Cada vez que me encuentro intelectualmente escaso me deprimo. La lucidez no dura todos los minutos de la vida y por eso tengo que ir acostumbrándome. Uno sólo es brillante a ratos. Y así sin más, como quien no quiere la cosa, vamos finiquitando otro día de otro mes estival de este año. A mí me conocen como el poeta de Bergantinos de San Juan. Nací aquí porque andaba buscando las huellas de lo justo y resulta que lo encontré en este pueblo costero con encanto, bañado por el cantábrico y del cual me hice dependiente. Ahora voy con pantalón corto y camiseta, pero en invierno suelo abrigarme con un jersey grueso de cuello alto de color azul marino y un chaquetón los días de mucho frio. Me gusta caminar sosegado por las calles estrechas del pueblo y por las anchuras del muelle. Es la nueva ágora de las tertulias de madrugada anticipándonos al día y que mantenemos algunos amigos con afinidades literarias y gustos por la mar, las aventuras y los naufragios. No hace mucho tiempo que conté cómo fue que Francisco Alonso al que todos conocen por Fran el del kiosco le contó a Rafael Martín que es ciego y vende cupones que Cristiano Ronaldo no es negro por muchos regates y filigranas que haga y por muchos goles que meta. Rafael, el cuponero, es ciego desde hace muchos años y le gusta el fútbol a rabiar. Antes de perder la visión era un incondicional de Pelé y ahora piensa, con su atrevimiento inocente, que todos los jugadores buenos son negros.
Rafael el cuponero es un amante
del futbol, como ya he dicho, pero también es un consumado hombre de mar. Toda
su infancia y juventud dedicando tantas horas a la pesca, a pasear por la playa,
el muelle y todo aquello que tuviera relación con la mar y su color azul como
los días buenos. Es un hombre de constitución delicada, viste de manera cómoda
y con una estatura medianamente alta, cabello corto y barba de unos días, de
rostro sonrosado y ojos claros y azules como la mar cuando casi llega al
horizonte. Gesto complacido y semblante de reflexionar todo lo que escucha y se
imagina. Se muestra inteligente y con una expresión neutra. Reservado al principio,
pero muy hablador cuando ya te conoce. Rafael no es dado a las bromas, pero
tampoco es un malhumorado. Gusta de estar siempre en compañía, aunque sea de la
mar. Es educado, respetuoso, agradecido y concentrado en sí mismo. Un ser totalmente
inofensivo.
Creo que ya he dicho que
Fran es el dueño de la única papelería que hay en el pueblo con encanto situado
junto al mar. Librería, útiles de escritura, revistas varias de esas de leer y
cotillear. Los niños también frecuentan el kiosco en busca de chuches, canicas,
cromos, juegos, cómics y cosas así. Sólo cabe Fran y poco más. La verdad es que
tiene más género fuera que dentro resguardado por una marquesina o toldo
plegable que protege el género y ahora, además, ha puesto una de esas neveras
con bebidas frescas, gusanos de pesca y sardinas para carnaza. Los días que
llueve poco o mucho, como hoy, pone un plástico por encima. Que casi todo es de
papel y si se moja se echa a perder.
Estudió ciencias empresariales porque le gustaba a su padre. Luego
amplió conocimientos con unos cursos en Literatura Hispánica y Filología porque
es lo que le gusta a él y, además, con la economía se sentía un poco
encorsetado. Dedica tiempo a desempaquetar, colocar cosas en su kiosco, hacer
recados y dar conversación. Es hablador compulsivo de esos que enganchan porque
su trabajo es vocacional y además sabe contar las historias de forma
contundente. Son historias de aventuras del mar, por supuesto, y otras de la
realidad. También sabe escuchar y entre una cosa y otra y un día tras otro va acumulando
conocimientos, sabiduría y experiencia. Que los días pueden ser largos o cortos
según se presente la clientela y el tiempo. La caja corre a cuenta de
periódicos, revistas, alguna fotocopia y útiles de escritorio junto con algunas
cosas de las artes de la pesca. Pero dónde le dedica más tiempo y pasión es a
las novedades editoriales que lee y recomienda a la clientela porque la conoce.
