domingo, 1 de marzo de 2015

Cruzar

Cruzar la calle hasta el otro lado
cruzar la vida con sus horas y días
con sus miedos y sus valentías
cruzar el bosque y el mar.
 
Al otro lado la acera es igual
la vida es la misma
 pero puedes caminar de otra forma
o vivir de otra manera.
Después de cruzar
las pasiones de juventud
son dependencias de madurez.
 
Huir de no estar solo
ni desnudo ni ausente
si el primer rayo de sol me ciega
no podré ver el amanecer.
 
Busco por todas partes las horas vividas
y las noches que me quedan.
Me estarán esperando en el infierno
 o entre olas de un largo atardecer
quizás las encuentre al otro lado
después de cruzar.
 
Vivir con delicadeza conquistando el olvido
después de cruzar la calle y las horas de la vida.
Necesitaré la memoria para vivir con experiencia.
 
Envejecer de forma solemne igual que naces y vives
antes de cruzar la calle, antes de cruzar las horas
antes de cruzar la vida.


lunes, 23 de febrero de 2015

Hoy

Hoy ha amanecido nublado desde el horizonte hasta  el infinito. Con un viento moderado del sur que me envuelve. Llegan la barca y el pescador. Con la parsimonia que requiere cortar las olas hasta el puerto. He vuelto del sueño y de los sueños. Ha sido una noche fugaz. Como muchas. Hoy tengo muchas cosas que hacer.
Ahora mismo tengo la mirada puesta fijamente en ninguna parte y aprovecho para pensar. Creo que tuve una niñez bastante silenciosa. Tanto que casi la he olvidado. Seguramente pasé de la niñez a la juventud responsable prescindiendo de la adolescencia caótica. Con rapidez. Que las adolescencias suelen ser ruidosas y tontorronas. Lo digo porque mi edad adulta también resulta tranquila y sosegada. Como me la había imaginado. Es más fácil saborear el tiempo y los lugares.
Hoy, decía, mientras disfruto de mi madurez, pensaré en la adolescencia que no recuerdo haber tenido. Para compensar, simplemente. Cielo, nube, lluvia, bosque, sol, tierra, rio y mar. Todo en uno. Y el aire que respiro que me da libertad. Ayer llovió y luego salió el sol. Hoy huele a tierra mojada de primavera. A niño recién lavado. A cuadro de Sorolla. A música de Vivaldi. A escritura limpia. Huelo a sosiego cuando toco las sábanas blancas.
Porque dónde estoy empieza a salir el sol. A pesar de las nubes. Estoy compartiendo la ensaimada con los gorriones. Si no, se van. Son una compañía interesada. Me he preparado un libro de esos de experiencias de autor. De vivencias y reflexiones. Donde lo real, a veces, no es natural. De cuando el presente se complica y se vuelve amarillento. Casi sepia. Hoy es así. Además es lunes y la semana se presenta prometedora.
Espero que las nubes que hay desde el horizonte hasta el infinito no se acerquen. Necesito sol. Y que siga soplando el viento moderado del sur. He visto brillar unas lágrimas sobre una mejilla. El poeta, que viene conmigo, también las ha visto. Se ha puesto a escribir emocionado. Es sensible a estas cosas. Hoy resulta ser un día de certezas. Las dudas están donde las nubes. Y en la mente olvidada. Sólo puedes vivir la vida luchando. Si te rindes pierdes el alma. Luego vienen los responsos y los llantos. La pena de no haber luchado lo suficiente.
La tierra es un vivero rodeado de agua. Como una isla. Está amaneciendo y el cielo es azul porque no hay nubes. Sé que las lágrimas sobre una mejilla, si brillan, es porque son de alegría. Tienen su historia y sus motivos. Eso me dice el poeta que sigue escribiendo emocionado. Las olas no son una compañía interesada como los gorriones. Ya no habrá más lágrimas cuando te desahucien de la vida. 
Los jubilados que desayunan en el bar de Pepe saldrán a la terraza en verano. Y habrá más gorriones. Pero las mismas olas. 
Hoy me ha costado quitarme el pijama de pereza y de sueños. El gallo de Vicens no me ha despertado lo suficiente. Soy huésped de mi mente. O de mi cuerpo. Quizá de los dos. Cuando llegue la primavera lo sabré. Pero todavía queda una cuaresma de por medio. Creo que siempre he sido un niño inocente y silencioso. Será por eso que escribo los días como hoy. Salud.  

