domingo, 8 de febrero de 2015

Carme

Hemos subido la montaña. Hemos cruzado el bosque. Nos hemos sentado al borde del acantilado. El mar, en frente a nuestros pies. A la altura que estamos no podemos escucharlo. Lo vemos e intuimos lo que querrá decirnos.
Hoy he subido al recodo del camino, del que ya he hablado en otro momento, con una señora casi mayor. Es Carme. Ya con sus años y adicta al mar y a las aventuras. Ha vivido mucho, o lo suficiente, como para haber recopilado cientos de aventuras que contar. Su sabiduría es tan grande como el mar y fluye como las olas.
Observa el horizonte y lo señala con el dedo. Lo mira fijamente y me dice. Este horizonte que vemos no es el fin. Detrás de él hay otros. Con otras aguas otros bosques y otros vientos. Pero ahora no nos pertenecen. Sólo podremos llegar a ellos en forma de mente inteligente cuando hayamos cruzado la noche de nuestro tiempo. Nuestro cuerpo quedará aquí. Todo lo que sea capaz de abandonar el cuerpo físico llegará allí.
Así de contundente. El sol ya lleva unas horas amanecido y nosotros seguimos bajo la hipnosis del amanecer. Nubarrones a lo lejos que traerán lluvia y nieve. Viento y frío. Dice también Carme que ese lugar más allá del horizonte que vemos tiene música. Unos ritmos que nunca hemos escuchado y que van acompañados de buenas rimas. Donde la melancolía está domesticada y no te importa nada lo que ocurra aquí. Es bueno saberlo.
No hay hombres, ni mujeres ni niños. No hay edades ni sexos. Hay mentes inteligentes que interactúan. No hay normas porque hay respeto. Hay días y noches porque la mente también descansa. Gestos que valen más que las palabras. Las tormentas contribuyen a un estado de ánimo diferente. Positivo.
En este mundo que estamos no hay tiempo suficiente para hacer todo lo que quisiéramos. Carme ya tiene objetivos para luego. Me pilla escéptico y se nota. Pero le resta importancia. Vivimos una vida insuficiente. Adaptada. Por eso habrá más. Allí también hay animales que te cautivarán. La sabiduría precede a Carme y su madurez aventurera. Por cómo lo dice en su convencimiento.
Un lugar para mentes creativas y reposadas. Con la sola luz tenue que queda después de la puesta de sol. Ya no te lo podrás borrar de la mente. Es muy grande porque es otro mundo. Otra cosa no conocida. Pero ella ya lo sabe. No lo conoce pero se lo imagina perfectamente. Almas sin cuerpo. Árboles sin bosque. Olas sin mar. Vientos sin aire. Calles sin esquinas ni farolas. Sin niebla, sin sombras y sin penumbras. Miradas.
No caben esqueletos ni malas caras. Sonrisas que te salpican como la espuma de las olas al romperse. Ni bien ni mal. Que esto es cosa de aquí. Un continuo despertar de un continuo quedarse dormido. Piensa, me dice Carme. Lo hago y me confundo. Como si la infancia por fin se hubiera dormido en plena madurez. Es lo que hacen los poetas antes de escribir.
Quiero seguir aquí, a lo alto del acantilado, en el recodo, hasta que todo esté oscuro. Pero Carme quiere ver la puesta de sol a nivel del mar. Se ve distinto. Bajamos hasta la orilla. Me inquieta lo que me ha contado. Nos sentamos en las rocas. El sol está rojo y abatido. Todavía tiene otra historia que me asegura que es real.
Dice Carme, "... ella aprendió sola a leer porque nunca tuvo la posibilidad de ir a la escuela. Fue su pasión. Él la descubrió con sólo nueve años y desde entonces no pudo dejar de mirarla. Crecieron y dejaron atrás la niñez. Descubrieron la juventud con catorce años.
Iban juntos a un parque y se sentaban debajo de un árbol. Ella pasaba páginas y leía. Él, simplemente la miraba en silencio. El sonido corría a cargo del susurro del rio que cruzaba el pueblo y dividía el parque en dos.
Pasó el tiempo y ellos cumplieron años. Dejaron atrás la juventud y descubrieron la primera edad adulta a los veinticinco años. Él seguía como siempre. Cuando salía de trabajar iba al parque y ella estaba sentada debajo del árbol. Ella seguía leyendo y él mirando en silencio. Ese día el libro se iba a acabar.
Cuando lo hubo terminado cerró el libro. Se giró hacia él y lo miró por primera vez. Nunca antes había levantado la vista para mirarlo. Le sonrió. Le cogió una mano. Lo miró fijamente y le dijo que le quería. Se levantó poco a poco y se fue hacia el rio. Bajó por una pendiente y entró en el rio. No sabía nadar. Simplemente seguía andando hasta que el agua la superó en altura. Nunca salió. Él lo vio todo pero no pudo moverse porque estaba paralizado. Ella le había dicho que le quería ...".
Esta es la historia de Carme. Cuando terminó de contarla el sol se puso y se hizo la oscuridad y el silencio. Al principio no la entendía bien. Quizá una historia cualquiera. Pero no era así. Me costó mucho entender el significado y todavía ahora me estremece. Ya no se veía nada. Llamé a Carme para regresar a casa. No contestó. Carme no estaba. Nunca más la volví a ver ni a saber de ella. Tal cual pasó lo he contado. Salud.

