martes, 18 de septiembre de 2018

Sosiego de amanecer

Dice el poeta que las sorpresas no dejan huella. La cara que pones cuando la sorpresa, si. Porque cambias el semblante. Esto sólo puede haber ocurrido donde los árboles están espesos. Por eso casi no entra el sol. Donde el viento tiene dificultad para moverse y en vez de silbar, susurra cuando pasa. En definitiva, donde duermen los gorriones. 
Es importante para mi poderme recluir en el silencio cuando necesito soledad. La del poeta que ve y  escribe. Sin ruidos. Sin odio ni ira. Sin pecados capitales que te permiten volver a la infancia. Esa en la que todavía no has experimentado una caries ni el acné. Ni los desvelos de amor que no sea el maternal. Este tiempo aséptico de casi todo. Feliz por naturaleza. La infancia del mundo repleto de felicidad aunque luego descubras huecos y agujeros.
Demasiado tiempo protegido en la tranquilidad del útero materno. Ya sabemos que la vida es otra cosa que no habíamos imaginado. Incluso hay días con más sufrimientos que alegrías.  Es cuando uno se pide tiempo. Se da tiempo. Que dicen que lo cura todo. Ese tiempo en el que la peor alteración tendría que ser el ladrido de unos perros en la noche. Una tormenta cercana. El rasguño de una caída o la herida de unas púas de rosal. 
Con las ventanas abiertas para que entre el sol, el viento y la luz de la luna. Que los mortales entran por la puerta. Me da igual si algún día me he asustado por las sombras de las ramas de los árboles cuando el viento las mueve. 
Y cuando el poeta navega en la tempestad se pone de pie en la proa para desafiar la lluvia. No sé si el tiempo lo cura todo mientras pasa. Lo que si sé es que se lleva momentos y partes de mi biografía. Pero sigo siendo un mundo dentro del mundo y que no me falte nadie. Se me escapa este control. He decidido que el esfuerzo y la disciplina vigilen mi transcurrir. Perseverar en domesticar situaciones para evitar lamentos.  
Que los amaneceres, atardeceres y anocheceres sean de sosiego. Lo más parecidos posible. Me gusta que los amaneceres sean después de la noche. Y que anochezca cuando termina el día. Pura rutina. No quiero sobresaltos. Ahora tengo un amigo que sabe latín y cuando lo escucho me relaja. Todo lo que dice parece solemne y bonito. No me gusta mal interpretar las palabras. Confunden. Y aparece la niebla y la noche. Habla las grandezas y calla los horrores. Gracias amigo.
El tiempo nos lleva al destino. Y mientras las flores más bonitas también se marchitan. Por eso me he convertido en un ser capaz de dudar y de gritarle al mar. Seguir un orden. Una de las cosas buenas que tiene llegar a la cima es que puedes respirar el aire más puro. En casa los visillos son trasparentes para que puedan entrar los aromas. También tengo unos amigos que los crean. Como lo que se respira en los patios andaluces llenos de macetas y flores. Gracias amigos. Porque acompañan los momentos complicados y hacen más grandes las emociones. 
Por eso me fio de lo que dicen mis amigos en las tertulias de las mañanas. Y me fio de lo que escriben los poetas. Sus currículums académicos son pobres y escasos, pero su sabiduría es inmensa. Tendríais que escucharlos. Yo creo que el mar tiene algo que ver con todo esto. Salud. 

martes, 11 de septiembre de 2018

Aromas de quietud

Me levanto pronto. Siempre antes de que amanezca. Incluso antes del alba. Después de tantos años me sigue faltando tiempo para vivir todo el día la vida de cada día. A menudo me dejo influir por Cervantes, Bonald, Umbral, Neruda, De Luca, Machado, Lorca, Saramago, Mendoza y tantos otros que no acabaríamos nunca. No me hagáis elegir. No podría hacerlo. Son un motivo. 
Apenas unos rayos de sol tímido del mes de febrero. La naturaleza regala sosiego cuando contactas con ella y mientras caminas senderos de montaña. No son días de pasear de puntillas, sino con paso firme. El sol de invierno destiñe un poco el paisaje, menos los sentimientos. Mirlos y gorriones entre la escarcha del bosque que enseguida se seca. El bosque está humeante hasta que corre el aire. Escucho al poeta,

"Quiero por igual tus ojos 
y tu mirada. 
Tus labios y tus palabras.
El roce y la compañía.
Tu opinión y tu queja.
La rutina y el desasosiego
de la aventura.