Sabe a quién venderle sus productos. Si un libro no lo tiene te lo consigue en cuestión
de horas. Mantiene un especial interés por autores clásicos y poco conocidos
que escriben sobre la mar que es el tema que más interesa entre la gente del
pueblo con encanto al que me estoy refiriendo y que se llama Bergantinos de San
Juan. Él difunde cultura desde el kiosco. Incluso en verano que los pequeños
tienen vacaciones y disfrutan del tiempo libre, cuando llega la noche y el sol
se ha puesto, cierra el kiosco y acude a la esplanada del muelle donde cuenta
una historia de marinos aventureros durante unos diez minutos. Ahora mismo,
además de los chicos también viene gente de más edad y muy mayor que disfrutan
igual. Ése es el perfil de Fran.
Para realizar este tipo de
trabajos es preferible tener un carácter tranquilo, sosegado y paciente como el
horizonte que observamos desde la farola de luz verde que hay justo en la bocana
del muelle al final del paseo marítimo. Tiene tiempo para todo porque no lleva un
reloj que le controle las horas y las cosas que hace. Todo le dura el tiempo
justo y adecuado según el tema. No tiene ninguna prisa, como la naturaleza
misma. Por supuesto no es rico de dineros, pero tiene lo suficiente para ser feliz
y vivir desestresado. En algún momento tuvo que hacerse cargo del negocio
porque él iba para otra cosa. Se lo dejó su padre que enfermó de esas cosas que
te matan por dentro poco a poco y en silencio, aunque no se nota por fuera. Le
cogió gusto al asunto y lo ha ampliado hacia la acera con uno de esos toldos
llamativos que llevan el nombre de, “El kiosco de Fran”. Todavía se puede leer
el nombre de “Bocarte” que es el que le puso su padre y que ahora está tapado con
una lona fina. El kiosco de Francisco Alonso parece una tienda en construcción.
Como una mar a medio crear con algunas especies de animales marinos. Un reino
privado donde paramos todos en algún momento del día porque nos viene de paso. Muchas
veces le hemos dicho que cambie el nombre por “Kiosco del mar” o “El Kiosco de
Bergantinos” del cual él es el capitán. Pero no nos hace caso.
Algunos habituales nos
paramos cada día a conversar un poco de todo y de nuestras cosas de jubilados
que vivimos cerca de la mar. Siempre tiene algún subrayado o nota al margen a
mano para exponer y razonar y que nos llama poderosamente la atención. Si
tienes alguna noticia importante se la comentas y la difunde. Francisco Alonso
es eco, faro y referente en el pueblo. No habla de chismorreos, ni de política
ni de religión. Que también son chismorreos. Si sale el tema te manda al bar de
Pepe, educadamente, a tomar algo o a contar las olas que llegan en un minuto y
zanja el asunto. Una vida sosegada entre la pesca, los paseos, las
conversaciones, los ratos entre horas, los encuentros con los otros para protegernos
con recuerdos de la infancia y esas cosas típicas que diariamente suceden en un
pueblo pintoresco situado cerca del mar. Sólo las buenas palabras y los buenos
modos son compatibles con el aire que se respira en su negocio, en el muelle, en
el pueblo y en la mar.
Uno de sus más fieles es un
filósofo, escritor, profesor de universidad y abnegado marido de una portera de
un edificio importante de la capital. Señor de semblante serio. Esta mañana le
estaba diciendo a Fran que no tenía la seguridad de que fuera bueno tener que
vivir siempre debajo del cielo. Tener que mirar siempre hacia arriba para
verlo. No sé qué haremos el día que se encapote mucho y tengamos que agacharnos
para caminar. Y Fran le sonríe a gusto. Hoy cuando ha empezado a llover las
nubes se han aliviado y han subido un poco. Menos mal. A veces se le moja el
alma y cuando se seca, se le encoge tanto que le cabe en un puño. Dice que
escribe un artículo dónde el crepúsculo del amanecer y el de la vida mantienen
un diálogo con los otoños de las cosas y con los de la vida de cada uno. Cosas
de filósofos dice Fran, que escucha atento.