lunes, 16 de febrero de 2015

Cristal

Hoy es un domingo como otro cualquiera. Me he levantado de buena mañana y me he abandonado al día de domingo. He llegado a la plaza de España y me dispongo a desayunar en el Bar Cristal. Esquina con las avenidas. De las antiguas cafeterías con encanto que aún quedan en Palma. Apenas unos rayos de sol tímido de mes de Febrero que entran por un gran ventanal. Se quedan dentro y propician una atmósfera adecuada. Puedo observar el cine Avenida y la estación del tren de Soller. Pues, un café y una ensaimada. Por favor.
En la pared de enfrente hay un espejo enorme. De punta a punta con vista panorámica de toda la cafetería. Un reloj digital parado a las 08:53 del lunes 6 de Diciembre. A saber de qué año. Una emisora de radio y música a un volumen de susurro. La puerta está abierta y el camarero tiene facilidad para entrar y salir a servir a los fumadores. O a los que les gusta pasar frío. Como se quiera. Wifi Free Zone. Gente con móviles, tabletas y portátiles. Lecturas de prensa y libros. Y tertulias entretenidas de las de no tener prisa. Como he dicho, es domingo.
Los días también se reúnen en el Bar Cristal para pasar el tiempo. Sobre todo en los inviernos fríos. Y en los veranos calurosos buscando el fresco en la terraza. El tiempo está en el bar a disposición del cliente. No es el bar de Pepe. Aquí no se ve el mar ni el amanecer. Escucho susurros de palabras y música. Los que están fuera tienen la compañía de las palomas. Muchas menos que hace años. Es un punto de encuentro. Un referente en Palma. Te citas y luego te quedas a tomar algo y a consumir tiempo. No es un sitio de prisas.
Ya he dicho que es domingo. Eso significa que sólo estamos los madrugadores. Los que tenemos un vecino que tiene un gallo que nos despierta por las mañanas. Los que tienen un perro que sacar a pasear. Y los madrugadores por naturaleza. Los demás están desaparecidos. Escondidos en sus casas o en sus camas. Algunos ya habrán cogido coche rumbo a la montaña. Que tenemos nieve y hay que aprovechar. Hoy, para mi, es un día de interiores. De lectura y de calentarme al calor de unos rayos de sol. Para otros será un día de exteriores. Lo digo por lo de la nieve y porque es domingo. Un día completo de posibilidades por explorar.
Por cierto que vuelvo a mirar el reloj digital y son las 09:18 del mismo día de semana y mes. Nada coincide con la realidad. A lo mejor está hecho aposta por algún interiorista que se preocupa por lo que haces y no por el tiempo que tardas en hacerlo. Aunque el día pueda ser inmenso tengo la sensación de que es provisional. Un día sustituto de otro. A la espera de otro día que sea definitivo. El tiempo acorta la mañana de interior que llevo porque es domingo. Llegué temprano y ya no lo es. Luego me iré a un paseo lento junto al mar. Con las olas vagabundas.
Llegan unas señoras de edad adulta que vienen de misa. Dicen que el cura hoy no se ha lucido en la homilía. Las misas en latín eran más largas. Son conversaciones de domingo. Yo prefiero seguir escribiendo. No me fio del reloj y el tiempo se me echa encima. Salud.