Quiero el verano caluroso
porque el día es largo.
Quiero el invierno frío
porque huele a chimenea
a hoja en blanco y a tinta.
Quiero el otoño húmedo
para abrigarme con el libro.
Quiero la primavera por todo.
Por el aire limpio 
impregnado de aromas de quietud".

Creo que no es bueno trascender mucho tiempo. La vida es hoy. Todo lo demás son recuerdos y bonitas e interesantes previsiones. No son buenas las ataduras que me privan de libertad. Tampoco son buenos los molestos infinitos. Tengo por seguro que la experiencia me llevará a la sabiduría hasta conseguir la plena madurez. Luego, al final, la nada. No hace falta más. Sólo importará lo que quede de nosotros en los demás. El horizonte que vemos no es el definitivo. Detrás se esconden otros que sólo podremos ver al final de todo.

"Caricias temblorosas de la brisa 
sentado en el umbral de la casa.
Qué sabrá el aire 
del bien que nos hace.
La calma de una llovizna.
El sosiego de un silencio.
La compañía de la soledad
en un caminar sin rumbo
mientras te acarician
los arbustos del camino.
Conozco el sabor de la rutina
y el de la aventura desbocada.

Sé cómo llegar a una colmena,
alimentarme de la miel,
sin que las abejas me piquen.
Sé cómo coger una rosa
sin clavarme ninguna espina.
Ya sé cuando hay que hablar
y cuando toca callar".

No se puede ser neutral ni indiferente. Y cuando los pétalos caen, sé cómo caminar sobre ellos sin romperlos. Sólo para oler sus aromas. Es la recompensa de la vida agradecida. Las cenizas del final ya las limpiará el viento de tramontana. Uno se acostumbra a la rutina y al esperpento. A los vendavales y a la calma. A la seriedad y a la extravagancia. Sé cómo huele la quietud. 
A veces ocurre que la verdad parece mentira y la mentira, verdad. Tengo la sensación que la vida es una espera en el tiempo. Pensamientos nocturnos que nadie puede ver. Los momentos de paz que siempre hay en todas las guerras. Y ya nada nos conmueve. Ni los nubarrones que se acercan desde lo lejos para traernos lluvia abundante. Salud. 

martes, 4 de septiembre de 2018

La orina

Hoy, por fin, tengo que decir que tengo un amigo de hace más de cuarenta años. Perfecto pues.
Dicho esto tengo que añadir algo más. Andamos por las mismas fechas del nacer y somos compañeros de las cosas buenas que tiene nuestro oficio y de las cosas malas. La amistad es envidiable. Hace poco que los dos nos hemos jubilado anticipadamente porque las cosas ya no son lo que eran. Nuestros superiores han perdido el interés en nosotros y nosotros en el trabajo. Así las cosas de la sanidad pública cuando la consellera hace dejadez.
Tengo que decir, también, que mi amigo me ha contado una cosa de su historia que guardaba en secreto. Ahora ya no lo es y le da lo mismo si la cuento. Es lo que voy a hacer.
Tenía un abuelo que hace unos años le dejó. Yo, al fin y al cabo, no lo conocía de nada. Era mayor, republicano y con heridas de la guerra civil sin curar. Algo muy gordo le contaría a su nieto, mi amigo, para que éste hiciera lo que hizo.
Ahora es cuando os preguntáis qué hizo. Bien pues. Me ha gustado que me preguntarais y os cuento. Su abuelo estaba impedido en una silla. Pero pensaba. Su mente estaba lúcida pero tocada. Callaba los horrores vividos en la guerra y sus indecibles miserias. Hasta el día que le encomendó una faena a su nieto. Se lo pidió con cautela para no asustar.
Demasiado tiempo mirando el cielo para poder soñar adecuadamente. Sobre el destino. El odio, a veces, reaviva los recuerdos. Pensó en extravagancias y rituales de esos de clavar agujas a un muñeco de trapo. Todo para sanar las heridas y borrar ciertos pasajes de su biografía. Pero todo eso no funciona cuando hablamos de un cadáver o una momia, para ser más exactos.
Le pidió al nieto, mi amigo, que recogiera orina de su sonda y la guardara en un frasco de esos  que utilizan los laboratorios para analizar. Presentarse en la basílica donde reposa el genocida que, en vida, iba de uniforme y bajo palio. Y le vertiera la orina sobre el granito que lo mantiene preso en la eternidad junto a una flor marchita.
Hubo réplicas y contrarréplicas. Pros y contras. Idoneidad de ese  tipo de despedidas y esas cosas de las que habitualmente hablan un abuelo con su nieto. Mi amigo aceptó el reto. Tiene agallas. En su juventud,  y estando el generalísimo en plena forma, se hizo pasar por sordo y escaquearse la mili. Todo un desafío pensando en las consecuencias que hubiera padecido como desertor. Pero lo hizo y salió bien.
Llegando a la basílica aparcó el coche. Cogió unas flores de esas que crecen libres en las cunetas y las medio envolvió con papel de celofán y de aluminio. Silencio en la basílica y casi nada de gente. Subió unos peldaños. Apoyó un pie sobre la losa de granito y con la mano depositó, delicadamente, las flores junto al nombre esculpido. Esperó que se vaciara el frasco con la orina del abuelo mientras susurraba plegarias y pestes al muerto.
Se puso de pie a modo de despedida y miró hacia arriba para saludar a su abuelo donde estuviera y que viera que había cumplido fielmente con la promesa. Si os dais prisa y vais a ese lugar es posible que encontréis unas flores de cuneta marchitas y una marca amarillenta de lo que fue orina y que ya se habrá secado. Cada uno se despide de ese mundo y de algunas personas de la forma que cree más oportuna aunque sea  informal.
Mi amigo siempre me dijo que su abuelo era buena gente. Pero que había sufrido demasiado. Ahora estará compartiendo ratos libres con el otro. O no. Vete a saber. Si esto fuera una película saldría algo así como "esta historia está basada en hechos reales". Para vosotros, los vivos que leéis, salud. 