Están
convencidos los dos de que no todos los dioses habitan en el cielo. Algunos son
terrenales, pero con poderes limitados. Otros viven en la mar y son eternos. Estos
últimos se encargan de que el limonero que tengo en el jardín de casa florezca
dos veces al año, pero este año ya ha florecido tres. Hacen que un espejo te
imite a la perfección y en tiempo real. O que en la radio suene música sin que
quepa una orquesta dentro de ella. Que en otoño las hojas de los árboles no
caigan todas el mismo día y a la misma hora. Que el corazón pueda latir al
ritmo del tiempo. Que los pájaros hagan un buen nido para el
invierno, que igual se presenta duro. Que las olas lleguen ordenadas para mecer
las barcas amarradas a puerto y que las que optan por la playa puedan estirarse
a gusto por la arena fina y blanca. Dicen todo esto con palabras seleccionadas
y domesticadas previamente.
Fran se ha sentado en el
taburete alto que tiene detrás del mostrador y escucha. Interviene poco para no
desconcentrar. El filósofo filosofando activamente como si estuviera en clase.
Y la gente pasa, coge algo y deja el dinero sobre las revistas para que Fran lo
recoja cuando pueda. Así estamos de entretenidos sabiendo que el tiempo sigue
su curso de forma inexorable al margen de la hora que indiquen las manecillas
del reloj. Y ahora va y le dice Fran que le preocupa que el horizonte esté tan
lejos. Si estuviera más cerca nos invitaría a tomar un café y un orujo de
Potes sobre él una tarde de verano. Esto es cosa de los dioses eternos del mar
le contesta el profesor universitario de filosofía. Y añade, aquí vivimos un
poco al margen del resto del mundo, pero la ciencia avanza con pasos de gigante
y cualquier día de estos que se lo propongan podremos ver nuestras sombras en relieve
y en color.
Estaría bien. Como los
sueños que son autónomos y tienen vida propia, aunque mucha gente no lo sabe. Los
sueños existen al margen de nosotros que lo único que hacemos es meternos en
ellos cada noche para soñarlos. Y Fran cambia de postura en su taburete alto de
forma inconsciente porque está atento. Los sueños no deben de repetirse muchas
veces porque podrían aburrir por eso es importante procurarse sueños nuevos a
menudo antes de que se hagan realidad. Está escrito. Y siguen hablando entre
libros, revistas, útiles de escritorio, chuches y gusanos de pesca. Se hace
tarde. Otro día hablarán de los colores y de las notas musicales. De la mar y
sus olas. De barcas y de pesca. De las mareas y de las sirenas que habitaron
los océanos y de restos de naufragios que llegan a la costa. Las olas son la
metáfora de los torbellinos cotidianos que nos procuran una existencia sublime.
Esta mañana nos hemos reunido muchos
para desayunar. Es algo que tenemos por costumbre hacer todos los días. Antes
de que amanezca que nosotros somos de madrugar para no perder horas. El resto del pueblo todavía duerme. Pepe, el del bar,
ha puesto una emisora con música de verano que casi no se escucha. El sol sale
cuando toca y la gente se levanta cuando quiere que suele ser cuando
termina el sueño. Los gorriones están apostados en las ramas de los árboles aún
sin saber el nombre de éstos y bajan a por comida. Alborotan tanto como pueden.
Los gorriones en verano son así. Escuchamos y hablamos
para poder mantener una conversación adecuada. Hoy está mi amigo Raúl Diaz que
es pescador. Tiene una barca y vive de la pesca. Cuando llega a puerto la gente
se acerca a ver lo que trae y entre los del pueblo y algún otro visitante lo
vende todo en un abrir y cerrar de ojos. Ese puerto que es como una mano
abierta que te deja salir mar adentro y te recoge cuando llegas de faenar. Me
comenta que cada día es más complicado hacer una pesca en condiciones. El mar
está sobre explotado y en la lonja se paga poco además de que todos los
productos que necesita para salir a faenar no dejan de subir de precio.