domingo, 8 de febrero de 2015

Carme

Hemos subido la montaña. Hemos cruzado el bosque. Nos hemos sentado al borde del acantilado. El mar, en frente a nuestros pies. A la altura que estamos no podemos escucharlo. Lo vemos e intuimos lo que querrá decirnos.
Hoy he subido al recodo del camino, del que ya he hablado en otro momento, con una señora casi mayor. Es Carme. Ya con sus años y adicta al mar y a las aventuras. Ha vivido mucho, o lo suficiente, como para haber recopilado cientos de aventuras que contar. Su sabiduría es tan grande como el mar y fluye como las olas.
Observa el horizonte y lo señala con el dedo. Lo mira fijamente y me dice. Este horizonte que vemos no es el fin. Detrás de él hay otros. Con otras aguas otros bosques y otros vientos. Pero ahora no nos pertenecen. Sólo podremos llegar a ellos en forma de mente inteligente cuando hayamos cruzado la noche de nuestro tiempo. Nuestro cuerpo quedará aquí. Todo lo que sea capaz de abandonar el cuerpo físico llegará allí.
Así de contundente. El sol ya lleva unas horas amanecido y nosotros seguimos bajo la hipnosis del amanecer. Nubarrones a lo lejos que traerán lluvia y nieve. Viento y frío. Dice también Carme que ese lugar más allá del horizonte que vemos tiene música. Unos ritmos que nunca hemos escuchado y que van acompañados de buenas rimas. Donde la melancolía está domesticada y no te importa nada lo que ocurra aquí. Es bueno saberlo.
No hay hombres, ni mujeres ni niños. No hay edades ni sexos. Hay mentes inteligentes que interactúan. No hay normas porque hay respeto. Hay días y noches porque la mente también descansa. Gestos que valen más que las palabras. Las tormentas contribuyen a un estado de ánimo diferente. Positivo.
En este mundo que estamos no hay tiempo suficiente para hacer todo lo que quisiéramos. Carme ya tiene objetivos para luego. Me pilla escéptico y se nota. Pero le resta importancia. Vivimos una vida insuficiente. Adaptada. Por eso habrá más. Allí también hay animales que te cautivarán. La sabiduría precede a Carme y su madurez aventurera. Por cómo lo dice en su convencimiento.
Un lugar para mentes creativas y reposadas. Con la sola luz tenue que queda después de la puesta de sol. Ya no te lo podrás borrar de la mente. Es muy grande porque es otro mundo. Otra cosa no conocida. Pero ella ya lo sabe. No lo conoce pero se lo imagina perfectamente. Almas sin cuerpo. Árboles sin bosque. Olas sin mar. Vientos sin aire. Calles sin esquinas ni farolas. Sin niebla, sin sombras y sin penumbras. Miradas.
No caben esqueletos ni malas caras. Sonrisas que te salpican como la espuma de las olas al romperse. Ni bien ni mal. Que esto es cosa de aquí. Un continuo despertar de un continuo quedarse dormido. Piensa, me dice Carme. Lo hago y me confundo. Como si la infancia por fin se hubiera dormido en plena madurez. Es lo que hacen los poetas antes de escribir.
Quiero seguir aquí, a lo alto del acantilado, en el recodo, hasta que todo esté oscuro. Pero Carme quiere ver la puesta de sol a nivel del mar. Se ve distinto. Bajamos hasta la orilla. Me inquieta lo que me ha contado. Nos sentamos en las rocas. El sol está rojo y abatido. Todavía tiene otra historia que me asegura que es real.
Dice Carme, "... ella aprendió sola a leer porque nunca tuvo la posibilidad de ir a la escuela. Fue su pasión. Él la descubrió con sólo nueve años y desde entonces no pudo dejar de mirarla. Crecieron y dejaron atrás la niñez. Descubrieron la juventud con catorce años.
Iban juntos a un parque y se sentaban debajo de un árbol. Ella pasaba páginas y leía. Él, simplemente la miraba en silencio. El sonido corría a cargo del susurro del rio que cruzaba el pueblo y dividía el parque en dos.
Pasó el tiempo y ellos cumplieron años. Dejaron atrás la juventud y descubrieron la primera edad adulta a los veinticinco años. Él seguía como siempre. Cuando salía de trabajar iba al parque y ella estaba sentada debajo del árbol. Ella seguía leyendo y él mirando en silencio. Ese día el libro se iba a acabar.
Cuando lo hubo terminado cerró el libro. Se giró hacia él y lo miró por primera vez. Nunca antes había levantado la vista para mirarlo. Le sonrió. Le cogió una mano. Lo miró fijamente y le dijo que le quería. Se levantó poco a poco y se fue hacia el rio. Bajó por una pendiente y entró en el rio. No sabía nadar. Simplemente seguía andando hasta que el agua la superó en altura. Nunca salió. Él lo vio todo pero no pudo moverse porque estaba paralizado. Ella le había dicho que le quería ...".
Esta es la historia de Carme. Cuando terminó de contarla el sol se puso y se hizo la oscuridad y el silencio. Al principio no la entendía bien. Quizá una historia cualquiera. Pero no era así. Me costó mucho entender el significado y todavía ahora me estremece. Ya no se veía nada. Llamé a Carme para regresar a casa. No contestó. Carme no estaba. Nunca más la volví a ver ni a saber de ella. Tal cual pasó lo he contado. Salud.