lunes, 3 de septiembre de 2018

Sin ataduras

Palabra provocadora, agitadora de conciencias.
Escritura que aporta porque dice y porque calla.
El pensamiento sabio que escribe con lucidez.
Pensamiento mediocre de mente atormentada
que no cree que el ocio sea cultura.
La intelectualidad no siempre es lo que pensamos. 

Amanece con el alba, siempre antes que el sol. 
Respiramos hondo y aclaramos ideas
mientras se aleja la oscuridad.
La desazón del nuevo día y las primeras lluvias
de terminar el verano.  

Tengo un amigo intelectualmente modesto.
Depredador de libros, aunque no entiende todo. 
Acaricia las páginas y chapotea entre las letras. 
Ha refrescado. Se nota en el ambiente. Lo dice. 
Tiene un punto ingenioso con el que alarga el día. 

Vino de otro pais y se trajo el idioma y recuerdos.
Escribe al amanecer con una pluma sensible.
Cuando sueña deshabita el cuerpo de día.
Porque hay cosas que se hacen sin ataduras.
Como el poeta que leo ahora. Que escribe con el alma. 

La lucidez no dura todos los momentos del día.
Uno sólo es brillante a ratos. Como la felicidad.
La escritura tiene que tener detalles.
La vida de cada uno tiene sus tiempos y ritmos.
La literatura clásica como alivio antes de la noche.
Los colores de los paisajes y los olores de andar por casa. 





