jueves, 3 de abril de 2014

Aguas mil


Perfecta noche
entre frio y calor
brisa y viento
susurro de ramas
nubes en movimiento
ojos abiertos 
de un dormir lejano
oscuridad invisible
luna presente
las cortinas de la ventana
entran y salen
 vuelan y caen
habitación en penumbra
niebla infinita
sudor de pasión
y sábanas revueltas
sonidos de olas
crujidos de cama
sin disimulos
 necesidad y ganas
dura poco la noche
el gozo que trae
un corazón acelerado
 bellos recuerdos
momentos sublimes
 sin heridas
tú y yo
la pasión y la noche
momentos protegidos
 por el silencio

martes, 1 de abril de 2014

Silenciado

He sido Hackeado y Twitter me ha cerrado.
Mi palabra secuestrada desde anoche.
 

Ideas calladas

           Difíciles amaneceres cuando se cruzan con el futuro. Siempre seguro el amanecer. Siempre incierto el futuro.
La brevedad de llegar al futuro. A cada día que pasa más cercano. A cada día que pasa más imprevisible. Al amparo de hoy, porque el futuro empieza hoy.
           Hemos llegado a un punto en el que necesitamos una inteligencia rápida. Que conteste a cualquier cosa. Al momento. Inmediatez sin reflexión. Nos hemos desprovisto del escuchar pausado. Del pensar reflexivo. Del hablar calmado. No tenemos tiempo para una generosa reflexión. Vivimos rápido. Sin saborear los momentos. A menudo sin atención. Los detalles pasan desapercibidos. Y parece que no hemos vivido. Lo efímero de la vida y la brevedad del tiempo que nos separa del futuro. La angustia del amanecer cuando te lleva al futuro. La tristeza del atardecer. La melancolía del anochecer. Con su oscuridad y su silencio. Pero contigo es distinto.
           No sé dónde acumulamos la edad. Parece que la llevamos en las pestañas. Cada año los ojos un poco más cerrados. Pienso esto mientras camino. Preocupado por el futuro. Aprovechando un descuido de mi cansancio he sacado los zapatos viejos y cómodos a pasear. He dicho pasear. Con las manos despreocupadas y en los bolsillos. La mirada ociosamente perdida en cualquier parte y con cualquier cosa. La mente entretenida en la idea de lo que ahora escribo. Estrenamos primavera lluviosa sin dejar del todo el invierno. Con frío y nieve. Lluvia y viento. Mar embravecido con olas amenazantes. Y yo con el sombrero y el paraguas camino del futuro. Mezcla de emociones gratas y miserables tragedias que me rondan la cabeza. Aprovechando la vigilia del insomnio. El descuido de la pereza. Un camino bacheado por la vida. Por favor, que nadie me niegue la virtud del talento.
           Mis ojos quieren mantener una conversación con tus ojos. Porque los ojos entienden. Tienen memoria y saben transmitir. También saben escuchar con la mirada atenta. Es el calor de la voz de los ojos. Imagino yo. Sé que a las nubes les gusta más llover al atardecer. O cuando es noche cerrada.  No apetece llover por la mañana. La lluvia protege la conversación.
A orillas del mar también te protegen las olas. Es la rutina del susurro. Quieres pisar la ola y se te escapa. El calendario marca una primavera que no es. He oído una señora decir que cuando el dinero se deprime se va de compras. Ella le acompaña porque no se fía. La sensatez de la señora.
           Luego llegará la noche. Como siempre. Cuando termina el día. ¿Y si no llega la noche? Dice la señora. No puede ser, le contesta otra. No podemos impedir que salga la luna y sus estrellas. Que el sol tiene que acostarse para descansar en el mar. Tampoco podemos impedir un sueño. Los sueños son libres y vienen de noche. La calidez de algunas personas es como el viento de verano que se comporta como brisa. Y el futuro va llegando con el mes de Abril. A la noche de hoy le pondré nuestros nombres. Será nuestra noche pues. Nos contaremos inocencias y desfachateces. Sentados en la arena junto a la barca. Que llegue antes la noche. En la madrugada buscaremos la luz a tientas. O seguiremos esperando el futuro con ideas calladas.
           Quimeras de ratos libres. Ideas calladas que han aprendido del silencio. Con colores vivos copiados del mar. Y del bosque. Y del amanecer y de la puesta de sol. Con una mirada completa de adolescencia. Pasional y todo eso. Como cuando estás a punto de llegar a la última página del libro. Pero no quieres porque se habrá acabado. Cuando el futuro se insinúa cercano. Huyendo de la indiferencia. Mi libro de mano y el dedo índice atrapado entre hojas marcando punto. Y es que hay cosas que todavía me emocionan. La brevedad del tiempo que me separa del futuro, por ejemplo. Salud.
 

