miércoles, 7 de enero de 2015

El silencio

Recuerdo cuando estrenamos este año y le damos la bienvenida porque sería el año de la salvación entre esperanzados y escépticos por aquello de que a veces los actos deseados no suelen venir inmediatamente después de desearlos. En la primera tertulia de las mañanas, las del café cortado descafeinado y con sacarina, se ha hablado un poco de todo sin abusar. Primero lo imprescindible y luego lo justo y necesario. También hemos callado para escuchar. El café con leche ha ido a cargo de la subida de este año. Hemos fundido un trimestre de subida y nos hemos quedado con hambre.
Sebas es de los que, a veces, para decir algo utiliza el silencio y una mirada. Es bueno callarse cuando esto sirve para expresarse mejor. Que no todo son palabras bonitas y agradables de pronunciar.  También hay silencios bonitos que se agradecen. Perderte en un largo silencio y que tu contertulio se ponga a reflexionar. Como un umbral que hay que cruzar o como un horizonte al que hay que llegar sin prisa. Un silencio y una mirada adecuada. El silencio que se pronuncia con unos ojos cerrados. Una vez dije algo y mi contertulio se sintió incómodo. Luego le dedique un silencio y se sintió aliviado.

A veces hay cartas y fotografías que sostienen la memoria. Lo malo es cuando la sustituyen. Y la rutina nuestra se rompe para adquirir la rutina de quien te cuida. Y nos tenemos que adaptar. Eugeni es de los que este año seguirá defendiéndose de la pobreza y de los malos bichos. Con dos euros y medio más cada mes porque la crisis es histórica. Pero sé de algunos que tendrán que acostumbrarse a vivir con muchísimo más dinero. Y lo harán sin problemas.
Año nuevo, si. Vida nueva, no porque la torpeza de unos han incendiado el estado de ánimo de otros. Por eso hay mucha gente pobre que aprovecha la noche para llorar sin ser vistos. Viven una vida desteñida y fría y con noches sin estrellas porque no hay para todos. Bienvenida la vida tal cual. Nos hemos deseado lo mejor aunque no siempre depende de nosotros. Lo ideal sería que dependiera más de nosotros y menos de otros. 
La mañana del día uno salí a dar un paseo temprano. Me sentí aislado por la calma de las calles del pueblo. Los pájaros, el aire y yo. La sombra sólo me acompaña cuando hay sol. Los gallos callados y los perros también. Que la noche fue larga de cohetes y música. Luego de todo esto, el concierto. No me lo perdería por nada. Este año será recordado porque no se pudo hacer palmas en directo con la Marcha Radetzky. La verdad es que no se notó.
Bienvenido el año junto al mar con un paseo relajado. Las olas estrenando año y una arena fina sin huellas. El sol pinta el mar de plateado que deslumbra. Las olas llegan alegres y salpican las rocas de espuma. Un rato en un banco para anotar algunas impresiones con letra pequeña y desenfadada. Con cierto descaro. Que la vida es silencio y el ruido lo ponemos nosotros. Salud.