Lo mismo dicen los
ganaderos, los que tienen un huerto o lo que sea. Sin ir más lejos el párroco
del pueblo me insinuó algo parecido. Cada día entran menos feligreses a la
iglesia y dejan menos dinero en el cepillo. Y esto que se está fresquito dentro
de ella. Parece que todos se hayan puesto de acuerdo en lo de quejarse. También
el peluquero se queja de que la gente tiene poco interés en lucir un bonito
corte de pelo. Se apañan con esas maquinillas que han comprado en el
supermercado o por internet. Sinceramente creo que nos estamos acostumbrando a
la crisis y no creo que esto sea bueno. Nos conformamos demasiado recibiendo
empujones de todos los lados sin protestar. Somos así.
Raúl Diaz me prometió que
un día me llevaría a pescar y hoy ha cumplido su palabra. Hemos quedado bien de
mañana junto a su barca. En realidad, es noche cerrada. He recogido a Rafael el
cuponero para que nos acompañe. Le hacía mucha ilusión y nosotros encantados. Hemos
salido de puerto con el motor, luego Raúl ha soltado trapo y ha puesto proa al
horizonte. Estamos nosotros tres y el aire que nos acompaña durante la travesía.
Las gaviotas también nos han acompañado hasta que han regresado. Silencio de
brisa marina. El alba nos ha pillado navegando mar adentro. Mientras, tomamos
el café que Raúl ha preparado mientras clarea un alba lenta que nos atrae
poderosamente y luego un sol grande y radiante de día festivo. La barca no se
detiene y corta las tímidas olas que salen rápidas por las amuras. Esa quietud
de buena mañana seda el ánimo y se lo contamos a Rafael para que lo viva
intensamente. Ya veo, dice. Y sonríe. Llevamos buenos aparejos y buena carnaza.
Le hemos puesto ganas al día y a la pesca. Llegamos y plegamos la vela mientras
el cuponero está sentado en la popa y atento a todo lo que hablamos y hacemos.
La barca, ahora, se mece tranquila mientras Raúl me va indicando lo que hay que
hacer. Me explica cómo esconder el anzuelo en la carnaza de sardina y que no se
suelte.
Ponte cómodo a este lado y
me señala babor para que el sol no te ciegue. Tiro el anzuelo al agua hasta que
dejo de verlo porque el cebo toca fondo donde sólo hay oscuridad y luego tenso
el sedal. El brazo apoyado en la borda de babor y la mano firme y atenta a cualquier
sacudida. Nada. Es pronto, digo. Acabamos de llegar. Paciencia, me han contestado.
Algunos tanteos de peces pequeños que burlan el anzuelo una y otra vez y se
comen la carnaza sin darme cuenta. Estamos a lo que estamos y el tiempo pasa
sin ofrecer resistencia. Es un momento atemporal. Ahora sí. Algún pez de tamaño
considerable ha tragado la carnaza y el anzuelo. El hilo se tensa mucho y la
caña se dobla tanto que parece que vaya a romperse. Intenta desquitarse y
provoca tirones y sacudidas descontroladas. Hay que recoger con calma, me
indica Raúl Diaz. Que parezca que nada suelto y que viene solo. Si tira mucho
sueltas un poco para que se relaje que ya se cansara. Si viene, recoges poco a poco,
pero procura no perderlo. La maniobra dura un buen rato. En eso que veo a
Rafael todo animado y con cara de satisfacción. Yo avalaba esta salida de pesca
entre amigos porque soy un apasionado de la mar, de sus misterios y sus secretos.
Sus pescadores y navegantes, sus aventureros y piratas y todo ese cartel que
vive en la mar o está en los libros de aventuras.
Tal día como hoy de hace diecisiete
años Rafael Martín perdió la vista por completo y todavía nadie sabe la causa
de porqué pasó. Algunos dicen que de una infección mal curada. Vete a saber. Me
levanto y me acerco a Rafael para cederle la caña de pesca y que pueda sentir cómo
se defiende el pez y cómo se recupera. El cuponero se emociona y huele la mar
mientras le salen unas lágrimas que saben a salitre, que no son de esfuerzo,
sino que son de alegría. Ya lo veo, dice todo inquieto y al rato me devuelve la
caña con la mano temblorosa. La satisfacción termina con el deseo.