miércoles, 22 de agosto de 2018

Bernat y Erri

Uno de los escritores que más me gustan y leo ha dejado anotado en un libro algo así como; "Mar adentro, en cualquier época del año, se cruzan pateras y veleros, a los más opuestos destinos. La gracia, la elegancia y la indiferencia de una gran vela hinchada de una potente embarcación con pocos pasajeros a bordo roza la chalupa de los migrantes. 
No responde al saludo ni a la solicitud de ayuda. La proa afilada abre las olas a todo trapo. Desde la barcaza la ven desfilar sin ser capaces de explicarse porqué, inclinado el velero hacia un lado, no vuelca ni se hunde como les ocurre a ellos. Los migrantes sin espacio sólo intentan mantener el equilibrio para no terminar al fondo del mediterráneo. Algunos sonríen al ver el velero de la fortuna. Unos creen que al mundo que van todo es así, otros desesperan de que al mundo que van todo sea así".
Eso ha venido a escribir un napolitano de más de setenta años y toda una vida repartida entre el mar y la montaña. La aventura arriesgada como forma de vida porque la vida no le ha proporcionado otras oportunidades. Ahora persigue la sabiduría desde la humildad y escribe porque sabe que es la única manera de sentirse vivo. Y aún así es complicado. Me he dejado contagiar de su sensibilidad desde hace tiempo. 
Ha llegado el momento de huir de lo superficial e innecesario. De aquellas cosas, momentos y personas  que resultan ser tóxicas y perturban mis emociones, mis sentimientos y la forma de vida que he decidido. Por ese tipo de lecturas me da la gana ver amanecer todos los días aunque a veces haya nubes o incluso esté lloviendo.
Migrar, casi siempre, es ir hacia la oscuridad en busca de la luz. Quizá, si llegas, puedas ver alguna cosa. Sólo si llegas. La travesía siempre es complicada. Produce vértigo querer pasar del tercer mundo al primero de un tirón. Pero se saltan el segundo mundo, no por darse más prisa, sino  porque no existe. Aún así lo intentan todos los días, sin tener experiencia de mar, de barcaza ni de primar mundo. El sol también se pone todos los días para todos. El mediterráneo no debería ser una tumba para esa gente y a esa edad. Puede ser interesante que las olas muevan las cenizas de uno si se ha muerto de viejo en una cama de una residencia para la tercera edad. Sólo así se justifica.
No son conscientes de la realidad porque las ganas y las necesidades, a veces, nublan los riesgos. O viajas o mueres. Y si viajas, a veces, también mueres. Es un tema recurrente en las tertulias. Nosotros sabemos la respuesta a ese problema. Tenemos la solución. Pero nadie nos escucha. Los responsables -perdón, quería decir los políticos irresponsables- piensan de otra manera. Así nos va y les va. Algunos somos más sensibles porque, como Serrat, también nacimos en el mediterráneo. Y es muy grande. Los delfines, Erri De Luca, yo mismo y otras gentes también lo saben. 
Pero no pasa nada. Para eso está el paisaje y las plácidas olas. Si no te gusta una cosa miras para el otro lado que hay otro paisaje. Y además pronto llegará el invierno y traerá el mal tiempo. Tendrán que dejar de venir o hacerlo de otra manera. La muerte nos llega a todos. Es cuestión de tiempo. Al margen de dónde hayas nacido y de quién seas. Pero algunas personas y niños mueren ahogados en el mar por no morir en su tierra de hambre, guerra y miseria. Morir en un sitio por no morir en otro.
Escribir este tipo de historias como si fuera literatura me jode mucho. Siempre entendí la literatura como otra cosa. Los clásicos, por ejemplo. Pero antes no venían migrantes en barcazas o pateras. Por eso tampoco teníamos radares y concertinas. 
Por cierto, creo que no he mencionado que los viñedos están preciosos y que en unos meses habrá que vendimiar. Las últimas lluvias nos proporcionarán buenos vinos que algunos podrán rozar los quinientos euros la botella. Que frivolidad. Otro día escribiré historias del mar en calma y de olivos centenarios para resarcirme de esta. También de la sombra que proporcionan las encinas y las higueras que muchos nunca verán. 
Tampoco he contado que mi padre se llamaba Bernat. Cuando yo era pequeño se celebraba la onomástica de forma sencilla en casa. Venían familiares y amigos. Nunca faltaron las cocas de trampó, de pimientos y de albaricoques. Y siempre comíamos las primeras "figues de moro" que mi padre iba a buscar a Lloseta. Pueblo importante donde le amamantaron. No era opulencia pero tampoco era miseria y no nos jugábamos la vida. Salud.   