domingo, 1 de febrero de 2015

Calma

La oscuridad me hace invisible hasta que amanece. Y amanece cuando el gallo de mi vecino Vicens lo kirikikea. Que siempre es un poco antes de lo que aparenta ser un amanecer. He llegado a la conclusión de que el gallo intuye la salida del sol pero Kikiriquea el alba. Yo, mientras, sigo desaparecido en la oscuridad de mi habitación y entre sábanas y penumbras que me dan cobijo. A estas horas tan tempranas las ideas no se están quietas y ya levantan polvaredas, tormentas y remolinos en mi mente. A estas horas, también, los gorriones se posan en la ventana. Pero advierto que sólo son siluetas recortadas sobre fondo azul.
Hace un tiempo que no piso trincheras y ahora tengo más tiempo para escribir. Me entretienen las tertulias tranquilas, los libros de tener que pensar, los paseos relajantes, la radio inteligente y todas aquellas cosas de andar por casa. Otro verano caluroso que ya nos advirtió en plena primavera. Los sembrados ya están segados y la paja recogida en rollos inmensos que descansan al sol hasta que los pongan bajo techo. Que luego vienen las lluvias de verano sin miramientos y mojan todo. 
Ejercito la memoria pensando en ti. En la intimidad. No tiene porqué enterarse nadie. Eres mi momento de quietud dentro de la actividad. Mi momento de calma en la vida. La naturaleza también regala sosiego, a veces. 
Días que pasan de puntillas. Noches quietas mientras duermo. Recuerdos recientes que me inquietan. La angustia que sólo el mar alivia. Esas ansias de vivir que tengo desde que amanece para poder ver la puesta de sol. O el amanecer dócil de cada día. La afonía del gallo desafiando el frescor del alba. Mis paseos con sombrero en la cabeza por si luce el sol y paraguas en la mano por si llueve. Pero no llueve porque hemos inaugurado el verano. Hoy, para pasear, me he puesto algunas elegancias que tenía en el armario. Me he cruzado con la mediocridad más absoluta, con la insensatez y con la indiferencia. También con la cordura, la humildad y la lucidez. No es la primera vez que esto pasa aunque no siempre es así ni por este orden. El sol del verano destiñe los sentimientos y los derrite por culpa del calor. A estas alturas uno ya está acostumbrado. 
El aleteo conjunto de mirlos y gorriones secan la escarcha del bosque antes de que lo hagan los rayos del sol. El bosque está humeante hasta que corre el aire. Pero no se llevará la calma que habita en él. A primeras horas también habita en el mar. Lo veo desde la ventana de casa, del porche o desde la terraza del bar de Pepe saboreando mi primer café. También escucho mi música favorita. Ya sabéis.
Están tristes los jubilados hoy. Biel se fue anoche hacia la oscuridad que hay después de la última luz. Un poco más allá del horizonte. Con los ojos cerrados y en silencio. Lloramos su ausencia. Esta noche las olas amainaran para que Biel encuentre un mar en calma. En la Isla la gente se va navegando. Cuando el sol esta noche entre en el agua del mar para descansar Biel ya estará en nuestras memorias. 
La calma ha venido a mi y me ha poseído. Puede que hoy sea un día distinto pero no indiferente. No le puedo prestar la misma atención a todos los días. Al cabo del año son muchos. Estar poseído por la calma y el sosiego proporciona muchas posibilidades. No me cansa convivir con la tranquilidad de la Isla.  Con nuevas sensaciones porque los versos siempre riman con la vida. Los sufrimientos vienen de la madurez, de la naturaleza y de otras personas pero sigo con mis responsabilidades. No todo es hostil. Por cierto, con vuestro permiso, me voy a tomar la libertad de seguir viviendo a mi manera. Intentad hacer lo mismo. Salud.