sábado, 29 de marzo de 2014

Con encanto

Últimamente leer la prensa resulta aburrido. Nada nuevo. Más de lo mismo cada día que pasa. Pasan cosas porque la vida sigue. Pero no pasa nada. Uno de los contertulios que están a mi lado habla. Les dice a sus amigos que eso es cosa del frío de la primavera. El tópico de los más viejos del lugar. Todas las primaveras son invernales cuando empiezan. Pero a ellos ya les cuesta recordar. Yo pienso que seguramente será esto. Sí. Seguro que será el frío de invierno que cuando aparece en primavera aletarga. Este comentario sólo lo puede hacer alguien que vive en un mundo metafísico. Es una forma de vida cautelar. Como si las cosas no fueran con ellos ni con nosotros. Esto nos protege. Evitamos sufrimientos absurdos en forma de cabreos. Es bueno. Si te tomas las cosas demasiado en serio es un sin vivir. Sólo interesa aquello que afecta directamente. Nada más. Con esto se consigue una felicidad relativa y a tiempo parcial. Pero mejor eso que nada.
Todo viene a raíz de una publicación sobre la longevidad y la felicidad. También pueden ir por separado. Hay un pueblo donde la gente vive muchos años y con salud. Llevan una vida ecológica. Son pocos. Se dedican a la agricultura y a la ganadería. También al turismo rural. Las dos primeras actividades les ayuda a ser autónomos. Han restaurado todo el pueblo con ilusión y ganas y materiales, claro. El pueblo tiene encanto y ellos simpatía. Han puesto de moda lo del turismo con encanto. Ofrecen lo que tienen. Buena comida. Compañía. Senderismo. Tertulias. Callejear. Tranquilidad. Simpatía. Y esas cosas. Nada de cobertura. Sólo productos de la tierra. Es lo que hacen ellos y así les va. Su concepción de vivir es simple a primera vista pero complicada de entender para los que nos la hemos complicado. Ellos viven para disfrutar de la vida y pasarlo bien. Qué remedio. No como otros que nos complicamos la vida para sobrevivir medianamente bien. Con felicidad artificial.
Son libres en todos los sentidos. No tienen ataduras. No necesitan aparentar. Sólo importa lo de cada día. Se afanan para quedar bien con los visitantes porque son su fuente de ingresos. Son inteligentes porque han conseguido eso sin modificar nada del pueblo. Ni siquiera sus costumbres. Si vas te adaptas fácilmente. Dan envidia, qué quieres. Te contagian. Su existencia es estética, funcional, ecológica, elegante, inteligente, con experiencia y todas esas cosas. Te propones hacer como ellos y funciona mientras estas allí con ellos. Te vas y vuelves a complicarte la vida para ser feliz. A vivir permanentemente cabreado. Si es que no aprendemos. A nuestra inteligencia compleja y densa se une el frío invernal de primavera. Será eso. Salud.