jueves, 16 de agosto de 2018

Relato

Hoy me ha parecido un buen día para retomar la actividad de escribir más allá de una reflexión en un tuit. Ya os he contado en alguna ocasión que tengo por costumbre despertarme y levantarme antes de que lo haga el  sol. 
Posiblemente es uno de los momentos más efímeros del día porque es imprescindible vivirlo para afrontar con ciertas garantías lo que queda de los momentos venideros. Con sus silencios y sus barullos. Con su sirimiri o su brisa bochornosa. No sabría hacer otra cosa  ni de otra manera. Ver amanecer es garantía de vida.  
Tengo que reconocer que me costó entender el silencio del alba y la penumbra del amanecer. Porque sólo voy a saludar el alba en aquellos lugares donde habita el silencio. El día cuando empieza, calla y esto multiplica el placer. Puedes pensar mientras miras cómo clarea. Reflexionas pensamientos y meditas ideas. La vida es de lo más complejo y sencillo dependiendo del estado de ánimo.
Luego vendrá el ruido y el caos. Una especie de ensayo del juicio final. Donde todo el mundo gritará porque creerá tener razón y no querrá ir al infierno. El sol se deja intuir cuando empieza a incendiar el horizonte. El momento impone. Esa luz cegadora que te permite formar parte de la naturaleza y del universo. El momento de la vida transparente. 
Cuando todo esto que cuento ha ocurrido nos citamos en la terraza del bar de Pepe. Con Eugeni y los demás que ya conocéis porque os he hablado de ellos. Es el momento en que el mar despierta y empieza a mandar olas. También despierta el bosque y los campos y los paisajes. Una vida paralela que dura lo que dura un amanecer en nuestra vida. Es el relato de cuando el corazón late a otro ritmo, la tensión se normaliza y careces de odio. 
Y llega la tertulia. No es un hablar por hablar. Es un hablar sin concretar con unos y otros. Con el que está más cerca para no tener que gritar que ya nos fallan los oídos. Donde cada uno es guionista, filósofo, actor y crítico de si mismo. Porque hay algo que tiene que quedar muy claro desde ahora, los jubilados sabemos cómo se tienen que arreglar las cosas sin sobrecostes, sin mamandurrias ni mangoneos y sin faltar a nadie. 
Brisa fértil y generosa que provoca sonrisas. Brazos que se mueven de forma alocada en todas direcciones porque los gestos valen más que las palabras. Todos dejamos abiertas las puertas y ventanas de las casas para que corra el aire. Éste sabe que puede entrar por dónde quiera y salir por dónde le de la gana. Levanta las cortinas y cambia los olores de sitio. Estamos todos de acuerdo que la brisa siempre empieza en el mar y luego se distribuye por todo el pueblo.
Todos los días empiezan así porque todos los días amanece después del alba. Las mañanas que hace frio no estamos en la terraza porque no necesitamos una pulmonía. Los veranos es otra cosa. Luego llegan la rutina del paseo prescrito por el médico y las improvisaciones que nos hacen sentir mejor. 
La parte central del día está dedicada a convivir con el mar. A veces pescamos y otros simplemente miramos. Que dice Eugeni que la vida empezó en el mar. El contacto con el agua nos retrotrae al útero materno porque el agua de mar actúa como líquido amniótico. Son cosas de Eugeni y del poeta cuando se ponen filosóficos con el mediterráneo. 
Los días pasan rápidos y cada vez más. Nunca entenderé porqué razón. Días difusos, opacos, calurosos, o todo lo contrario. Lo único cierto es que hay que vivirlos evitando problemas innecesarios y situaciones tóxicas. Dejarse llevar por el viento del norte que es el que más refresca. 
Tenemos un cura post-moderno. Nos ha dicho que el cuerpo es una morada eventual del alma mientras dura la vida. Que no le cojamos demasiado apego a la vida porque pasa en un pis pas. Lo más efímero que nos podamos imaginar.  Las experiencias se acumulan en el cuerpo y éste se quedará aquí atrapado con la muerte. Donde vaya el alma no necesita experiencias ni currículum. La vida terrenal es sólo un paréntesis. Ya lo sabíamos pero nos ha puesto de mal humor. Le hemos hecho saber al cura que para desayunar con nosotros tiene que hablar de otras cosas de lo contrario que pase, salude y siga su camino. Que nosotros andaremos el nuestro. Salud.   

viernes, 9 de marzo de 2018

Pretendiente

Me contaron que pasó una vez.
Serían las cuatro y media de la madrugada. Más o menos. Don Fulgencio se levantó de su cama porque había terminado el sueño y estaba descansado. De todas formas parece ser que era su horario habitual. 
Al otro lado de la calle, justo en frente, vivía Alfredo. En una pequeña y modesta casa. Alfredo, por esas fechas, era pretendiente conocido por todo el pueblo de Celia. La hija menor de tres de Don Fulgencio. 
Alfredo no había dormido esta noche por varias razones. Su cabeza estaba ocupada por muchas  cosas y su corazón por una. Vigilaba la casa de Don Fulgencio con interés para saber el momento en que se levantaría. Sabía que era pronto. No era la primera vez que pasaba la noche en vela vigilando. La cosa es importante y urge y mejor pillarlo a medio despertar y terminar con ese sin vivir. Esas horas tan tempranas en las que ningún mortal está preparado para pensar de forma adecuada. 
Me cuentan que Alfredo vio luz en casa de Don Fulgencio. Se miró al espejo y se arregló un poco o mucho para esas situaciones de quedar bien y causar buena impresión. Salió de casa. Cruzó la calle y golpeó la puerta de su vecino. En poco tiempo se abrió la puerta y, casi en la penumbra, aparece la figura siluetada de Don Fulgencio en pijama. Un saludo amable y afectuoso entre dos vecinos que mantienen buenas relaciones.
Don Fulgencio sigue hasta la cocina donde ya empieza a oler a café e invita a Alejandro a que le siga. Qué te trae por aquí a estas horas, pregunta. Acaso no puedes dormir. Habla como si todo fuera normal cuando nada era normal. La edad. Alejandro y su manojo de nervios que lleva en el estómago intentan responder dentro de la normalidad. 
Verá Don Fulgencio, es que quería hablar con usted así en privado. He visto luz y he pensado que sería tontería demorar por más tiempo este tipo de cosas. He venido a pedirle que me deje casar con su hija Celia. Don Fulgencio, sin inmutarse, terminó de preparar su taza de café y otra para Alejandro. Mira, he pensado que deberíamos terminar de despertarnos mientras sorbemos el café. Luego salimos a la terraza y, mientras vemos salir el sol, hablamos del asunto. Si te parece bien. Bueno. Si. Claro. Faltaría más. Balbuceó Alejandro.
Los minutos siguientes pasaron desapercibidos mientras repasaban así por encima temas de política, fútbol y el tiempo que se había vuelto loco. Temas de relleno, en fin. Salieron a la terraza un poco antes de las seis y contemplaron el alba más larga de la historia. La que no parecía tener fin. Luego empezaron a insinuarse los primeros destellos de un sol amarillento sobre el fondo azulado del horizonte.
Y dime Alejandro qué era esa cosa tan importante de la que querías hablar. Bueno, como le decía, quisiera que nos permitiese a Celia y a mi hacernos novios durante un tiempo para luego casarnos. Y respiró profundamente porque había hablado en un estado de apnea profunda. Don Fulgencio lo miró. Le puso una mano sobre el hombro y le vino a decir que ya era hora. He llegado a pensar, a veces, que nunca me lo pedirías.
Me parece bien. Se lo comunicaré a Celia en cuanto se despierte y espero que tu hagas lo propio en cuanto la veas. Quiero suponer que ella está de acuerdo con esto. Si, claro. Y para otra ocasión busca una hora más adecuada que parecemos dos embabiados viendo salir el sol. Pero reconozco que hoy salió distinto. Salud. 