domingo, 1 de febrero de 2015

Calma

La oscuridad me hace invisible hasta que amanece. Y amanece cuando el gallo de mi vecino Vicens lo kirikikea. Que siempre es un poco antes de lo que aparenta ser un amanecer. He llegado a la conclusión de que el gallo intuye la salida del sol pero Kikiriquea el alba. Yo, mientras, sigo desaparecido en la oscuridad de mi habitación y entre sábanas y penumbras que me dan cobijo. A estas horas tan tempranas las ideas no se están quietas y ya levantan polvaredas, tormentas y remolinos en mi mente. A estas horas, también, los gorriones se posan en la ventana. Pero advierto que sólo son siluetas recortadas sobre fondo azul.
Hace un tiempo que no piso trincheras y ahora tengo más tiempo para escribir. Me entretienen las tertulias tranquilas, los libros de tener que pensar, los paseos relajantes, la radio inteligente y todas aquellas cosas de andar por casa. Otro verano caluroso que ya nos advirtió en plena primavera. Los sembrados ya están segados y la paja recogida en rollos inmensos que descansan al sol hasta que los pongan bajo techo. Que luego vienen las lluvias de verano sin miramientos y mojan todo. 
Ejercito la memoria pensando en ti. En la intimidad. No tiene porqué enterarse nadie. Eres mi momento de quietud dentro de la actividad. Mi momento de calma en la vida. La naturaleza también regala sosiego, a veces. 
Días que pasan de puntillas. Noches quietas mientras duermo. Recuerdos recientes que me inquietan. La angustia que sólo el mar alivia. Esas ansias de vivir que tengo desde que amanece para poder ver la puesta de sol. O el amanecer dócil de cada día. La afonía del gallo desafiando el frescor del alba. Mis paseos con sombrero en la cabeza por si luce el sol y paraguas en la mano por si llueve. Pero no llueve porque hemos inaugurado el verano. Hoy, para pasear, me he puesto algunas elegancias que tenía en el armario. Me he cruzado con la mediocridad más absoluta, con la insensatez y con la indiferencia. También con la cordura, la humildad y la lucidez. No es la primera vez que esto pasa aunque no siempre es así ni por este orden. El sol del verano destiñe los sentimientos y los derrite por culpa del calor. A estas alturas uno ya está acostumbrado. 
El aleteo conjunto de mirlos y gorriones secan la escarcha del bosque antes de que lo hagan los rayos del sol. El bosque está humeante hasta que corre el aire. Pero no se llevará la calma que habita en él. A primeras horas también habita en el mar. Lo veo desde la ventana de casa, del porche o desde la terraza del bar de Pepe saboreando mi primer café. También escucho mi música favorita. Ya sabéis.
Están tristes los jubilados hoy. Biel se fue anoche hacia la oscuridad que hay después de la última luz. Un poco más allá del horizonte. Con los ojos cerrados y en silencio. Lloramos su ausencia. Esta noche las olas amainaran para que Biel encuentre un mar en calma. En la Isla la gente se va navegando. Cuando el sol esta noche entre en el agua del mar para descansar Biel ya estará en nuestras memorias. 
La calma ha venido a mi y me ha poseído. Puede que hoy sea un día distinto pero no indiferente. No le puedo prestar la misma atención a todos los días. Al cabo del año son muchos. Estar poseído por la calma y el sosiego proporciona muchas posibilidades. No me cansa convivir con la tranquilidad de la Isla.  Con nuevas sensaciones porque los versos siempre riman con la vida. Los sufrimientos vienen de la madurez, de la naturaleza y de otras personas pero sigo con mis responsabilidades. No todo es hostil. Por cierto, con vuestro permiso, me voy a tomar la libertad de seguir viviendo a mi manera. Intentad hacer lo mismo. Salud.

