miércoles, 22 de agosto de 2018

Bernat y Erri

Uno de los escritores que más me gustan y leo ha dejado anotado en un libro algo así como; "Mar adentro, en cualquier época del año, se cruzan pateras y veleros, a los más opuestos destinos. La gracia, la elegancia y la indiferencia de una gran vela hinchada de una potente embarcación con pocos pasajeros a bordo roza la chalupa de los migrantes. 
No responde al saludo ni a la solicitud de ayuda. La proa afilada abre las olas a todo trapo. Desde la barcaza la ven desfilar sin ser capaces de explicarse porqué, inclinado el velero hacia un lado, no vuelca ni se hunde como les ocurre a ellos. Los migrantes sin espacio sólo intentan mantener el equilibrio para no terminar al fondo del mediterráneo. Algunos sonríen al ver el velero de la fortuna. Unos creen que al mundo que van todo es así, otros desesperan de que al mundo que van todo sea así".
Eso ha venido a escribir un napolitano de más de setenta años y toda una vida repartida entre el mar y la montaña. La aventura arriesgada como forma de vida porque la vida no le ha proporcionado otras oportunidades. Ahora persigue la sabiduría desde la humildad y escribe porque sabe que es la única manera de sentirse vivo. Y aún así es complicado. Me he dejado contagiar de su sensibilidad desde hace tiempo. 
Ha llegado el momento de huir de lo superficial e innecesario. De aquellas cosas, momentos y personas  que resultan ser tóxicas y perturban mis emociones, mis sentimientos y la forma de vida que he decidido. Por ese tipo de lecturas me da la gana ver amanecer todos los días aunque a veces haya nubes o incluso esté lloviendo.
Migrar, casi siempre, es ir hacia la oscuridad en busca de la luz. Quizá, si llegas, puedas ver alguna cosa. Sólo si llegas. La travesía siempre es complicada. Produce vértigo querer pasar del tercer mundo al primero de un tirón. Pero se saltan el segundo mundo, no por darse más prisa, sino  porque no existe. Aún así lo intentan todos los días, sin tener experiencia de mar, de barcaza ni de primar mundo. El sol también se pone todos los días para todos. El mediterráneo no debería ser una tumba para esa gente y a esa edad. Puede ser interesante que las olas muevan las cenizas de uno si se ha muerto de viejo en una cama de una residencia para la tercera edad. Sólo así se justifica.
No son conscientes de la realidad porque las ganas y las necesidades, a veces, nublan los riesgos. O viajas o mueres. Y si viajas, a veces, también mueres. Es un tema recurrente en las tertulias. Nosotros sabemos la respuesta a ese problema. Tenemos la solución. Pero nadie nos escucha. Los responsables -perdón, quería decir los políticos irresponsables- piensan de otra manera. Así nos va y les va. Algunos somos más sensibles porque, como Serrat, también nacimos en el mediterráneo. Y es muy grande. Los delfines, Erri De Luca, yo mismo y otras gentes también lo saben. 
Pero no pasa nada. Para eso está el paisaje y las plácidas olas. Si no te gusta una cosa miras para el otro lado que hay otro paisaje. Y además pronto llegará el invierno y traerá el mal tiempo. Tendrán que dejar de venir o hacerlo de otra manera. La muerte nos llega a todos. Es cuestión de tiempo. Al margen de dónde hayas nacido y de quién seas. Pero algunas personas y niños mueren ahogados en el mar por no morir en su tierra de hambre, guerra y miseria. Morir en un sitio por no morir en otro.
Escribir este tipo de historias como si fuera literatura me jode mucho. Siempre entendí la literatura como otra cosa. Los clásicos, por ejemplo. Pero antes no venían migrantes en barcazas o pateras. Por eso tampoco teníamos radares y concertinas. 
Por cierto, creo que no he mencionado que los viñedos están preciosos y que en unos meses habrá que vendimiar. Las últimas lluvias nos proporcionarán buenos vinos que algunos podrán rozar los quinientos euros la botella. Que frivolidad. Otro día escribiré historias del mar en calma y de olivos centenarios para resarcirme de esta. También de la sombra que proporcionan las encinas y las higueras que muchos nunca verán. 
Tampoco he contado que mi padre se llamaba Bernat. Cuando yo era pequeño se celebraba la onomástica de forma sencilla en casa. Venían familiares y amigos. Nunca faltaron las cocas de trampó, de pimientos y de albaricoques. Y siempre comíamos las primeras "figues de moro" que mi padre iba a buscar a Lloseta. Pueblo importante donde le amamantaron. No era opulencia pero tampoco era miseria y no nos jugábamos la vida. Salud.   