viernes, 15 de septiembre de 2017

Crecer

Un día que amaneció gris y no vi el mar. Enseguida me puse a dibujar olas. No fuera a olvidarlo. 
He oído un portazo. Alguien ha cerrado la puerta de forma brusca. Pero no hay nadie dentro ni fuera. Habrá sido el viento. Las cosas pasan para no volver si no es en forma de recuerdo. La vida se camina a cada minuto. Pero no se desanda. Todo queda. Tal cual según quien lo interprete. Por eso valoro la importancia de cada segundo y de cada momento. 
Pero me doy cuenta que vivo situaciones confusas. Como envueltas en celofán. Hay distorsión. Y me preocupa lo que quede y cómo quede. Lo importante, pues, no será tanto el objetivo sino lo que haga y viva para llegar a él. Se llega relajado y nunca con desespero. Lo dice el poeta. 
Hay quien está privado de libertad. Otros en libertad vigilada y la libertad dubitativa. La eterna metáfora de la vida y de la época de las tecnologías. Grave problema tiene el que no sabe qué hacer con la libertad. Si supieran los que vigilan la mía cuanto me preocupa o lo poco qué me importa. Recuerdo que en mi infancia tuve una libertad cómoda, protegida. 
Pienso que no todo lo que parece bueno lo es en realidad. 
Frédéric Chopin vino a Mallorca a curarse los pulmones. Vivió el peor invierno que hemos tenido en la Isla y casi se muere. Por escuchar consejos. El Archiduque Luis de Austria llegó y le gustó. Se quedó y vivió a todo trapo. Le estamos agradecidos a su mama que es la que pagaba.
Por cierto. Que una cosa lleva a la otra. Como siempre. Y me acabo de acordar que de pequeño tuve varias cometas. Mi padre me enseñó a hacerlas. Me dijo que les soltara hilo para que volaran libres. Ahora, a mi edad, pienso que no eran libres toda vez que las tenía atadas con una cuerda. O si. Depende de cómo se mire. A vueltas con la filosofía. Estaban manipuladas por mi mano y la cuerda y por el viento. 
En un pequeño salón hay un mueble repleto de fotografías. Percibo el pasado. La foto representa el pasado para recordarlo en el presente que pasa a ser pasado en el minuto siguiente. Es un círculo. Tengo que pensar más al respecto. Porque algunas son actualizables pero otras no. No se si me interesa.
Todo lo que vivimos pasa. Lo definitivo está por llegar. No hay prisa. Y por eso he decidido que ya estoy viviendo lo definitivo. Es la ventaja de los que carecemos de fe. Pero a conciencia. Tomando nota de los fallos. No fuera que no tuviera razón y hubiera una segunda parte y más. 
Pensando en lo que estoy escribiendo. Tengo cientos de fotografías de amaneceres y puestas de sol. No sabría contestar porqué las guardo. Cada día se repiten y las puedo contemplar en directo. Todo esto es el resultado de una tertulia mañanera de café descafeinado con dos terrones. Hablar con Eugeni o con el poeta no hace más que crearme más dudas.
Algún día formaré parte del mar. Y viviré en un vaivén de olas. Me desplazaré desde la playa a mar adentro y viceversa. Conoceré acantilados y dormiré en puertos. Los días de ocio me acerco a la playa y me dejo despeinar por la brisa refrescante. Si no puedo ir me imagino un mar relajado. El paraíso de la biblia está en el cielo. Pero no tiene mar. No será el paraíso verdadero. 
Después de todo eso me he tirado en el sofá y he puesto la canción Amores de Mari Trini. Que también habla de una barca y de unos remos. De la vida y del amor. Salud. 