jueves, 22 de enero de 2015

Natalia

Un sábado seis de Marzo de mil novecientos noventa y tres nacía, al dolor de este mundo, Natalia Negre Sureda entre llantos y silencios como todo el mundo.
Pero llevaba uno de esos males del mundo de las personas que marcarían sus veintiún años de vida lúcida, razonable y adecuada. Envidia de muchos seguramente. De las que han sabido gestionar el tiempo porque es el que hay y ella conocía el suyo mejor que nadie.
Sin perezas en sus actividades que fueron muchas, variadas y exitosas. Una persona así no se merece el tipo de vida que le tocó. Como a muchos otros. Pero hoy toca hablar de ella. Lo digo ahora porque el dolor que tengo en el alma es demasiado.
Me quedo con la nostalgia a la tenue luz de unas velas y unas margaritas en la mente. Porque el sueño, hoy, es insomne. La ausencia que me deja es la suma de todas las distancias posibles. Demasiada.
El día veintiuno. Noche cerrada de invierno, cruzó la frontera y se fue a la luz que proyecta la eternidad. Lo hizo con las luces de los rayos, el ruido de los truenos y la abundancia del agua. También con mi llanto sosegado.
Llegué a casa y me puse a llorar desconsolado. Desolación impronunciable. El sol tardará días en volver a salir para  muchos de nosotros. Ahora paseo por las calles húmedas que no tienen farolas para que no vean que sigo triste y con el frío en el cuerpo.
Supo reconocer a las personas por su valía. Porque ella conocía bien esa palabra. Me he quedado con un nudo en la garganta y escupiendo la saliva que no puedo tragar. Decididamente no entiendo la vida  aunque le siga la corriente cada día.
Mi homenaje póstumo y el de mi pluma para Natalia Negre Sureda. Descansa en paz.

martes, 20 de enero de 2015

Viento

Perdidos en el bosque por culpa de un sueño.
Cuando la vida es una silueta,
un proyecto en el aire.
 
No encuentro el pasado que escribió el poeta.
El sol no alumbra y aparecen delirios
con sus melodías.
 
El día siempre termina con un atardecer tranquilo.
Ojos de vejez mirando la oscuridad.
Manos gastadas justificando las huellas.
 
Emociones de la vida agarrados de la mano.
Juegos de niños.
Escondites de adolescentes.
Tiempo escaso de madurez.
Y el viento, mientras, agita la ropa tendida.
 