jueves, 22 de enero de 2015

Natalia

Un sábado seis de Marzo de mil novecientos noventa y tres nacía, al dolor de este mundo, Natalia Negre Sureda entre llantos y silencios como todo el mundo.
Pero llevaba uno de esos males del mundo de las personas que marcarían sus veintiún años de vida lúcida, razonable y adecuada. Envidia de muchos seguramente. De las que han sabido gestionar el tiempo porque es el que hay y ella conocía el suyo mejor que nadie.
Sin perezas en sus actividades que fueron muchas, variadas y exitosas. Una persona así no se merece el tipo de vida que le tocó. Como a muchos otros. Pero hoy toca hablar de ella. Lo digo ahora porque el dolor que tengo en el alma es demasiado.
Me quedo con la nostalgia a la tenue luz de unas velas y unas margaritas en la mente. Porque el sueño, hoy, es insomne. La ausencia que me deja es la suma de todas las distancias posibles. Demasiada.
El día veintiuno. Noche cerrada de invierno, cruzó la frontera y se fue a la luz que proyecta la eternidad. Lo hizo con las luces de los rayos, el ruido de los truenos y la abundancia del agua. También con mi llanto sosegado.
Llegué a casa y me puse a llorar desconsolado. Desolación impronunciable. El sol tardará días en volver a salir para  muchos de nosotros. Ahora paseo por las calles húmedas que no tienen farolas para que no vean que sigo triste y con el frío en el cuerpo.
Supo reconocer a las personas por su valía. Porque ella conocía bien esa palabra. Me he quedado con un nudo en la garganta y escupiendo la saliva que no puedo tragar. Decididamente no entiendo la vida  aunque le siga la corriente cada día.
Mi homenaje póstumo y el de mi pluma para Natalia Negre Sureda. Descansa en paz.

martes, 20 de enero de 2015

Viento

Perdidos en el bosque por culpa de un sueño.
Cuando la vida es una silueta,
un proyecto en el aire.
 
No encuentro el pasado que escribió el poeta.
El sol no alumbra y aparecen delirios
con sus melodías.
 
El día siempre termina con un atardecer tranquilo.
Ojos de vejez mirando la oscuridad.
Manos gastadas justificando las huellas.
 
Emociones de la vida agarrados de la mano.
Juegos de niños.
Escondites de adolescentes.
Tiempo escaso de madurez.
Y el viento, mientras, agita la ropa tendida.
 
La escalera que sube es la misma que baja.
Los días de niebla mirando a ningún sitio.
Sólo el sonido de las campanas
atraviesan la niebla y la oscuridad.
También pueden romper el silencio
que vuelve a recomponerse.
 
La emoción de un encuentro.
La costumbre del amanecer.
Asomarse a la vida.
Acostumbrado a esperar.
A que el viento me de en la cara.
Porque las borrascas se forman en el mar.
 