lunes, 3 de abril de 2017

Respirar

Los minutos que más cuentan son los del descuento. O los de la prórroga. Los días de la vida pasan y nos envejecen. Por eso procuro ser muy preciso en todo lo que digo y hago. En todo lo que pienso y escribo.  
Dice mi amigo el poeta que mientras espera un destino adecuado aprovecha para vivir al máximo y hacer cosas. La vida debe tener rincones en los que todavía no he mirado. Y eso que me paso horas sentado en el escalón de la puerta de casa para ver cosas. Y También miro desde la ventana. Pero al final terminas por pisar calles y caminos. Aquí es dónde aprendes.
Hay días intermedios. Entre ayer y mañana. Es el día que no sales y vives contigo mismo. Con tus cosas, tus libros, tu música y todo lo pendiente. Tu vida relacionada de forma virtual. La que quedará reflejada en nuestra biografía con letra cursiva. Esos días con la ausencia de la naturaleza, su profundidad, su aroma, su aire, su calma y su color.
El espejo ha memorizado la cara de ayer. Pienso en la vida de antes y en la de después. La luz del día está fuera. Quizá me falte ilusión. Dónde estará mi inteligencia. Cerrarse en casa no es tiempo perdido. Siempre podremos recuperar las cosas pendientes que pueden llegar a ser muchas. Cuando las filosofías de la vida y sus misterios me persiguen a dónde sea que vaya. 
Un contertulio de las mañanas llegó un día con un caminar más lento de lo habitual. Luego sus ojos dejaron de mirar y de fijarse en las cosas. Dejó de venir a las tertulias. Luego supimos que perdió el habla, la sonrisa y la memoria. Empezó a vivir sus días de prórroga. Se nos hacía difícil imaginarlo así. Empezamos a verlo menos hasta que dejamos de verlo del todo. Ahora hay días que le recordamos. De todo lo que dura una vida hay pocos momentos que son de felicidad. Creo que los justos y necesarios. Pero puedes aumentarlos. Todos sabemos lo que queremos decir cuando no decimos nada. Nosotros seguiremos con las tertulias del café con leche y sacarina de las mañanas porque las costumbres no se dejan. Que ya sabéis lo que ocurre. El alma, un buen día, te deja.  
Hay exposiciones sobre las edades del hombre. Pero hay otras edades que no tienen exposiciones. He leído que hay una edad para ser un niño inocente. Otra para ser un pánfilo adolescente, para producir y reproducir, y otra para jubilarte y disfrutar de todo lo pendiente, la de guardar los nietos o viajar y la de estar postrado en una silla sin hacer nada. La edad de vivir de objetivos y la de vivir de recuerdos. Las de ver las lejanías como algo a conquistar y las de mirar los decorados y los paisajes con cierta opacidad. La línea del horizonte se mueve. A veces parece cerca y se ve asequible y otras se sitúa en la lejanía del tiempo. Así es la vida y su mar, vivida en una isla.
Pero los grandes males también tienen remedios. El mar, por ejemplo. Su aire de salitre que todo lo cura. Menos a Frédéric Chopin que lo terminó de hundir. Tienes que respirar profundo sentado a la orilla. En la playa. Mientras el sol se pone en Deià. En la habitación de casa sólo amanece cuando retiro los visillos de las ventanas y abro las persianas. Entonces entra la claridad. Salgo de casa y me pongo a la intemperie para contactar con el mundo silencioso de las mañanas. Que, poco a poco se vuelve ruidoso y tengo que seguir caminando por la acera que al principio siempre es ancha y luego se estrecha. Los amaneceres nunca son iguales. Tampoco las puestas de sol. Ni siquiera los días.  
Y yo te sueño cuando los perros no ladran. Cuando las calles están iluminadas por farolas. Que la negrura de la noche es propicia para los deseos. El erotismo de la penumbra o la oscuridad. A partir de cierta edad la vida brilla sólo en apariencia, hasta la prórroga. Por las noches las tertulias se hacen en la calle y se habla de intimidades. Cuando los niños ya se han ido a dormir. En mi infancia eso también pasaba. Pero yo escuchaba mientras me hacía el dormido. De las cosas que se entera uno cuando los mayores hablan de cosas de mayores.
La noche tiene sus sonidos. Yo ya los conozco. La inocencia no cuestiona. Así de simple. No recuerdo cómo pero descubrí que cuando la gente se va para siempre no se va a ningún sitio en concreto. Eso era la muerte y sigue siéndolo. Así también aprendí que uno no puede dominar las lágrimas. Pero que las que son de tristeza saben amargas. Yo no tengo ninguna urgencia en llegar a la prórroga de la vida. O a los minutos de descuento. Como cafetero que soy me gusta saborear los buenos momentos. Salud.

