimientos de verano. Que enviudó a destiempo por tener una cara rústica. Cada día es distinto porque se deja llevar por el color del mar y la forma de las olas. Sus sentimientos se mueven con la brisa marina. Nos contamos cosas de nuestras vidas que incluso a veces nos sorprenden.  No quiere eludir las responsabilidades y los deberes que la vida le pone Ha conseguido memorizar sus huellas. De vez en cuando las recuerda. Por la noche las olas rumorean cosas. Algo habrá de verdad en lo que dicen. Nosotros las entendemos, yo en español y Paolo en italiano. Salud. 
 

jueves, 12 de junio de 2014

Espacio

Está tu sombra. Estás tú.
Espacio. Muro de palabras.
Tiempo de vivir.
Con el aire que viene del mar.
 
Con el mar que habla.
Porque escucha.
Murmullos de vida.
Y de muerte.
Luz de penumbra. Sin imágenes.
 
Vida hueca sin lenguaje.
Negrura de sangre.
Niebla que difumina
el paisaje y el cielo.
 
Voz que acompaña.
Caen las palabras del muro.
Insignificancias acumuladas
que forman un laberinto.
No puedes escapar.
Por culpa de ti mismo.
 
Vida y palabras.
O lo contrario.
Espacio de valles y colinas.
Tiempos nuevos.
Con brillo de memoria.
De bosque y de mar.
 
Nubes y lluvia.
Estrellas ausentes por culpa del frio.
Libro y saxo. Espacio de vida.

viernes, 6 de junio de 2014

Escribiré

Un día escribiré 
sobre todas las cosas.
Escribiré sentado en una roca 
al lado del mar 
mientras espero que amanezca 
despacio.
Relajadamente. 
En silencio. 
Escribiré sobre nosotros, 
sobre ellos y sobre todos. 
Sobre la estupidez, 
los buenos momentos
y lo contrario. 
Y algo más que se me ocurra.
Con los pies descalzos  
para sentir la tierra 
de la que formo parte. 
Escribiré sobre la vida 
y sobre  la muerte. 
Sobre dónde reposan los huesos 
y dónde descansan las almas. 
Quién las guarda. 
Qué hacen y a qué huelen. 
Sobre los perros que siempre ladran 
y sobre los que siempre callan 
y jadean a la luz de las farolas.
Alguna cosa tendrán que decir.
Un día escribiré sobre todo esto 
y un poco más. 
Con las letras afiladas. 
Usaré palabras trasparentes. 
Que relajan cuando las lees. 
Pero ahora todavía no. 
Toca pensar sobre todo ello. 
Mientras se instala el verano 
porque se ha ido el invierno. 
Porque en verano amanece antes 
de que me despierte. 
Y en invierno me despierto antes 
de que amanezca. 
Son cosas del tiempo y de los relojes.
Esa hora de más o de menos 
que el reloj no puede decidir.
Desnudaré el lenguaje pomposo 
hasta dejarlo llano. 
Un lenguaje de zapatillas
Evitando las piedras 
para no tropezar. 
Y recordaré lo vivido 
y lo que me queda por vivir. 
Mientras la pluma escriba libre.
Dice el poeta que me inspira 
que los recuerdos 
son propiedad de la vida pasada. 
La vida vivida. 
Con permiso del olvido. 
Los recuerdos son de barro 
y se pueden romper fácilmente.
Escribiré de la tertulia de madrugar. 
De cuando nací y de cómo crecí. 
De cómo pasó todo. 
De lo que aprendí de mis padres,
de la montaña y del mar. 
De lo que el bosque me enseñó. 
De porqué algunos perros 
ladran confusos y no se les entiende. 
De cuando el camino se divide en dos
y hay que elegir. 
A veces pasa y te desconciertas 
porque temes coger el equivocado. 
Siempre cojo el de la izquierda.
Mientras escriba de todo esto 
el sol vendrá del este 
y subirá cielo arriba. Sobre el mar.
Será el momento de escribir 
de mis experiencias 
dentro del útero de mi madre. 
Y mis paseos junto al mar
de la mano de mis abuelos. 
No hay tanta diferencia. 
Escribiré de lo que sentí 
cuando la comadrona cortó 
el cordón umbilical. 
Me provocó una angustia que me hizo llorar. 
Lo que intuía en el útero de mi madre. 
Nada parecido a la realidad. 
Ésta última me supera
porque hay cosas que no se olvidan. 
Yo estaba allí. 
Cuando me canse 
de estar sentado en la roca, caminaré. 
Mientras las ramas de la arboleda
me protegerán del sol y del viento. 
Escribiré a que huele el mar, 
el bosque y la vida. 
La hierba y las piedras de la tierra. 
A qué huelen las gentes. 
Y cuando ningún perro ladre a la tormenta 
tragaré saliva 
porque el que estará asustado seré yo. 
Estaré en la penumbra para ver y no ser visto.
El día que los gatos 
no estén en los tejados 
las noches de luna llena. 
El día que las ratas 
no escriban desde las cloacas. 
Cuando las bestias se cansen 
de estar paradas y empiecen a embestir. 
Será apocalíptico. 
Como cuando naces como requisito previo 
para luego poder morir. 
Un imperativo vital.
Una tarde escribiré sobre todo esto. 
Sentado a la sombra 
de un olivo centenario 
esperando el atardecer. 
Cuando los lobos salvajes 
empiecen a sentir frío. 
Regresaré al bosque en busca de cobijo.
Enseñando dientes feroces 
y aullando a la luna aunque no esté. 
Y si se hace de noche y no tengo sueño 
también escribiré sobre todo esto. 
Del vecino al que no le gusta Mari Trini. 
Del gallo que me despierta todas las mañanas.
Porque aunque no duerma 
la noche pasa sin remedio. 
Y escucharé las voces de la noche. 
Que son otras. 
A veces me hablan de ti.
De los que escriben. 
De los que hacen posible los libros. 
De los que leen y recitan.
De los mendigos con carrera 
y de los intelectuales 
que firman manifiestos. 
Y cuando lo haya escrito se lo leeré al mar. 
Sentado en la arena. 
Con las luces del alba 
y las olas medio dormidas. 
Dejaré pasar el tiempo entre suspiros. 
Luego regresaré a casa 
antes de que llegue la tormenta 
y se ponga a llover.
Los días siempre comienzan de noche. 
En verano alargamos los días 
hasta las tantas. 
Tomaremos el fresco  y nos iremos a dormir.
Cuando sólo quedan las cenizas del día
es hora de acostarse. 
Escribiré de la gente que llora de noche 
porque resulta más poético. 
En silencio y en la intimidad. 
Y si las lágrimas van al mar no se notará. 
Los buenos ladrones también roban de noche. 
Los que roban corazones 
prefieren la penumbra de la alcoba. 
Escribiré sobre esto 
para los supervivientes de la vida. 
Escribiré sobre los peces 
que se mueven con libertad.
Igual que los gorriones 
entre las ramas del bosque. 
O la libertad de mi pluma 
sobre una hoja en blanco. 
Tengo viejos escrúpulos 
igual que tengo viejas heridas. 
Escribiré de aquellas cosas
que me protegen. 
Como la corteza de un pino. 
Tiene el mismo encanto 
que las arrugas del cansancio. 
Algún día escribiré 
sobre todo eso y algo más. Salud.

