El otro domingo estuve en el pueblecito costero y pintoresco de pasar las vacaciones junto al mar. No fui el único. Había otros. La necesidad, seguramente. Las ganas. Hay que ir preparando. Nos saludamos y preguntamos. Lo que toca. Puedo deciros que el pueblo sigue quieto y sosegado al amparo del mar. Y de la montaña por el lado de poniente. Algarrobos, encinas y olivos centenarios despertándose a la primavera. Los pinos de las calles han roto las aceras. El pueblecito está como siempre pero un año más mayor.
Abrí la puerta y las ventanas. De par en par. El aire del mar entró en la casa y escudriñó todos los rincones. El aire de la montaña hizo lo mismo. Entre los dos limpiaron el ambiente de invierno y secaron la humedad acumulada. Al final todo quedó con un toque casi de verano. El día acompañaba. También bajé al puerto y a la playa. El aire del mar me dio en la cara y pude respirar hondo. Aire limpio con un poco de salitre. Un momento de silencio y un sol impertinente que me obligó a retroceder hasta las alcobas de las barcas. Necesitan cambiar el ramaje. Ramas de pino seco y hojas de palmera para evitar el sol del verano.
Le tenía ganas. Demasiadas. Un paseo por la playa. Pisar arena y contemplar mis huellas por unos segundos. Lo que tarda el agua en borrarlas. Iguales que el año pasado. Un poco más lentas, quizás. Luego los barcos y los pescadores. Esas gentes que entienden el mar y leen las estrellas antes de salir a faenar por la noche. El bar de Pepe lleno a rebosar. Se respiraba verano. Ropa informal y sombreros. Charla animada debajo de las sombrillas. Una primera toma de contacto. Saludo a Fran de camino a casa. Ya tiene el quiosco abierto. Eugeni ha sacado una tumbona a la terraza. Debajo del porche. Estrena libro y lo enseña. Es lo más parecido al cielo que yo conozca. El pueblecito pintoresco al lado del mar. Donde pasamos las vacaciones y otros días.
Al atardecer nos juntamos unos cuantos. Sobre un alto desde donde se aprecia el horizonte y la puesta de sol. Hoy, si te fijas un poco, puedes ver más lejos del horizonte. Porque el cielo está limpio. Estamos sentados en unos bancos de madera y justo cuando el sol va a meterse en el mar nos levantamos y guardamos silencio. La naturaleza tan más de lo mismo y nos sigue poniendo los pelos de punta. Luego nos despedimos. Subo hasta mi casa y cierro las ventanas. Todavía anochece fresco. Como algo y enciendo la chimenea. Butaca de pereza. Copita de Brandy. Abro los "Cien años de soledad" de Gabo y empiezo a releer por cualquier página.
Fuera el cielo se ha nublado y empieza a llover. El olor de tierra mojada de otoño se nota aunque estemos en primavera. Este verano algunos jubilados ya no vendrán porque se fueron para siempre. Otros vendrán por primera vez a oler el aire del mar y del bosque. A disfrutar de los paisajes y de la compañía de las gentes. Puedo escuchar la música del bar de Pepe. No molesta y acompaña. Como en verano. Cuando el reloj tocó las tantas me quedé dormido. La noche se alargó hasta el amanecer. Cuando el sol llama a las persianas oigo bullicio por las calles. Como en verano. Salud.