El día está enfermo de cansancio. Sobre unos acantilados imposibles espero
ansioso la puesta de sol. Antes he cruzado unas zonas de penumbras de encinas y
olivares. De pinos, higueras y algarrobos.
Un camino estrecho y tortuoso que bordea el mar en toda su inmensidad.
Después de unos días hospitalizado me han dado el alta. He conseguido bajar
hasta las rocas dónde las olas insistentes murmuran sus aventuras. El sol,
mientras, va bajando dulcemente hasta posarse sobre el horizonte.
Algunos instantes después ya se ha puesto. Se ha escondido detrás del mar.
Está en otra parte para descansar. Queda la resaca en forma de una tenue luz que
va a menos.
Las nubes esperan sobre una línea mágica. Un lugar privilegiado para ver
aparecer las primeras oscuridades de la noche. Es justo en ese momento
cuando se mueve una ligera brisa aventurera y atrevida.
Siento la necesidad de acercarme a otras personas y charlar. Abrazarles. O
simplemente guardar silencio en la proximidad.
Cruzar hasta el otro lado. Cruzar la vida con sus horas y sus días. Con sus
miedos y sus valentías. Cruzar el mar, en definitiva. Necesito saber lo que hay
detrás.
Quizá el otro lado sea igual. Que la vida sea la misma, aunque se pueda
caminar de otra manera. Vivirla de otra forma. Sosegada y tranquila. Con las
ilusiones de la niñez. Las pasiones de la juventud y la sabiduría de la
madurez.
Huir de no estar solo. Ni desnudo ni ausente. Esperaré tranquilo. Pero si
el primer rayo de sol me ciega no podré ver el amanecer.
Busco por todas partes las horas vividas y las noches que me quedan. Quiero
pensar que me están esperando entre las olas de un largo atardecer. Quizá
encuentre la respuesta a toda mi vida al otro lado después de cruzar el otoño.
Vivir con delicadeza y conquistando el olvido. Necesito la memoria para
vivir con experiencia. Envejecer de forma solemne. Igual que naces y vives.
Antes de cruzar las horas y los días del otoño. Antes de cruzar la vida.
Esos días adecuados que hacemos lo previsto. Y lo contrario. Al final, la
vida siempre transcurre ajena a las nubes y a la lluvia. Incluso al viento y a las
tormentas. No siempre luce el sol.
La vida en otoño es como un sueño delicado. Como las sábanas limpias. Como
un horizonte despejado que casi se puede tocar. La naturalidad de las cosas que
nos ocurren cuando el aire es sereno. Sólo se puede vivir el otoño con
atrevimiento, aunque haya momentos de vértigo.
Con cobardías no se llega entero a la noche. Ansío los minutos venideros
porque la realidad nos espera. Cuando nací tuve ilusión por la vida. Vivir
incluye todo tipo de riesgos. Pero yo no lo sabía. Era una tarde de otoño y
hacía frio.
Fue la primera vez que me sentí querido. No me acuerdo la hora que era.
Acababa de nacer. Estaba empapado del sudor y las lágrimas del sufrimiento de
mi madre.