La escalera que sube es la misma que baja.
Los días de niebla mirando a ningún sitio.
Sólo el sonido de las campanas
atraviesan la niebla y la oscuridad.
También pueden romper el silencio
que vuelve a recomponerse.
 
La emoción de un encuentro.
La costumbre del amanecer.
Asomarse a la vida.
Acostumbrado a esperar.
A que el viento me de en la cara.
Porque las borrascas se forman en el mar.
 


viernes, 16 de enero de 2015

Nubes

Hay nubes y luna llena. He buscado un camino nuevo entre todos los caminos. No me quiero desorientar o me voy a perder. Y si me pierdo pensaré en los momentos innecesarios de la vida. Que ya son bastantes, a estas alturas. Mientras, disfruto de los momentos adecuados porque el tiempo los devora. Que si la flor del almendro asoma es porque intuye la primavera. O se siente engañada por el invierno. No lo sé. Estoy desconcertado. Abrigo y bufanda por la noche y de madrugada. Manga corta al mediodía.
El perro duerme mejor a los pies del amo. Como el niño en la cama de sus padres. Un resfriado o una gripe se lleva mejor con medicamentos. Butaca de pereza, mantita sobre las piernas y un libro. El fuego de la chimenea me entretiene y no me deja escribir. Pero las ascuas se consumen en silencio para no molestar. Sólo un poco de humo para hacer ambiente de pueblo. Que estamos en invierno.
Ahora todo es literatura. El alivio de la noche da paso al alivio del amanecer. Porque la literatura no entiende de horas, de días o de noches. Una noche insomne es como un día cansado. El anochecer llega porque se marchita el día. Y la muerte llega cuando se marchita la vida. Pero la literatura clásica sobrevive a las noches indiferentes y a los días desvanecidos.
Si empiezo bien el día hay más posibilidades de terminarlo bien. Eso ha dicho la radio. No es útil llegar a la noche cabreado. A veces es mejor dejar la hoja en blanco que llena de letras indiferentes que no sirven. Dice el de la radio que es lo mismo morir en la cama que en el campo de batalla Si al final es la muerte. Pero el invierno es así. Nubes y lluvia. Humedad de bodega. Olores de andar por casa.
Las paredes de las bodegas babean humedad hasta el suelo. Tiene un eco la bodega y ese olor a moho rancio. Lo agradecen las botas y el vino. Y el resto de los mortales. Es la misma humedad que envuelve la Isla a todas horas. Que se mete en los huesos y te agrava la artrosis y el asma. Lo saben Chopin y Graves aunque ya no les sirve ahora. Esto me dice el marido de Doña Maruja. La portera. Ese que es profesor de universidad y escribe libros de filosofía. Complicados de entender. Pero cuando habla con una copa de vino en la mano se le suelta la lengua y se entiende todo. O se intuye.
Utiliza palabras de jeroglíficos. O puzzles a los que les faltan piezas. Pero Sebas y Eugeni le entienden porque han aprendido a leer con poca luz. Entre líneas y en penumbra. Han superado los sesenta y esto se nota. Han encontrado un hueco en la vida para vivirla al margen de las tormentas y de las olas embravecidas.
Invadir las hojas de un libro para consumir las letras y las palabras. Y dejar que la imaginación haga el resto. Tengo la necesidad de comparar mi mundo con el mundo del escritor. A veces parecido y a veces tanto por conocer. Salud.