viernes, 16 de enero de 2015

Nubes

Hay nubes y luna llena. He buscado un camino nuevo entre todos los caminos. No me quiero desorientar o me voy a perder. Y si me pierdo pensaré en los momentos innecesarios de la vida. Que ya son bastantes, a estas alturas. Mientras, disfruto de los momentos adecuados porque el tiempo los devora. Que si la flor del almendro asoma es porque intuye la primavera. O se siente engañada por el invierno. No lo sé. Estoy desconcertado. Abrigo y bufanda por la noche y de madrugada. Manga corta al mediodía.
El perro duerme mejor a los pies del amo. Como el niño en la cama de sus padres. Un resfriado o una gripe se lleva mejor con medicamentos. Butaca de pereza, mantita sobre las piernas y un libro. El fuego de la chimenea me entretiene y no me deja escribir. Pero las ascuas se consumen en silencio para no molestar. Sólo un poco de humo para hacer ambiente de pueblo. Que estamos en invierno.
Ahora todo es literatura. El alivio de la noche da paso al alivio del amanecer. Porque la literatura no entiende de horas, de días o de noches. Una noche insomne es como un día cansado. El anochecer llega porque se marchita el día. Y la muerte llega cuando se marchita la vida. Pero la literatura clásica sobrevive a las noches indiferentes y a los días desvanecidos.
Si empiezo bien el día hay más posibilidades de terminarlo bien. Eso ha dicho la radio. No es útil llegar a la noche cabreado. A veces es mejor dejar la hoja en blanco que llena de letras indiferentes que no sirven. Dice el de la radio que es lo mismo morir en la cama que en el campo de batalla Si al final es la muerte. Pero el invierno es así. Nubes y lluvia. Humedad de bodega. Olores de andar por casa.
Las paredes de las bodegas babean humedad hasta el suelo. Tiene un eco la bodega y ese olor a moho rancio. Lo agradecen las botas y el vino. Y el resto de los mortales. Es la misma humedad que envuelve la Isla a todas horas. Que se mete en los huesos y te agrava la artrosis y el asma. Lo saben Chopin y Graves aunque ya no les sirve ahora. Esto me dice el marido de Doña Maruja. La portera. Ese que es profesor de universidad y escribe libros de filosofía. Complicados de entender. Pero cuando habla con una copa de vino en la mano se le suelta la lengua y se entiende todo. O se intuye.
Utiliza palabras de jeroglíficos. O puzzles a los que les faltan piezas. Pero Sebas y Eugeni le entienden porque han aprendido a leer con poca luz. Entre líneas y en penumbra. Han superado los sesenta y esto se nota. Han encontrado un hueco en la vida para vivirla al margen de las tormentas y de las olas embravecidas.
Invadir las hojas de un libro para consumir las letras y las palabras. Y dejar que la imaginación haga el resto. Tengo la necesidad de comparar mi mundo con el mundo del escritor. A veces parecido y a veces tanto por conocer. Salud.

domingo, 11 de enero de 2015

Niebla

La agonía del día, de la tarde, de la noche. Cuando llega la niebla. La agonía de la edad, de los sueños, del tiempo. El color del día es distinto a cada momento. El de la noche, no. Me acerco a la pared para que la sombra deje de arrastrarse. Nos miramos, la sombra y yo. Las tiendas de sueños tienen abierto las veinticuatro horas. Pero no hacen rebajas. Las tiendas de libros tampoco.
El escritor junta palabras en la intimidad. El librero coloca los libros en los escaparates en la intimidad. El lector lee libros de forma decidida en su intimidad. Cuanta importancia tiene la intimidad y cómo va ligada a la literatura. Todo lo que nos rodea reposa con la noche, con el sueño. También con la lectura. Es la niebla.
Maldad y ternura. El niño. El poeta. La escritura y la lectura. El pesimismo está en la niebla. Igual que el optimismo. Y el pensamiento, a veces. No se puede ver pero se siente. Resulta elegante el tiempo cuando lo disfrutas. Pero cuando el tiempo ha pasado deja melancolía. El acto literario consciente que supone la lectura deja sosiego. Como el aire cuando se está quieto.
Los sentimientos pueden herir. El tiempo los cura. Pero despacio. La realidad no tiene porqué ser saludable. Esa tarea íntima y delicada que supone dar un paseo. Como la ternura del alma en la infancia. Imaginar el mundo desde un rincón cálido del hogar. Imaginarte a ti en este mismo rincón. Puedo observar que la hierba del sembrado crece lentamente. Igual que los árboles en el bosque. Y otras cosas. Las olas llegan con parsimonia a la orilla. Cuando es invierno y hay niebla. Pero no pienso renunciar a un paseo despreocupado de atardecer. Bien abrigado. En las tertulias sale humo literario de la boca.
El color del lenguaje contrasta con los grises de las pausas. Los gorriones saben que los miras cuando buscan comida. Ellos miran de reojo. Temerosos porque no se fían. Las secuencias son cortas cuando esperas que el sol se ponga. Si la niebla te deja. Pero se pone. A pesar de la niebla. Me gusta la vida a pesar de la muerte. Cuando llega no puedes aplazarla. El rumor de la vida es silencioso pero nosotros nos empeñamos en ponerle ruido. Los mismos ruidos que se callan durante el paseo del atardecer. O al llegar la noche. Volverán al alba.
Hoy he visto los primeros almendros en flor. Preciosa y delicada. Esperanzada de sobrevivir las heladas nocturnas del invierno. Y con la flor te he leído el pensamiento. No es la primera vez que lo hago. Cualquier día de estos lo escribiré. Soy un lector y un escritor de necesidad. La parte del acantilado que llega hasta las profundidades es de los peces. La que se eleva hacia el firmamento es de los pájaros y del viento. Te oigo respirar. Lo haces igual que las encinas, los olivos y las higueras. De quien no tiene prisa.
Oigo la música que viene de todas partes. Del otro lado del horizonte donde habita la niebla y algunos pensamientos. Es melancólica la soledad. Y el silencio. Y la niebla. Y la agonía. Me escondo en ellos para escuchar y pensar. Más tarde vendrá la luz del amanecer. Sin niebla. Salud.