sábado, 20 de diciembre de 2014

Acabando año

He iniciado proyectos para hoy mismo. Mañana ya veré. Los voy cambiando. Y ya puestos, que lástima que amanezca. Con lo bonita que resultaba la noche. Pero ya puestos, que bonito es este amanecer. Estoy poniéndome caduco y me solidarizo con la importancia de los minutos vividos. Y de los minutos perdidos a lo largo de este año que vamos a finiquitar en unos días. Unos y otros -me refiero a los minutos- ya forman parte de mi biografía personal. Para la historia, aunque nadie la lea.
El poeta acaba de entrar. Este año ha cumplido los sesenta. Como otros. Mantiene su contrato fijo como tertuliano en los desayunos. Lo he contado otras veces.
El otoño de este año no ha parecido otoño. Mas bien ha parecido un verano tardío. Alargado o prorrogado en espera del invierno. Hay en mi jardín un membrillo con todas sus hojas como si fuera verano. Me preocupa. Un árbol que se precie tiene que pasar el invierno sin hojas. A merced del frío y del viento. El jardinero ilustrado me dice que si no bajan las temperaturas no caerán las hojas. Y es que el frío no llega a la Isla. Ni al mediterráneo.
Lo que no cambian son los días y las noches. Duran lo que toca. Como el tiempo. Pero ya estamos metidos en el solsticio de invierno y muchas cosas cambiarán. Los días se irán alargando. Amanecerá más pronto y el atardecer se hará esperar.
La oscuridad cambia sus formas. Empieza un poco más allá del horizonte y se acerca por el mar, sigilosamente, hasta la orilla. Luego sube por caminos tortuosos hasta la cima de la montaña cruzando el espeso bosque. Cuando llega a lo más alto ya es de noche. Las primeras luces del amanecer hacen un recorrido inverso.
Hay diferencias entre las tierras altas y el mar en estas cosas. Lo saben las piedras, los árboles y los pájaros. También lo saben los poetas que se adentran entre encinas y olivos centenarios para inspirarse en el silencio o en el viento. Otros prefieren reproducir lo que las olas dicen cuando llegan a la orilla. A la sombra de la alcoba de una barca marinera.
Este año hemos aumentado la familia tuitera y los seguidores del blog. Hemos escrito mucho con mayor o menor fortuna. Aquí despido este año dos mil catorce. Muy agradecido a los que me leéis a pesar de todo. El año que viene habrá más. Según el cielo y de cómo canten las chicharras. De mi mente creativa, de lo real que resulte ser la utopía. Del sonido de la flauta que el pastor toca por la noche mientras pastan las ovejas. Y de muchas cosas más que conforman la vida aunque no nos demos cuenta.
Si para Enero no estoy aquí podría ser que me hubiera tocado la lotería. Que dice un contertulio que es más fácil que te caiga un árbol encima. No sé si iba con segundas. Feliz año nuevo a todos. El último que apague la luz. Salud.

martes, 16 de diciembre de 2014

Navidad 2014

Hace dos años, por estas fechas, felicité la navidad con ayuda de mi sobrina María Antonia. Tenía diez años entonces, un buen nivel de estudios y una nota media de nueve con dos. Su maestra de Ciencias Naturales les estaba enseñando el aparato reproductor de los animales y de las plantas. Resulta que el ovario de las plantas se convierte en fruto cuando ha sido polinizado. La maestra les dijo que es el mismo viento el que poliniza este ovario que tienen las plantas para que se convierta en fruto.
Tenía otra maestra que le explicaba religión. Asignatura necesaria e imprescindible para alumnos que viven en un estado aconfesional. No es bueno que se adoctrine en las aulas y menos si son públicas. Parece ser que las maestras prepararon el temario de forma conjunta para evitar equívocos entre los alumnos y mosqueo entre los padres. Mi sobrina María Antonia dijo que la maestra de religión aseguró que con la maternidad empieza la vida. Resultaba romántico y poético. 
Que la maternidad es exclusiva del cuerpo femenino porque así lo ha querido Dios que es quién lo ha creado. La naturaleza, aquí, no pinta nada. Parece ser que la Virgen María sólo se llamaba María a secas. Lo de virgen viene a cuento de que no fue polinizada por ningún hombre. Fue cosa de Dios que le introdujo la semilla de la vida a través del viento del Norte que un buen día la rodeó por la cintura. Lo hizo nueve meses antes de finales de Diciembre. Los malos entendidos los tuvo María con un carpintero.
Llegado el momento, el hijo de Dios, vino al mundo en un establo dónde sólo había el burro con el que se habían desplazado. No había buey porque nunca lo ha habido en un establo. Ni ningún otro tipo de animal. Tampoco estaba el carpintero porque no era costumbre que los hombres estuvieran al lado de sus esposas en momentos como este. Luego sí se puso de moda. María era una mujer prometida a su esposo José y comprometida con el matrimonio vitalicio. Por eso sus labios se quedaron mudos cuando se supo polinizada con la semilla que el viento del Norte le dejó al rodearla por la cintura. El carpintero se quedó con el rostro perdido o extraviado en busca de un refugio de calma. En estos momentos cualquier cosa hubiera servido para protegerse de la situación. Algo destilado o fermentado, por ejemplo. Pero era hombre serio y responsable y cuidó de María.
El año pasado felicité la navidad con ayuda de Eugeni. Fuimos mar adentro. Dirección horizonte. Con las velas hinchadas. Esperamos una ola que nos inspirara. Volvimos al anochecer. Después de que el sol se hubiera puesto. Que es cosa importante felicitar una Navidad a los amigos. La Noche Buena es noche sosegada. Compartiendo mesa con buena compañía. Que no falte el vino, las palabras y la risa. Las miradas y la ternura. Noche de fiesta y buenas intenciones. Esa noche en la que el viento se cuela por las rendijas y deja villancicos oportunos. Reivindicando generosidad. Recuerdos y balances. Cosas buenas que habrá que repetir y otras que habrá que olvidar.
Soledades inciertas y difusas. Los que ya no están. Los que están de camino. Los que acaban de llegar. Asomarse a la Navidad para ver el Año Nuevo. Desde la orilla o desde el bosque. Ideas en la mente que alargan su sombra hasta la memoria. Papeles por escribir. Felicitaciones que dar. Trayectos que hay que andar. Caminos invisibles que hay que intuir. Tiempos apasionados de magias y hechizos. Pesadillas que el día borrará. Navidad blanca o del color que cada uno quiera. Con su aroma de turrón y villancicos. Ecos de todo un año que retumban sin cesar. Días de bellos decorados. Sol, lluvia, nubes, niebla y nieve.
Los balances para los de ciencias. Las letras para mi. Tardes de chimenea con libros y letras. El tiempo que nos devora. Este año me he citado con Pedro de Alcántara Peña. Amigos de siempre. Dice que Dios nació de noche. En plena oscuridad. Que recibieron regalos de pastores y reyes. En el establo había una chimenea con lecha de un árbol caído en el último vendaval. Buen calor que daba a todos los concentrados. Y una estrella en el firmamento que brillaba más que ninguna. Cada año se repite desde que el hombre habita la tierra.
Vale pues, Feliz Navidad y buen Año Nuevo. Salud.