domingo, 11 de enero de 2015

Niebla

La agonía del día, de la tarde, de la noche. Cuando llega la niebla. La agonía de la edad, de los sueños, del tiempo. El color del día es distinto a cada momento. El de la noche, no. Me acerco a la pared para que la sombra deje de arrastrarse. Nos miramos, la sombra y yo. Las tiendas de sueños tienen abierto las veinticuatro horas. Pero no hacen rebajas. Las tiendas de libros tampoco.
El escritor junta palabras en la intimidad. El librero coloca los libros en los escaparates en la intimidad. El lector lee libros de forma decidida en su intimidad. Cuanta importancia tiene la intimidad y cómo va ligada a la literatura. Todo lo que nos rodea reposa con la noche, con el sueño. También con la lectura. Es la niebla.
Maldad y ternura. El niño. El poeta. La escritura y la lectura. El pesimismo está en la niebla. Igual que el optimismo. Y el pensamiento, a veces. No se puede ver pero se siente. Resulta elegante el tiempo cuando lo disfrutas. Pero cuando el tiempo ha pasado deja melancolía. El acto literario consciente que supone la lectura deja sosiego. Como el aire cuando se está quieto.
Los sentimientos pueden herir. El tiempo los cura. Pero despacio. La realidad no tiene porqué ser saludable. Esa tarea íntima y delicada que supone dar un paseo. Como la ternura del alma en la infancia. Imaginar el mundo desde un rincón cálido del hogar. Imaginarte a ti en este mismo rincón. Puedo observar que la hierba del sembrado crece lentamente. Igual que los árboles en el bosque. Y otras cosas. Las olas llegan con parsimonia a la orilla. Cuando es invierno y hay niebla. Pero no pienso renunciar a un paseo despreocupado de atardecer. Bien abrigado. En las tertulias sale humo literario de la boca.
El color del lenguaje contrasta con los grises de las pausas. Los gorriones saben que los miras cuando buscan comida. Ellos miran de reojo. Temerosos porque no se fían. Las secuencias son cortas cuando esperas que el sol se ponga. Si la niebla te deja. Pero se pone. A pesar de la niebla. Me gusta la vida a pesar de la muerte. Cuando llega no puedes aplazarla. El rumor de la vida es silencioso pero nosotros nos empeñamos en ponerle ruido. Los mismos ruidos que se callan durante el paseo del atardecer. O al llegar la noche. Volverán al alba.
Hoy he visto los primeros almendros en flor. Preciosa y delicada. Esperanzada de sobrevivir las heladas nocturnas del invierno. Y con la flor te he leído el pensamiento. No es la primera vez que lo hago. Cualquier día de estos lo escribiré. Soy un lector y un escritor de necesidad. La parte del acantilado que llega hasta las profundidades es de los peces. La que se eleva hacia el firmamento es de los pájaros y del viento. Te oigo respirar. Lo haces igual que las encinas, los olivos y las higueras. De quien no tiene prisa.
Oigo la música que viene de todas partes. Del otro lado del horizonte donde habita la niebla y algunos pensamientos. Es melancólica la soledad. Y el silencio. Y la niebla. Y la agonía. Me escondo en ellos para escuchar y pensar. Más tarde vendrá la luz del amanecer. Sin niebla. Salud.

miércoles, 7 de enero de 2015

El silencio

Recuerdo cuando estrenamos este año y le damos la bienvenida porque sería el año de la salvación entre esperanzados y escépticos por aquello de que a veces los actos deseados no suelen venir inmediatamente después de desearlos. En la primera tertulia de las mañanas, las del café cortado descafeinado y con sacarina, se ha hablado un poco de todo sin abusar. Primero lo imprescindible y luego lo justo y necesario. También hemos callado para escuchar. El café con leche ha ido a cargo de la subida de este año. Hemos fundido un trimestre de subida y nos hemos quedado con hambre.
Sebas es de los que, a veces, para decir algo utiliza el silencio y una mirada. Es bueno callarse cuando esto sirve para expresarse mejor. Que no todo son palabras bonitas y agradables de pronunciar.  También hay silencios bonitos que se agradecen. Perderte en un largo silencio y que tu contertulio se ponga a reflexionar. Como un umbral que hay que cruzar o como un horizonte al que hay que llegar sin prisa. Un silencio y una mirada adecuada. El silencio que se pronuncia con unos ojos cerrados. Una vez dije algo y mi contertulio se sintió incómodo. Luego le dedique un silencio y se sintió aliviado.

