martes, 24 de noviembre de 2015

Despertar

Por un momento he percibido una extraña sensación de bienestar. De felicidad. Simplemente amanece. Antes he soportado la angustia de pensar que el amanecer se retrasaba. La infelicidad suele llegar a lo largo del día. En todo caso hay tiempo.
Dice uno que escribe denso y bien que cuando uno muere cierra los ojos. Parece que no interesa observar el momento de morirse. Parece normal. Tienes que concentrarte con lo del túnel y la luz y esas cosas que dicen que pasan. No es cuestión de poner aditivos cuando no sirven de nada.
Es curioso que quienes dicen lo que he dicho en el párrafo anterior todavía no se han muerto. Eso significa que improvisan. Un hablar por hablar. Meterte miedo o esperanza. Si es que en esos momentos hay miedo o esperanza.
Por cierto que me ha llamo un amigo. Me pregunta que quién soy. ¿Es que no sabes a quién llamas? Le digo. Me dice que como tengo una voz de presentador de programas de radio había pensado que se había equivocado al marcar. Lo he catalogado como un cumplido y una posible alternativa laboral. Tal cual están las cosas nunca se sabe.
Se pregunta Masoliver si en el cielo se habla o sólo se piensa. Dará por seguro que le va a tocar cielo. A mi me da lo mismo lo que me toque. En el paraíso ya estoy. El infierno lo contemplo casi todos los días. Yo lo único que quiero es poder pensar con serenidad en un lugar tranquilo. Donde sea que eso esté.
Tengo incertidumbres y pocas confianzas en esas personas que hablan de esos temas tan a la ligera. Me consta que nunca han estado en esos sitios. Y si alguien ha estado no ha tenido narices de volver para contar algo. Por poco que sea.
Y estaba pensando que si no hay noches tampoco debe de haber sueños. Si tampoco hay días no habrá amaneceres ni puestas de sol. Sólo de pensar esas cosas ya me estoy cargando de buena mañana. Igual ni siquiera hay mar. Vamos a otra cosa.
Si eso de la vida es un trámite o una cosa de pasada tendríamos que saber lo que nos espera después. Que nuestro comportamiento sería uno u otro según quisiéramos estar luego. Sin engaños ni sobresaltos. Sin malentendidos. Que todos sabemos que no nos podemos llevar nada.
Después de un rato que ha durado el alba ha salido el sol. He visto el sol y las dudas se han disipado. O más o menos.  Un sol muy débil. Enfermo de otoño. Con un poco de viento del norte que hace refrescar. Y los días así y con estos pensamientos uno pilla nostalgia.
Ahora en el coche estoy en un atasco. No suele ser normal en la Isla. Son los operarios del ayuntamiento que colocan adornos de Navidad en la calle. La nostalgia se cronifica. Ahora cuando llegue a la tertulia en el bar de Pepe tendré que disimular mi estado de ánimo. Vaya despertar que llevo hoy.
Pero Pepe nos pondrá a Mari Trini y no nos pondremos nerviosos. Será un desayuno como otros. Voy terminando porque algunos de vosotros no me leéis porque escribo largo. Lo sé. Un tertuliano ha dicho que está preparando un viaje al fin del mundo. No sé que ha querido decir. Estaré preocupado todo el día. Salud.


martes, 17 de noviembre de 2015

A escondidas

Hoy toca hablar de Andreu. Se llama igual que mi vecino. El maestro de escuela jubilado que se pasa el día pintando el tiempo. Ya he hablado de él en otras ocasiones. El Andreu que hoy presento también está jubilado. De pescar. Pero sigue diciendo que es pescador.
Su barca está amarrada en puerto. No puede con los aparejos porque la edad le ha deformado las manos. Y el tiempo también. Tiene nostalgia. Ser amigo del mar tiene ese inconveniente. Mucha añoranza. Por las noches antes de acostarse se pasea por el muelle. A veces lo hace antes de amanecer. Porque el mar es más grande que la tierra.
Cuando caen cuatro gotas lo mira desde el porche. Una casita casi al borde del acantilado. En la Isla siempre caen cuatro gotas. O diluvia para inundar. Estos días toma café con nosotros y cuenta historias. Las nubes vuelan bajo. Las mira y sabe el tiempo que hará. No ha perdido el olfato marinero.
La vida se le va sin que lo note. Le abandona como a todos. Casi a escondidas. Él se refugia en el mar porque está para siempre. Es como los gallos que no sueñan porque están pendientes del amanecer. Que los dioses que habitan el mediterráneo tienen el sueño profundo. El mar, por cierto, llega a todas partes.
El dato histórico de sus años no le quitan sabor a la vida. Porque todas las mañanas amanece. Tiene su vida íntima y la otra. La de compartir con los demás. Dice que su horizonte sigue estando lejos. Cada mañana coge aliento y vive.
Es el cuarto y último hermano. Nació fácil, pues. Cuando su madre rompió aguas dijo aquello de "tranquilos que hay tiempo". Nació en el pasillo que lleva al paritorio y cayó al suelo. Todavía se acuerda de esa caída que le cambió su vida. No sirvió para estudiar y tuvo que ser marinero y pescador.
Ha fotografiado su vida con los ojos. Ahora los mantiene medio cerrados. Tanta luz le molesta a estas alturas. Descendiente del mar y heredero de su magia. En las tormentas y en la calma.
Todos los pueblos necesitan tener un héroe. Nosotros que vivimos en un pueblo costero tenemos a Andreu. Hace unos años que está raro. Por lo del nacer precipitado y de malos modos que tuvo. Dicen.
La cuestión es que le diagnosticaron una ideación delirante de tipo místico religioso cronificada y con repercusión emocional.  Las adherencias al tratamiento han sido irregulares por lo que ha precisado de reajustes constantes en su medicación.
No hace mucho, desde su jubilación, tuvo un ingreso urgente después de que tuvieran que desalojarlo de la iglesia parroquial. A la hora de cerrar no quiso salir y se enfrentó al párroco. Mantenía una conversación con Dios y no quería ser interrumpido. No lo entendió así el cura.
Ahora toma una medicación excesiva que no le dejan pensar. Mira el mar y balbucea cosas. Que sin ser yo un santo soy su amigo ateo y conversamos lo que podemos. Si queréis saber algo más del mar se lo preguntáis. Porque estamos en otoño y el mar está cambiando. Salud.