jueves, 11 de diciembre de 2014

Diluvio

Llegamos pasados unos quince minutos del horario habitual. Como es habitual y correcto en la Isla. Llego enseguida pueden ser horas. Lo tendré en unos días pueden ser meses. Te llamo en unos días puede ser nunca. Y así casi todo. Por eso se habla del carácter isleño. Que no se trata de hacerlo todo hoy y empezar a aburrirse a partir de mañana.
Dicho esto y a veinticuatro horas del fatídico patinazo ya tenía todos los consentimientos firmados para que me operaran la muñeca que estaba catalogada de catastrófica. Todas las pruebas habían salido bien como era de esperar. La muñeca izquierda eran unas ruinas de lo que fue por culpa de la lluvia. En la Isla no existe el sirimiri. O no llueve o diluvia. Pues eso.
De los últimos tuits que recuerdo hacían referencia a mi estado anímico y físico. Ambos tocados. La calma, a veces, transita entre tinieblas. Fui contestado en abierto y por DM. Ahora que no puedo ni conducir mis contertulios de los desayunos me esperarán en vano hasta que la niebla se disipe. Que los medicamentos me tienen la mente y el pensamiento casi abolido. Cuando escribo esto estoy alejado del mar. No lo veo. No lo huelo, ni lo oigo. Tampoco puedo llegar hasta él. Pero todavía tengo la capacidad de imaginarlo porque hay cosas que no se olvidan.
Una ventana sin vistas. Una luz de neón en la cabecera. Un tiempo parado y silencioso. Ambiente turbador de paredes blancas. Experiencias que voy acumulando para la vida. Que al final es la suma de ellas. Necesito mi cama. Mi habitación. Mi rutina. Mi sueño. Mi día y mi noche. Mi viento, mi bosque y mi mar. Esas palabras ya suenan lejanas ahora mismo. Mi otoño se ha complicado y discurre por un trozo de camino tortuoso, empinado y resbaladizo. Un trozo de mi historia con trazos desiguales y difíciles de leer. Un fermentado rancio de horas y minutos sin botín a repartir. Un tiempo subcontratado y eventual que no me pertenece pero que tengo que entretener.
Cuando una memoria confusa se hace letra y palabra pasa a la historia imperfecta de cada uno. Letras sometidas a unas circunstancias hostiles que se escriben entre más tormentas que calmas. Ya dije que las trincheras no se ven igual desde fuera. Quiero volver a ellas. Salud.

lunes, 24 de noviembre de 2014

Quinientas entradas




Llegados a las quinientas entradas
pensé que el día se había acabado.
Pero amaneció otro día
joven y manso como todos.
Durante la noche triste
que iluminan las farolas,
soñé con la derrota.
Al despertar supe cómo ganar.
 