A veces hay cartas y fotografías que sostienen la memoria. Lo malo es cuando la sustituyen. Y la rutina nuestra se rompe para adquirir la rutina de quien te cuida. Y nos tenemos que adaptar. Eugeni es de los que este año seguirá defendiéndose de la pobreza y de los malos bichos. Con dos euros y medio más cada mes porque la crisis es histórica. Pero sé de algunos que tendrán que acostumbrarse a vivir con muchísimo más dinero. Y lo harán sin problemas.
Año nuevo, si. Vida nueva, no porque la torpeza de unos han incendiado el estado de ánimo de otros. Por eso hay mucha gente pobre que aprovecha la noche para llorar sin ser vistos. Viven una vida desteñida y fría y con noches sin estrellas porque no hay para todos. Bienvenida la vida tal cual. Nos hemos deseado lo mejor aunque no siempre depende de nosotros. Lo ideal sería que dependiera más de nosotros y menos de otros. 
La mañana del día uno salí a dar un paseo temprano. Me sentí aislado por la calma de las calles del pueblo. Los pájaros, el aire y yo. La sombra sólo me acompaña cuando hay sol. Los gallos callados y los perros también. Que la noche fue larga de cohetes y música. Luego de todo esto, el concierto. No me lo perdería por nada. Este año será recordado porque no se pudo hacer palmas en directo con la Marcha Radetzky. La verdad es que no se notó.
Bienvenido el año junto al mar con un paseo relajado. Las olas estrenando año y una arena fina sin huellas. El sol pinta el mar de plateado que deslumbra. Las olas llegan alegres y salpican las rocas de espuma. Un rato en un banco para anotar algunas impresiones con letra pequeña y desenfadada. Con cierto descaro. Que la vida es silencio y el ruido lo ponemos nosotros. Salud.

sábado, 20 de diciembre de 2014

Acabando año

He iniciado proyectos para hoy mismo. Mañana ya veré. Los voy cambiando. Y ya puestos, que lástima que amanezca. Con lo bonita que resultaba la noche. Pero ya puestos, que bonito es este amanecer. Estoy poniéndome caduco y me solidarizo con la importancia de los minutos vividos. Y de los minutos perdidos a lo largo de este año que vamos a finiquitar en unos días. Unos y otros -me refiero a los minutos- ya forman parte de mi biografía personal. Para la historia, aunque nadie la lea.
El poeta acaba de entrar. Este año ha cumplido los sesenta. Como otros. Mantiene su contrato fijo como tertuliano en los desayunos. Lo he contado otras veces.
El otoño de este año no ha parecido otoño. Mas bien ha parecido un verano tardío. Alargado o prorrogado en espera del invierno. Hay en mi jardín un membrillo con todas sus hojas como si fuera verano. Me preocupa. Un árbol que se precie tiene que pasar el invierno sin hojas. A merced del frío y del viento. El jardinero ilustrado me dice que si no bajan las temperaturas no caerán las hojas. Y es que el frío no llega a la Isla. Ni al mediterráneo.
Lo que no cambian son los días y las noches. Duran lo que toca. Como el tiempo. Pero ya estamos metidos en el solsticio de invierno y muchas cosas cambiarán. Los días se irán alargando. Amanecerá más pronto y el atardecer se hará esperar.
La oscuridad cambia sus formas. Empieza un poco más allá del horizonte y se acerca por el mar, sigilosamente, hasta la orilla. Luego sube por caminos tortuosos hasta la cima de la montaña cruzando el espeso bosque. Cuando llega a lo más alto ya es de noche. Las primeras luces del amanecer hacen un recorrido inverso.
Hay diferencias entre las tierras altas y el mar en estas cosas. Lo saben las piedras, los árboles y los pájaros. También lo saben los poetas que se adentran entre encinas y olivos centenarios para inspirarse en el silencio o en el viento. Otros prefieren reproducir lo que las olas dicen cuando llegan a la orilla. A la sombra de la alcoba de una barca marinera.
Este año hemos aumentado la familia tuitera y los seguidores del blog. Hemos escrito mucho con mayor o menor fortuna. Aquí despido este año dos mil catorce. Muy agradecido a los que me leéis a pesar de todo. El año que viene habrá más. Según el cielo y de cómo canten las chicharras. De mi mente creativa, de lo real que resulte ser la utopía. Del sonido de la flauta que el pastor toca por la noche mientras pastan las ovejas. Y de muchas cosas más que conforman la vida aunque no nos demos cuenta.
Si para Enero no estoy aquí podría ser que me hubiera tocado la lotería. Que dice un contertulio que es más fácil que te caiga un árbol encima. No sé si iba con segundas. Feliz año nuevo a todos. El último que apague la luz. Salud.