lunes, 24 de marzo de 2014

Color de algo

Me decían esta mañana que todas las cosas tienen un color de algo. Me lo decía Eugeni. No le falta razón. Incluso las cosas derrotadas pueden llegar a tener colores vivos de algo. Un presidente fallecido con color a valentía. Por poner un ejemplo. Un alcalde inerte que devolvió el color a una ciudad en blanco y negro de carboncillo. Pues de eso se trata. Color de algo.
El color define. Igual que el aroma o las palabras. El comportamiento de las personas y la sensatez de las cosas. Que todas las cosas y sus colores miran al infinito. Y que éste es pequeño cuando las cosas son pequeñas. Y grande cuando las cosas son grandes. Matizaba Eugeni esta mañana. Al final el infinito está más cerca de lo que parece y es tan grande como el mar. O más. O quizá el mar es el infinito porque llega hasta el horizonte. Como mínimo. Aunque dicen que el horizonte está lejos porque nunca nadie ha llegado hasta él. Eso me han contado. Ese color de algo tan característico.
El infinito y el horizonte existen desde siempre. Desde que empezó el mundo a ser mundo y nosotros a habitarlo. O incluso antes. Y todo en el mundo tiene un color de algo. Eso dice Eugeni esta mañana que viene inspirado porque ha dormido bien y ha soñado cosas bonitas en color. Yo tengo una idea aproximada d mi infinito. He navegado hasta el horizonte y lo he pisado en sueños. Porque iba descalzo. Y a todo esto el sol amanece. El viento de ayer se ha retirado. Las nubes se mueven despacio porque no tienen prisa. Son nómadas del cielo. Lo contrario que las estrellas. Lo que no tenemos claro es quien puso el horizonte dónde está. Ni porque lo puso tan lejos. Serían unas manos esclavas de alguien que así lo quería. Le conté a Eugeni lo de la mili. Me dice que él también la hizo y que ganó la batalla. Se escondió en la garita y el enemigo de la patria no supo contra quién luchar. El enemigo no atacó. Se aburrió y se marchó.
Recordé una anécdota de cuando era niño y monaguillo. Antes de ser ateo. El padre Mut era mi confesor particular. Era el responsable de fabricar el "Licor de Randa" que los franciscanos vendían a los turistas como recuerdo de la Isla. Era dulzón y mareaba. Y no diré cómo lo sé. El padre Mut siempre probaba lo que fabricaba. Luego iba al confesionario y se dormía. Momento en el que iba a confesarme. Pero no se enteraba porque el licor le había nublado la mente y no le dejaba abrir los ojos. Yo, mientras largaba pecados por mi boca pequeña y se los enumeraba por orden de importancia, le ataba los cordones de los zapatos. Los del zapato izquierdo con los del derecho. Luego venía el momento petardo inofensivo dentro del confesionario. Salida precipitada del padre Mut con los ojos cerrados. Y morrazo sobre la cripta de un santo. Una vez se rompió dos dientes y se partió el labio. Sangró por la boca y le dieron unos puntos. Me impactó porque soy pacifista y no lo hice más. No me gusta la sangre. De ahí me viene, dice Eugeni, eso de que hay cosas que es mejor hacerlas sin zapatos. Seguramente.
Esas cosas de niños que a veces resultan incomprendidas por los adultos. A partir de ese día no más cordones. Una lagartija en el confesionario que se saldaba con un grito y un susto. Y nada más. Que al fin y al cabo Dios, el azar y la casualidad son uno mismo y hacen fiesta el día de Pentecostés. El licor de Randa hace que hables más lenguas de las que sabes. Eso recordaba yo esta mañana en la tertulia del desayuno. Salud