miércoles, 7 de enero de 2015

El silencio

Recuerdo cuando estrenamos este año y le damos la bienvenida porque sería el año de la salvación entre esperanzados y escépticos por aquello de que a veces los actos deseados no suelen venir inmediatamente después de desearlos. En la primera tertulia de las mañanas, las del café cortado descafeinado y con sacarina, se ha hablado un poco de todo sin abusar. Primero lo imprescindible y luego lo justo y necesario. También hemos callado para escuchar. El café con leche ha ido a cargo de la subida de este año. Hemos fundido un trimestre de subida y nos hemos quedado con hambre.
Sebas es de los que, a veces, para decir algo utiliza el silencio y una mirada. Es bueno callarse cuando esto sirve para expresarse mejor. Que no todo son palabras bonitas y agradables de pronunciar.  También hay silencios bonitos que se agradecen. Perderte en un largo silencio y que tu contertulio se ponga a reflexionar. Como un umbral que hay que cruzar o como un horizonte al que hay que llegar sin prisa. Un silencio y una mirada adecuada. El silencio que se pronuncia con unos ojos cerrados. Una vez dije algo y mi contertulio se sintió incómodo. Luego le dedique un silencio y se sintió aliviado.

A veces hay cartas y fotografías que sostienen la memoria. Lo malo es cuando la sustituyen. Y la rutina nuestra se rompe para adquirir la rutina de quien te cuida. Y nos tenemos que adaptar. Eugeni es de los que este año seguirá defendiéndose de la pobreza y de los malos bichos. Con dos euros y medio más cada mes porque la crisis es histórica. Pero sé de algunos que tendrán que acostumbrarse a vivir con muchísimo más dinero. Y lo harán sin problemas.
Año nuevo, si. Vida nueva, no porque la torpeza de unos han incendiado el estado de ánimo de otros. Por eso hay mucha gente pobre que aprovecha la noche para llorar sin ser vistos. Viven una vida desteñida y fría y con noches sin estrellas porque no hay para todos. Bienvenida la vida tal cual. Nos hemos deseado lo mejor aunque no siempre depende de nosotros. Lo ideal sería que dependiera más de nosotros y menos de otros. 
La mañana del día uno salí a dar un paseo temprano. Me sentí aislado por la calma de las calles del pueblo. Los pájaros, el aire y yo. La sombra sólo me acompaña cuando hay sol. Los gallos callados y los perros también. Que la noche fue larga de cohetes y música. Luego de todo esto, el concierto. No me lo perdería por nada. Este año será recordado porque no se pudo hacer palmas en directo con la Marcha Radetzky. La verdad es que no se notó.
Bienvenido el año junto al mar con un paseo relajado. Las olas estrenando año y una arena fina sin huellas. El sol pinta el mar de plateado que deslumbra. Las olas llegan alegres y salpican las rocas de espuma. Un rato en un banco para anotar algunas impresiones con letra pequeña y desenfadada. Con cierto descaro. Que la vida es silencio y el ruido lo ponemos nosotros. Salud.