Hablé con el destino en plena calle.
Nos desafiamos.
Luego te encontré a ti,
y los recuerdos de la niñez.
Sólo el mar ha sabido imitar
el color de tus ojos.
Cuando me he sentido vacío
ha regresado el viento
y me ha dado en la cara con fuerza.
A veces lo que pienso no es lo que digo.
Es que a veces somos dos.
 
La noche es para alejarse de la vida real.
Para entrar en la vida de los sueños.
Por culpa de los ojos que se cierran.
Hace unos días empecé a vivir la vida de adulto.
Las cosas que ahora conozco pueden no ser verdad.
Las cosas que ahora desconozco pueden no ser mentira.
 
Procuro caminar en la dirección correcta.
Pero me han hecho saber
que si es para huir
camino en la dirección equivocada.
La noche no tiene ojos.
No los necesita para moverse en la oscuridad.
Y mientras mantengo cierta distancia
con el alma.
Al fin y al cabo no es mía.
 
No consigo dejar huellas
ni en la nieve ni el la arena del desierto.
Sólo un torrente de letras
atrapadas en las hojas de un libro
 llenan mis soledades
y despiertan mis inocencias.
 
El pensamiento humano nace con la vida.
Amago de vida en blanco y negro.
A pesar de la muerte. O no.
Porque es mi otoño y son quinientas entradas ya.
Salud.

jueves, 20 de noviembre de 2014

Después

El exilio a mi otoño me va bien. Gracias. Atrapado en el presente pero sigo viviendo en libertad. Me gusta caminar más por el barro porque se marcan las pisadas. El sol las secará y perdurarán en el tiempo. Lo sé. Como si estuviera previsto todo de antemano. Tampoco me molesta pisar las hojas caídas de la vida. Incluso el viento ha soplado las cenizas.
Algunos días los perros ladran furiosos. No sé porqué. A todas horas. Por la mañana por la tarde o por la noche. Cuando oyen ruido o cuando escuchan el silencio. Sólo el gallo de mi vecino le canta al amanecer y luego va a lo suyo. Yo hago lo mismo. Madrugo con los pájaros, los olivos, las encinas y las higueras deshojadas. Me llevo bien con el mar y el bosque. Escribo cuando las últimas flores del limonero han caído por culpa del frío. A la espera de la siguiente primavera. Pero antes vendrá la nieve del invierno y su frío. Yo buscaré cobijo en el calor de la tormenta del fuego de la chimenea. Como siempre. Pero ahora más que nunca. Y descalzo, a todo esto.
El amanecer de hoy tiene el color de mi cuerpo tibio cuando acaba de levantarse. Fuera, amaneceres frescos que nos avanzan la inevitable llegada del invierno. Igual que las noches tempranas me acompañan el café de media tarde. Los amaneceres de niebla huelen a café con leche porque otra cosa no se ve. La densa oscuridad de la noche huele a cena y a descanso merecido. Me dice Eugeni que en las cárceles, cada vez más llenas, y los conventos, cada vez más vacíos, se desayuna temprano y se cena pronto. Mis costumbres y mi rutina, de momento, me siguen.
Después llega la noche temprana para el escritor o la tarde desmayada para el poeta. Que viene a ser lo mismo según el estilo de cada uno. Los días empiezan y acaban con la misma luz tenue. La de siempre. Que para esto se inventó. Ahora, cuando amanece en otoño, el viento sale del bosque y recorre las calles y los sembrados. Levanta olas y mueve las nubes. A la noche regresará. Se pregunta Eugeni si los dioses y diosas de la antigüedad existen todavía hoy. Él mismo se responde que si. Son inmortales y nos acompañan. Pero sólo están de moda para los nostálgicos. Los que vivimos el otoño. Así nos va. Las olas pasan la noche mar adentro. En la playa se quedan las insomnes que no paran de murmurar.
Las cavilaciones de cuando ando no son los mismos pensamientos de cuando tomo el café o cuando la tertulia mañanera con los amigos. Porque los ojos no miran al mismo sitio. Ahora miran a ninguna parte. Y las ideas me revolotean. He vuelto a la colonia de peluquería. La que nunca pasa de moda. Procuro andar en todas las direcciones. Así en algún momento del día camino en la buena dirección. Eso es. Y en mis ratos libres miro pasar el agua del rio que no se detiene por mucho que me concentre.
Los árboles sin hojas de mi otoño parecen raquíticos y débiles. Simplemente descansan para ser más fuertes el próximo verano. Ahora me paro a mirar más escaparates que antes. Después de pensarlo bien he llegado a la conclusión que me atraen las luces de navidad, los decorados con turrón y los juguetes. Cosas mías. Cuando la presión de mis pensamientos me atormenta me sujeto la cabeza con las dos manos para que no estalle. Aprieto y siento alivio. Los días que me levanto con los ojos hundidos no me afeito. Es cuestión de mantener la armonía en la cara y la dignidad de la mente. Que el otoño es una estación más.
Siempre será de día hasta que se ponga el sol. También lo ha dicho Eugeni que se lo ha dicho el poeta de la boca del metro. Añade que la inmortalidad del alma pasa por la mortalidad del cuerpo. A diferencia de los dioses de la antigüedad. Por eso nosotros tenemos mausoleos con flores secas y ellos tienen templos con velas encendidas y olor a incienso. Cuando un cuerpo muere el alma va al infierno para purificarse con el fuego. Después va a otro cuerpo y así sucesivamente. Por eso es inmortal. Como el mar.
Es un post para leer y pensar. En calma. Que las prisas en otoño no son buenas. He conocido si fue primero el huevo o la gallina. Igual que el amor o el deseo. Ahí está la respuesta. Ahora que es después voy a hacer otra cosa o nada. Salud.