miércoles, 4 de junio de 2014

Nostalgia

Es una noche cualquiera de finales de primavera. Cuando el tiempo quiere cambiar para hacerse verano. Pero titubea. No se atreve o simplemente no sabe. Y hace como que cambia pero todo sigue igual.
El bosque lleva demasiados árboles este año. Es frondoso y no te deja pasear entre ellos. Lo intento pero resulta complicado. Es que no me quiero perder su belleza.
Esa noche cualquiera de finales de primavera tenemos tormenta. De las buenas. Que estremecen. El viento del norte empuja la lluvia contra los cristales de las ventanas. Las persianas se quejan. 
He decidido que las tormentas de esas de cambiar la estación del año son buenas compañeras para las noches de insomnio. La lluvia también. Y los relámpagos y los truenos. Es bello en su conjunto.
Las calles están desiertas de personas. Sólo puedo ver la oscuridad y el viento cogidos de la mano. Sin paraguas. Un techo de nubes los protegen.
A cada trueno ladran los perros. Un ladrar entre el miedo y la nostalgia de la luna. Mañana las gaviotas volarán sobre el mar en busca de comida. Luego la llevarán a los nidos del acantilado.
El tiempo pasa y nos envejece. Pero él sigue tan joven como siempre. Eso dice el poeta. Que sólo nos envejece a nosotros. Pues ahora mismo envejezco en la cama. Escuchando la radio y la tormenta.
La alternancia de pensar y escribir. Y utilizo los libros como armas contra la incultura. Aliados de la sabiduría y la sensatez. Mientras la mente lo asimile.
Al día siguiente me encuentro en la terraza del café "Es Comerç". La gente se mueve con prisa y sus rostros se han vuelto inexpresivos. Cada uno pasea su historia. Yo vacilando de ingenuidad.
Recuerdo que aprendí las letras y las palabras al mismo tiempo. Era niño y quería saber el nombre de todo. También preguntaba el porqué. Muchas respuestas fueron que esperara a que fuera mayor. Quise ser mayor. Ahora soy mayor y me faltan demasiadas cosas por saber. Pero sigo preguntando.
Cuando aprendí a juntar palabras quise ser poeta. Si quieres que tu lengua hable o tu pluma escriba, consulta antes con la cabeza. Evita la mentira y te ahorrarás las disculpas. El aire todavía es fresco.
Tengo puesta "Radio Murta". Me estremezco con los "Amores" de Mari Trini. Me supone una vuelta a los enamoramientos de la adolescencia. A los desvelos y a las astenias. A la pasión y a las ganas. En las noches de verbena de los pueblos costeros.
La noche de la tormenta aprendí lo cambiante del tiempo. No es de fiar. El valor de los segundos. A qué huele el agua de lluvia cuando es de noche. Sincronizar los truenos con la música. No sé si los perros le ladran a los rayos o a los truenos.
La diferencia entre soledad y compañía. Lo imaginativo que resulta escuchar la radio. Las palabras suenan distinto según quien las pronuncie. La lealtad con mis maneras de pensar y decir las cosas.
Luego los truenos se escuchaban lejanos. Vinieron los bostezos. El caer de los párpados. Acomodar la almohada. Empezar a vivir un nuevo sueño. Sueños de temporada, claro.
Y digo yo que los humanos podemos llegar a ser tan sensibles como cabrones. Igual quitamos hierro a un asunto que metemos más madera al fuego. Soplar el fuego puede apagarlo o avivarlo. Los caminos de Dios no sé si son inescrutables porque no ando por ellos. Pero los de la vida si lo son. Los piso todos los días.
Le busco tres pies a quien sólo tiene dos, cuatro o cien. La música, la poesía, las humanidades. El pensamiento activo. Tocar sin mirar. Oler sin ver. Leí un artículo en el que se afirmaba que todo hombre sabio teme. Me llamó la atención. Pensé en todas aquellas cosas a las que puede temer un hombre sabio. El articulista citaba, "la tormenta en el mar, la noche sin luna y a la ira de un hombre bueno". Queda dicho pues. Salud.