jueves, 16 de agosto de 2018

Relato

Hoy me ha parecido un buen día para retomar la actividad de escribir más allá de una reflexión en un tuit. Ya os he contado en alguna ocasión que tengo por costumbre despertarme y levantarme antes de que lo haga el  sol. 
Posiblemente es uno de los momentos más efímeros del día porque es imprescindible vivirlo para afrontar con ciertas garantías lo que queda de los momentos venideros. Con sus silencios y sus barullos. Con su sirimiri o su brisa bochornosa. No sabría hacer otra cosa  ni de otra manera. Ver amanecer es garantía de vida.  
Tengo que reconocer que me costó entender el silencio del alba y la penumbra del amanecer. Porque sólo voy a saludar el alba en aquellos lugares donde habita el silencio. El día cuando empieza, calla y esto multiplica el placer. Puedes pensar mientras miras cómo clarea. Reflexionas pensamientos y meditas ideas. La vida es de lo más complejo y sencillo dependiendo del estado de ánimo.
Luego vendrá el ruido y el caos. Una especie de ensayo del juicio final. Donde todo el mundo gritará porque creerá tener razón y no querrá ir al infierno. El sol se deja intuir cuando empieza a incendiar el horizonte. El momento impone. Esa luz cegadora que te permite formar parte de la naturaleza y del universo. El momento de la vida transparente. 
Cuando todo esto que cuento ha ocurrido nos citamos en la terraza del bar de Pepe. Con Eugeni y los demás que ya conocéis porque os he hablado de ellos. Es el momento en que el mar despierta y empieza a mandar olas. También despierta el bosque y los campos y los paisajes. Una vida paralela que dura lo que dura un amanecer en nuestra vida. Es el relato de cuando el corazón late a otro ritmo, la tensión se normaliza y careces de odio. 
Y llega la tertulia. No es un hablar por hablar. Es un hablar sin concretar con unos y otros. Con el que está más cerca para no tener que gritar que ya nos fallan los oídos. Donde cada uno es guionista, filósofo, actor y crítico de si mismo. Porque hay algo que tiene que quedar muy claro desde ahora, los jubilados sabemos cómo se tienen que arreglar las cosas sin sobrecostes, sin mamandurrias ni mangoneos y sin faltar a nadie. 
Brisa fértil y generosa que provoca sonrisas. Brazos que se mueven de forma alocada en todas direcciones porque los gestos valen más que las palabras. Todos dejamos abiertas las puertas y ventanas de las casas para que corra el aire. Éste sabe que puede entrar por dónde quiera y salir por dónde le de la gana. Levanta las cortinas y cambia los olores de sitio. Estamos todos de acuerdo que la brisa siempre empieza en el mar y luego se distribuye por todo el pueblo.
Todos los días empiezan así porque todos los días amanece después del alba. Las mañanas que hace frio no estamos en la terraza porque no necesitamos una pulmonía. Los veranos es otra cosa. Luego llegan la rutina del paseo prescrito por el médico y las improvisaciones que nos hacen sentir mejor. 
La parte central del día está dedicada a convivir con el mar. A veces pescamos y otros simplemente miramos. Que dice Eugeni que la vida empezó en el mar. El contacto con el agua nos retrotrae al útero materno porque el agua de mar actúa como líquido amniótico. Son cosas de Eugeni y del poeta cuando se ponen filosóficos con el mediterráneo. 
Los días pasan rápidos y cada vez más. Nunca entenderé porqué razón. Días difusos, opacos, calurosos, o todo lo contrario. Lo único cierto es que hay que vivirlos evitando problemas innecesarios y situaciones tóxicas. Dejarse llevar por el viento del norte que es el que más refresca. 
Tenemos un cura post-moderno. Nos ha dicho que el cuerpo es una morada eventual del alma mientras dura la vida. Que no le cojamos demasiado apego a la vida porque pasa en un pis pas. Lo más efímero que nos podamos imaginar.  Las experiencias se acumulan en el cuerpo y éste se quedará aquí atrapado con la muerte. Donde vaya el alma no necesita experiencias ni currículum. La vida terrenal es sólo un paréntesis. Ya lo sabíamos pero nos ha puesto de mal humor. Le hemos hecho saber al cura que para desayunar con nosotros tiene que hablar de otras cosas de lo contrario que pase, salude y siga su camino. Que nosotros andaremos el nuestro. Salud.