domingo, 9 de noviembre de 2014

Sesenta

Amaneció la primera mañana del mundo para mi. A las seis y diez de la tarde del día cinco de Noviembre. Esa vida que tiene todos los minutos iguales y todos los días distintos. Tarde anochecida anticipadamente porque era otoño. Con calles de farolas insuficientes y esquinas en penumbra.
A las seis y diez de la tarde, decía, se escuchó un grito estremecedor. De los de coger aire para que la vida no se escape. De esos. Luego vino un llanto largo. Sin eco y sin sombra. Es que me di cuenta de que la vida por dentro no tiene nada que ver con la vida que te has imaginado cuando estás fuera. Pero ya estaba dentro y sólo se sale con la muerte.
El otoño de la vida es distinto al resto de las estaciones. Más intenso. Cosas por hacer sin tiempo. Ahora mi respiración va acompasada con la vida. Con las emociones y con los sentimientos. La armonía del equilibrio que se consigue con la experiencia. El color de los ojos me cambia según la luz del momento. Pero la mirada va cambiando según la edad. Tranquila y experimentada. Que igual que mira dice aunque los ojos estén medio cerrados. De la mirada ingenua y azulada de antes a la mirada determinante con matices de ahora.
El olor a calostro y nenuco ha dado paso al olor de puesta de sol. De lluvia y viento. De incienso funerario. Te mantienes fuerte como un caballo de picar porque te protege la experiencia acumulada. Un ir y venir desde el centro de la plaza hasta los chiqueros y los burladeros. Levantando, al paso, arena amarillenta que mantiene huella. Soy un desconocido más que forma parte de la gente mayor. Que mira el tiempo pasado en los escaparates de la vida en calles poco iluminadas. Con paso de costumbre y rutina y la sombra fiel que no te deja ni los días nublados.
Me dice el poeta que ahora tengo que aparentar que sé más de lo que digo y escribo. Estoy de acuerdo. Y mientras fuera se acumulan hojas arremolinadas por el viento de otoño. Que se mojan con la lluvia. Cuando escampe las recogeré. O no. He cambiado las trompetas y tambores y verbenas por las puestas de sol y la marcha Radetzky. Es la última pieza que se escucha en el concierto. Pero te dejan participar dando palmas. Días huérfanos que aprovecho para amamantar recuerdos. Mientras se consume la leña en la chimenea y el humo sube recto como un ciprés. La rectitud del momento. Y mientras escribo esto han caído las últimas flores del limonero por el frío. Pero sé que en primavera saldrán otras.
Ando despacio. No quiero que descubran mi prisa por la vida. Con los minutos me he puesto a construir horas y días. He subido a la bicicleta para pedalear quimeras y pasearlas por las calles de luz nublada. Luego he descansado en un bar sorbiendo un café. He aprovechado para interrogar al pasado. Sin reproches, con buen rollo y esas cosas. Levanto la vista y observo. He cepillado los zapatos y los ha lustrado. El polvo antiguo no me dejaba andar bien. Sigo madrugando como los gorriones que me miran desde las ramas de las encinas y los olivos. Los tordos también madrugan con el crepúsculo para ir a las trampas.
El mar aguantará el invierno con sus tempestades. El bosque hará lo propio con los árboles hacinados con sus sombras. Esperaré cualquier cosa o nada de este otoño que acabo de inaugurar. Un exilio obligado e inteligente rumbo al oeste persiguiendo la puesta de sol. Porque los dioses también pasan el otoño en la Isla. Salud.