martes, 16 de diciembre de 2014

Navidad 2014

Hace dos años, por estas fechas, felicité la navidad con ayuda de mi sobrina María Antonia. Tenía diez años entonces, un buen nivel de estudios y una nota media de nueve con dos. Su maestra de Ciencias Naturales les estaba enseñando el aparato reproductor de los animales y de las plantas. Resulta que el ovario de las plantas se convierte en fruto cuando ha sido polinizado. La maestra les dijo que es el mismo viento el que poliniza este ovario que tienen las plantas para que se convierta en fruto.
Tenía otra maestra que le explicaba religión. Asignatura necesaria e imprescindible para alumnos que viven en un estado aconfesional. No es bueno que se adoctrine en las aulas y menos si son públicas. Parece ser que las maestras prepararon el temario de forma conjunta para evitar equívocos entre los alumnos y mosqueo entre los padres. Mi sobrina María Antonia dijo que la maestra de religión aseguró que con la maternidad empieza la vida. Resultaba romántico y poético. 
Que la maternidad es exclusiva del cuerpo femenino porque así lo ha querido Dios que es quién lo ha creado. La naturaleza, aquí, no pinta nada. Parece ser que la Virgen María sólo se llamaba María a secas. Lo de virgen viene a cuento de que no fue polinizada por ningún hombre. Fue cosa de Dios que le introdujo la semilla de la vida a través del viento del Norte que un buen día la rodeó por la cintura. Lo hizo nueve meses antes de finales de Diciembre. Los malos entendidos los tuvo María con un carpintero.
Llegado el momento, el hijo de Dios, vino al mundo en un establo dónde sólo había el burro con el que se habían desplazado. No había buey porque nunca lo ha habido en un establo. Ni ningún otro tipo de animal. Tampoco estaba el carpintero porque no era costumbre que los hombres estuvieran al lado de sus esposas en momentos como este. Luego sí se puso de moda. María era una mujer prometida a su esposo José y comprometida con el matrimonio vitalicio. Por eso sus labios se quedaron mudos cuando se supo polinizada con la semilla que el viento del Norte le dejó al rodearla por la cintura. El carpintero se quedó con el rostro perdido o extraviado en busca de un refugio de calma. En estos momentos cualquier cosa hubiera servido para protegerse de la situación. Algo destilado o fermentado, por ejemplo. Pero era hombre serio y responsable y cuidó de María.
El año pasado felicité la navidad con ayuda de Eugeni. Fuimos mar adentro. Dirección horizonte. Con las velas hinchadas. Esperamos una ola que nos inspirara. Volvimos al anochecer. Después de que el sol se hubiera puesto. Que es cosa importante felicitar una Navidad a los amigos. La Noche Buena es noche sosegada. Compartiendo mesa con buena compañía. Que no falte el vino, las palabras y la risa. Las miradas y la ternura. Noche de fiesta y buenas intenciones. Esa noche en la que el viento se cuela por las rendijas y deja villancicos oportunos. Reivindicando generosidad. Recuerdos y balances. Cosas buenas que habrá que repetir y otras que habrá que olvidar.
Soledades inciertas y difusas. Los que ya no están. Los que están de camino. Los que acaban de llegar. Asomarse a la Navidad para ver el Año Nuevo. Desde la orilla o desde el bosque. Ideas en la mente que alargan su sombra hasta la memoria. Papeles por escribir. Felicitaciones que dar. Trayectos que hay que andar. Caminos invisibles que hay que intuir. Tiempos apasionados de magias y hechizos. Pesadillas que el día borrará. Navidad blanca o del color que cada uno quiera. Con su aroma de turrón y villancicos. Ecos de todo un año que retumban sin cesar. Días de bellos decorados. Sol, lluvia, nubes, niebla y nieve.
Los balances para los de ciencias. Las letras para mi. Tardes de chimenea con libros y letras. El tiempo que nos devora. Este año me he citado con Pedro de Alcántara Peña. Amigos de siempre. Dice que Dios nació de noche. En plena oscuridad. Que recibieron regalos de pastores y reyes. En el establo había una chimenea con lecha de un árbol caído en el último vendaval. Buen calor que daba a todos los concentrados. Y una estrella en el firmamento que brillaba más que ninguna. Cada año se repite desde que el hombre habita la tierra.
Vale pues, Feliz Navidad y buen Año Nuevo. Salud.

