El otro domingo estuve en el pueblecito costero y pintoresco de pasar las vacaciones junto al mar. No fui el único. Había otros. La necesidad, seguramente. Las ganas. Hay que ir preparando. Nos saludamos y preguntamos. Lo que toca. Puedo deciros que el pueblo sigue quieto y sosegado al amparo del mar. Y de la montaña por el lado de poniente. Algarrobos, encinas y olivos centenarios despertándose a la primavera. Los pinos de las calles han roto las aceras. El pueblecito está como siempre pero un año más mayor.

Le tenía ganas. Demasiadas. Un paseo por la playa. Pisar arena y contemplar mis huellas por unos segundos. Lo que tarda el agua en borrarlas. Iguales que el año pasado. Un poco más lentas, quizás. Luego los barcos y los pescadores. Esas gentes que entienden el mar y leen las estrellas antes de salir a faenar por la noche. El bar de Pepe lleno a rebosar. Se respiraba verano. Ropa informal y sombreros. Charla animada debajo de las sombrillas. Una primera toma de contacto. Saludo a Fran de camino a casa. Ya tiene el quiosco abierto. Eugeni ha sacado una tumbona a la terraza. Debajo del porche. Estrena libro y lo enseña. Es lo más parecido al cielo que yo conozca. El pueblecito pintoresco al lado del mar. Donde pasamos las vacaciones y otros días.

Fuera el cielo se ha nublado y empieza a llover. El olor de tierra mojada de otoño se nota aunque estemos en primavera. Este verano algunos jubilados ya no vendrán porque se fueron para siempre. Otros vendrán por primera vez a oler el aire del mar y del bosque. A disfrutar de los paisajes y de la compañía de las gentes. Puedo escuchar la música del bar de Pepe. No molesta y acompaña. Como en verano. Cuando el reloj tocó las tantas me quedé dormido. La noche se alargó hasta el amanecer. Cuando el sol llama a las persianas oigo bullicio por las calles. Como en verano. Salud.