martes, 4 de noviembre de 2014

Sor Margalida

A propósito de un caso. Como se dice en el argot de mi profesión cada vez que alguien quiere exponer un tema concreto basándose en hechos reales ya vividos.
Pues resulta que Sor Margalida es una monja de la orden de las monjas de la caridad. Nacida en Binissalem (Mallorca). Se hizo monja y luego estudió enfermería en el Hospital de Son Dureta de Palma. Ahora el hospital se encuentra en fase de degradación rápida por expreso deseo de un tal Bauzá honorable. Terminada la carrera de enfermería se preparó para acudir al servicio de los demás por una de esas llamadas internas de la vocación y de Dios. Según cuenta. Esta llamada la llevó, con veinticinco años, a algún rincón inédito del Perú. Allí ha compaginado la pastoral y la sanidad bajo el nombre de "misionera". 
Hace unos meses que Sor Margalida Colmillo, a la cual me une parentesco familiar por parte de madre, ha regresado a su pueblo natal de Binissalem con motivo de su sesenta y cinco cumpleaños y su jubilación legal. Recibió el cariño de familiares y amigos. También recibió el reconocimiento del Consistorio a toda una vida entregada al servicio de los más necesitados. Una fiesta. Una misa. Una placa conmemorativa y otras cosas típicas de este tipo de eventos. Pasó con nosotros unos quince días en los que se le intentó persuadir para que se quedara lo que le quede de vida. Que vistas las cosas y cómo se conserva puede ser mucho.
Se ha entretenido con todos los que han querido saludarla y ha contado cosas bonitas que hace como misionera en Perú. Nadie ha podido convencerla de que se quede. Ha explicado que lo suyo es vocacional pero que también es un oficio. Que se empieza y se termina cuando uno se muere. Nunca se jubila uno de eso. Ella tiene su vida y otra familia al otro lado del atlántico que requieren su atención. Que vivirá haciendo lo que sabe hacer con los suyos. Y que no volverá nunca más. Que allí la cuidarán si enferma y le darán cristiana sepultura cuando se muera. Punto.
Han sido unos días largos, entrañables y sensibles. Paseó por las calles de su pueblo y recordó su infancia. Visitó la tumba de sus padres y otros. Se puso a punto consigo misma para regresar donde una vez fue llamada.
La coincidencia hizo que pasara lo que pasara con unos misioneros en África que fueron repatriados a petición propia para morir en una cama de hospital de la capital. Ella nunca entendió esa forma de ser "misionero". La suya es bien distinta. Va a regresar al lugar donde ha invertido sus conocimientos y su vida. Ahora mismo ya se encuentra en Perú. En algún lugar inédito que ella considera su casa.
Escribo esto ahora para no hacerlo coincidir con estos otros sucesos ya conocidos y mencionados. No todos los misioneros entienden su vida pastoral de la misma manera. Resulta evidente. Y para que no hubiera malos entendidos. Yo pienso igual que ella y me resulta repugnante lo de otros. Que quede constancia a propósito de un caso. Del caso de la monja de la caridad Sor Margalida Colmillo. Salud.  

viernes, 24 de octubre de 2014

Mente excluida


Desglosó el olvido
entre laberintos
de penumbras mudas
y no encontró la verdad
de nada.
 