A pocos metros de la
superficie el sol hace brillar sus escamas. Anda nervioso, se resiste y no para
de dar tirones. Llevo el corazón acelerado y respirando hondo. Un último
esfuerzo y Raúl lo recoge con una red de pesca grande. Ya en la barca, sigue
con unos potentes aleteos que casi lo devuelven a la mar. Le quito el anzuelo
con dificultad. Es un pez grande pero menos de lo que parecía cuando lo
estábamos recogiendo. Después de esa grata experiencia regresamos a puerto casi
al mediodía cantando canciones marineras a todo volumen.
Son las fiestas patronales
de Bergantinos de San Juan y por la noche hay un grupo de música que ameniza la
velada en una parte ancha del muelle. Han puesto sillas, bombillas de colores y
papelinas que forman un manto en la zona de baile y que no dejan ver el cielo mientras
el aire las mueve a su paso produciendo un sonido de mar en calma y de fiesta
mayor. Al fondo hay un chiringuito donde venden comida típica de la tierra. Los
mayores están sentados en primera línea y escuchan atentos canciones que no
entienden y algunas habaneras que sí entienden y les producen nostalgia. Los
jóvenes quieren menos luz y más intimidad. Se apartan hacia la playa cuando
llegan las horas de la oscuridad al resguardo de algunas barcas mientras se
besan y hablan de intimidades y secretos inconfesables. Es lo que tiene el
verano en un pequeño pueblo con encanto de la costa cuando celebra las fiestan
del patrón San Juan.
Me decía mi abuelo que la mar tiene como límites el muelle, las rocas de
fuera, la playa y el acantilado. Por el lado contrario a nosotros, el
horizonte. Todos saben que la vida es cambiante y se comporta según las
circunstancias. Como si fuera la mar en calma un ratito antes del amanecer o
unos minutos después de la puesta de sol y como si esta mar en calma llegara
incansable a la orilla con largas olas mansas sin hacer ruido ni espuma. Estas
olas de esa mar recorren la arena fina de la playa de nuestra infancia y de
nuestros primeros enamoramientos y regresan al océano como si tal cosa. Sin
remordimientos. La vida, a veces, se comporta como una mar embravecida que
llega con fuerza a las rocas y al acantilado y se eleva tanto como puede para
luego tirarse con fuerza y con todo el ruido posible para romperse en mil
espumas. Sea de una forma o de otra la vida es así de extraña, de aventurera y
de cariñosa. Siempre es cuestión de mirarla a la cara como hacen los valientes.
Las consecuencias ya se verán en forma de cicatrices que todos llevamos. Cada
ola de la mar es un momento de nuestra vida. Un día o una etapa. Una historia,
un suceso o un acontecido con sus decorados y sus personajes con sus diálogos.
Tiene un comienzo y un desenlace y debe de adaptarse como hace la mar cuando
llega a la playa, al acantilado o al muelle.
La mar embravecida nos
genera una situación de impotencia y un punto de fragilidad emocional que los
pescadores intentan disimular. Un miedo furtivo que llevamos escondido hasta
que algún día acaba por florecer. Al final el conformismo nos lleva a la
incapacidad de hacer cosas importantes porque paraliza voluntades. Sólo algunos
detalles, nombres, lugares y aromas. Vivir junto al mar en calma no nos deja
acariciar la rebeldía. La mar es la que es y se comporta a su manera. Sólo nos
pide respeto. Que todos los días no son brillantes, pero hoy lo ha sido. La
vida es una cosa seria que requiere oficio para vivirla y la mía en Bergantinos
de San Juan tiene pequeñas y grandes contrariedades y sacrificios en cada uno
de los momentos del día. Esperanzas defraudadas y ratos de suerte mientras
disfrutas de todo lo que te rodea y de todos los que te rodean con
agradecimiento. La vida y los sueños son las dos caras de la misma moneda por
eso este relato ha sido escrito porque ha sido verdad o quizá no. De lo que
estoy seguro es que será leyenda.