jueves, 11 de diciembre de 2014

Diluvio

Llegamos pasados unos quince minutos del horario habitual. Como es habitual y correcto en la Isla. Llego enseguida pueden ser horas. Lo tendré en unos días pueden ser meses. Te llamo en unos días puede ser nunca. Y así casi todo. Por eso se habla del carácter isleño. Que no se trata de hacerlo todo hoy y empezar a aburrirse a partir de mañana.
Dicho esto y a veinticuatro horas del fatídico patinazo ya tenía todos los consentimientos firmados para que me operaran la muñeca que estaba catalogada de catastrófica. Todas las pruebas habían salido bien como era de esperar. La muñeca izquierda eran unas ruinas de lo que fue por culpa de la lluvia. En la Isla no existe el sirimiri. O no llueve o diluvia. Pues eso.
De los últimos tuits que recuerdo hacían referencia a mi estado anímico y físico. Ambos tocados. La calma, a veces, transita entre tinieblas. Fui contestado en abierto y por DM. Ahora que no puedo ni conducir mis contertulios de los desayunos me esperarán en vano hasta que la niebla se disipe. Que los medicamentos me tienen la mente y el pensamiento casi abolido. Cuando escribo esto estoy alejado del mar. No lo veo. No lo huelo, ni lo oigo. Tampoco puedo llegar hasta él. Pero todavía tengo la capacidad de imaginarlo porque hay cosas que no se olvidan.
Una ventana sin vistas. Una luz de neón en la cabecera. Un tiempo parado y silencioso. Ambiente turbador de paredes blancas. Experiencias que voy acumulando para la vida. Que al final es la suma de ellas. Necesito mi cama. Mi habitación. Mi rutina. Mi sueño. Mi día y mi noche. Mi viento, mi bosque y mi mar. Esas palabras ya suenan lejanas ahora mismo. Mi otoño se ha complicado y discurre por un trozo de camino tortuoso, empinado y resbaladizo. Un trozo de mi historia con trazos desiguales y difíciles de leer. Un fermentado rancio de horas y minutos sin botín a repartir. Un tiempo subcontratado y eventual que no me pertenece pero que tengo que entretener.
Cuando una memoria confusa se hace letra y palabra pasa a la historia imperfecta de cada uno. Letras sometidas a unas circunstancias hostiles que se escriben entre más tormentas que calmas. Ya dije que las trincheras no se ven igual desde fuera. Quiero volver a ellas. Salud.