Como si el tiempo
se hubiera acabado
negligente y funerario
recuerdo cobarde
que se aparta.
 
Probé entonces
de hacerme el ignorante
se me negó la entrada
al tiempo mezquino
que ya no habita la mente.
 
Encontré metáforas
y las quise descifrar
pero me faltaba el aire.
Las imágenes sin sombra
en blanco y negro
quietas sin hacer ruido.
 
Como un paseo
entre mausoleos de mármol
y olor a moho eterno
como un amago de vida
o una búsqueda infructuosa.
 
El orgullo del olvido
intransigente.

Imágenes eternas
que conviven en silencio
para poder descansar.
El aire se mueve
pero se mantiene al margen.
El alma se mantiene
flotando en el aire
mientras los recuerdos
se alejan inadvertidos.

Hay ratos de fortuna
que volvemos a la vida.
Miré atrás y no pude ver
los días que se fueron.
Como historias de aventuras
en libros cerrados
y colocados en estanterías. 

Hay orden pero no hay ruido.
Como en la profundidad del mar.
Donde nacen los peces
y descansan los muertos.

El nombre del libro
viene escrito en la solapa.
El de los muertos
en la piedra o en la madera.
También el nombre del libro
se borra si nadie lo abre y lee.
Los días vividos desaparecen
y con ellos las historias
para recordar y para olvidar.

No sé tocar el piano
pero sé colocar de forma adecuada
los dedos sobre los agujeros
de una flauta dulce.
Los días se repiten
pero no sus momentos.
La vida sólo se vive una vez.

Cuando las noches son insomnes
los días se repiten.
No sé muy bien porqué.
Mientras amanece
no miro al sol.
Me fijo en las cosas
que la luz vuelve visibles
con sus sombras alargadas.

El jardín de casa guarda las flores
pero no puede hacer lo mismo
con el aroma que el viento esparce.
Voy girando las páginas 
de la vida.
Pero los capítulos del libro siguen.
Mañana leeré otros
pero ya no será lo mismo.
El tiempo que estuvo en mi
ahora es otro.

Escucho el viento
y el ruido de las olas que llegan.
Una y otra vez.
Puedo oler la grandeza del mar azul.
Algunas vivencias producen lágrimas.
De alegría o de tristeza.
Pero nada me es indiferente
porque todo es irrepetible.

Subí a la cima
en busca del viento
y me encontré la lluvia
de una primavera anticipada.
Aproveché el lugar
para conocer a los dioses de los clásicos.
Escucho el eco
de lo que dijeron los filósofos.
Yo también he sido
muchos hombres
y he tenido distintas edades.
He disfrutado 
de la tranquila arena del desierto.
Horizontes de dunas que se alejan.
Como el horizonte marino
que cuanto más te acercas
él más se aleja. 

He tardado tiempo en saber
la razón de la vida.
Todavía tengo dudas.
Intuyo que la sombra del ciprés
es alargada para mostrarme el camino.
Impresiona su rectitud
como metáfora de la razón de la vida.

Hay días que el silencio es cruel.
Otros días es un alivio.
Tengo dudas de la razón del silencio.
Pero realza las emociones.
El desierto carece de sombras.
El bosque está repleta de ellas.
La noche no tiene sombras
porque está formada de oscuridad.


miércoles, 8 de octubre de 2014

Nosotros mismos


Viene el rio a morir al mar,
exhausto.
Reflejando paisajes,
recogiendo hojas
en su recorrido.
Le hablo de ti
para que lleve las palabras
en su agua transparente
y su fondo de piedras.
Baja rápido y se entretiene.
Como las nubes y el mar,
como el aire que respira,
como el pensamiento.
Llega a la noche de la nada.
Al garabato indescifrable.
A la palabra sin sentido.
Y se pierde
en la grandiosidad del mar.
Desaparecen los paisajes
las hojas y las piedras.
Hasta la ceguera infinita.
Ha recorrido mucho desde la montaña.
Se ha detenido en los recodos.
Día y noche sin parar.
Monotonía y desvelos.
Muere en el mar.
Resucita en el mar
pero ya es otra cosa.
Nosotros mismos.