domingo, 2 de abril de 2017

Nacer

Todo empezó una tarde de otoño. A principios de Noviembre. Algo de lluvia y un frío de estreno. Fue entrar en contacto con el aire y empezar a llorar. Aún no sé muy bien porqué. El aire del pueblo es el del mar. Eran las seis y diez de la tarde. Justamente. Yo no olvido esas cosas. No puedo explicar el porqué pero no se trataba de molestar. Recuerdo el olor a sudor, a sufrimiento y a alegría.  Mi madre era así. Las manos expertas de una partera y una paciencia ilimitada de una mujer ansiosa. Yo hecho un manojo de nervios cuando escuché -es un niño!
Ahora, desde la perspectiva del tiempo, reconozco que fue una aventura de alguien sin experiencia. Una temeridad. Pero a lo hecho, pecho. Me adentré en el silencio de lo desconocido. Como un abismo vacío. Un camino por recorrer sin saber a dónde te lleva. Complicado de caminar. Un sol inocuo alternado de nubes de sirimiri. Yo sólo veía siluetas en la habitación de mis padres. Y escuchaba susurros porque entender a los mayores me resultaba complicado justo recién nacido. Reconozco que los comienzos fueron complicados. Las ilusiones eran muchas pero todas desnudas. Había que vestirlas, o no.
La mañana del día después desperté pronto y con hambre. Luego entendí que era algo normal. La mañana era pálida y se hizo larga. Yo con sueño y las visitas que no paraban. Así todo el día en brazos de alguien. Yo sonreía por quedar bien. Fue duro luchar contra el sueño. Salí de casa justo a los siete días para ir hasta la parroquia de la Almudaina (la seo o catedral). Vestido con mis mejores galas para que me hicieran católico. No lloré. Que quede claro. Fue complicado como lo es ahora. Sueños, bostezos, amamantado a ratos y esas cosas que ocurren cuando a uno le bautizan sin consentimiento.
A cada momento una aventura que ahora cuento en primera persona porque no quiero delegar en otros. Que se sepa toda la verdad y de primera mano. Debo aclarar que con el tiempo he desandado pasos hasta volver al ateísmo de antes de nacer. La vida me resultaba más fácil en aquellos tiempos porque yo no gestionaba mis problemas como hago ahora. Me costó distinguir colores y olores. Todavía tengo en mi memoria los de mis seres queridos. Y su voz. El susurro de una radio puesta todo el día. Con músicas en blanco y negro que ahora no se escuchan. Así la vida que otra cosa no había.
Mis aficiones por los amaneceres, atardeceres y puestas de sol fue más tardío. Iba descubriendo el aire, el viento, la lluvia, el sol, las cosas de cada día. Confundía los días con las noches porque dormía demasiado y comía a todas horas. Ahora controlo, incluso con las guardias en las trincheras. Puedo escribir esto porque quedan ecos de aquellos tiempos. Antes de que ya no los oiga. Que luego querréis saber y no podré contar. Fui adquiriendo habilidades y facultades. Ahora las voy perdiendo poco a poco. Pero como ya dije, he aprendido a estar bajo el agua sin respirar. También sé difuminarme en el aire, el viento y las sombras. No te puedes perder ningún amanecer. Mal asunto el día que lo haga. Cada recuerdo es un reencuentro conmigo mismo que de momento no me quiero perder. Los vacíos pueden provocar tristezas, pero las soledades no siempre. Las mismas cosas y personas que me provocaron felicidad también me han provocado tristeza. Por cierto que mi madre se llamaba Ana. Salud.