jueves, 13 de marzo de 2014

La garita

Esta mañana ando perdido en algún sitio escondido de la nada. O pongamos que se trata de algún paraje remoto a orillas del mar. Arena y rocas. Sirimiri y viento. Y las atractivas e insistentes olas que te recuerdan que el mar está vivo. La ceremonia de sentarte y recuperar la concentración. Y la memoria que ha estado desconectada toda la noche. La serenidad del pensamiento libre que sólo el mar puede darte. Y el bosque, a veces. La tenacidad de la escritura. El aroma del café y de un pan reciente. La costumbre de descalzarte. Y todo eso. Y con todo esto juraría que he visto el destino apostado sobre un horizonte limpio.
En el bolsillo llevo una foto que miro. Estamos unos amigos y yo en un acuartelamiento delante de la garita del cuerpo de guardia. Con la risa en la cara, el Cetme FR-7 en la mano elevada y posición de desmadre. Pues eso. De cuando me tocó defender la patria vestido en verde caqui según tendencia en moda militar de aquellas fechas. Pues si. Yo defendí la patria de un enemigo invisible pero temido. Algo parecido a un ser mitológico de siete cabezas echando fuego por la boca, humo por la nariz y que puede matarte de una pisada si antes no lo hace de un susto. Interminables guardias nocturnas donde la oscuridad era más negra que nunca y vigilando que el enemigo no se acercara. En caso de que lo hiciera tenía que advertirle tres veces y luego disparar a las piernas. En plena oscuridad, claro. Y que el cabo no te pille durmiendo. Momento en que el enemigo aprovecharía para entrar en el acuartelamiento y apoderarse de la patria. Era responsabilidad.
Todavía tengo este malestar interno por no haberle visto nunca la cara. Ni la silueta. Ni la sombra. Ni el nombre. Ni nada de nada. Pero sé que existía porque de lo contrario yo no hubiera hecho la mili. Contando balas para que no se pierda ninguna o se te cae el pelo. Y cuidado con disparar sin motivo que terminas en "Illetas" (islote reconvertido en cárcel militar). Los días de permiso no tenías que preocuparte de nada. El enemigo sólo se haría con la patria a través de los cuarteles. Año y pico defendiendo la patria de todos desde la garita de un cuartel y con un Cetme. Lo hice bien. Nadie nunca atacó la patria y la devolví como me la habían entregado. Sin muertos de por medio. Que debió de haberlos porque había un monolito con una corona de laurel que ponía "a los caídos por la patria".  Que la mili era esto. Defender la patria como un niño y licenciarte como un hombre. Palabra de sargento. Y yo fui feliz porque me lo pase bien y ahora tengo un montón de amigos.
Que a veces demasiada luz te ciega y no te deja ver. La justa, siempre. Yo nunca perdí el valor ni tuve miedo. Seguramente no tenía conciencia del daño que podía hacerme un enemigo de la patria. Yo ambicionaba terminar y que me sellaran la cartilla. Ser hombre e iniciar una vida nueva. Sacar a pasear mis ojos claros y el panamá color marfil. Mirar el mar desde la ventana de mi habitación. Que me despertara el gallo de mi vecino antes que un cornetín de órdenes. Ahora mismo todavía se me ponen los pelos de punta cuando recuerdo las misas de los días de guardar. La banda tocando el himno nacional. Una rodilla en el suelo y el Cetme apuntando a tierra. Con la gorra sujetada con la mano izquierda. Un recuerdo a los caídos por Dios y por la patria. Esto significaba que el enemigo existía y que tenía capacidad de matar.
Ahora mismo se ha puesto a llover pero no me preocupa porque ya no tengo que defender la patria. Lo hacen otros. Espero que con la misma eficacia que lo hicimos mis amigos y yo. Ahora son profesionales y tienen ojos de radar, ordenadores, satélites y misiles. Es evidente que el enemigo, ahora, es más peligroso. De la mili sólo me quedan recuerdos, fotos, amigos y muchas anécdotas. La sensación del deber cumplido porque no perdimos la patria y sin pegar ni un solo tiro. Cuando me ataca el desasosiego me refugio en mi garita. Me siento seguro en ella. Escribí poco en la mili y casi no leí. Llevaba botas militares rígidas y callos y ampollas en los pies. Con las botas puestas se puede morir por la patria pero no se puede leer ni escribir. Si vas descalzo los pies son libres y la mente se inspira. Pues queda dicho. Salud.

martes, 11 de marzo de 2014

11 - M

Una mañana más.
Mañana maldita.
No pude ver tus ojos
ni coger tu mano.
No pude andar tu camino
ni estar en tu compañía.
No escuche tu palabra
tu lamento o tu ira.
 
Tengo la esperanza
de conocerte algún día.
La muerte se llevó tu vida
y me dejó con la añoranza.
Eras amante, familia,
persona desconocida.
Ya no me eres ajeno
y te sigo recordando.
Te veo en las nubes
y en el mar el calma.
Te oigo en el viento
y te siento. Siempre.

lunes, 10 de marzo de 2014

Hablar

La boca habla igual que besa. O besa igual que habla. O debería ser así. Si lo hace bien, claro. No creo que una boca pueda hacer las dos cosas mal. O si. No sé.
La boca dice verdades igual que miente. Habla fuerte para luego susurrar. Puede insultar igual de bien que luego recitar un precioso verso. La boca incontinente que no para de hablar. Porque no sabe callar. Razona cuando puede y reivindica a gritos cuando no le queda otra. Habla alto o bajo y calla cuando toca. Aunque la boca está hecha para hablar y no para callar. O también.
Pero cuando calla a veces también dice. Cosas del lenguaje. Propaga rumores. Grita verdades. Calla secretos. Susurra intimidades. Sonríe miradas. A veces, antes de hablar, se humedece los labios. Sus movimientos se interpretan. Sus muecas se entienden. Se le invita a callar a las buenas, "mejor no digas nada". Y a las malas, "cierra el pico". A veces las invitaciones son reales, "porqué no te callas". O también, "tiene la palabra".
Cuando muchos hablan al mismo tiempo se produce un griterío. No se entiende. En las tertulias todas las bocas quieren hablar y se interrumpen. Es para molestar. Como en el congreso. Pero está la vicepresidenta que también tiene boca, "no tiene usted la palabra, señoría". Lo repite mucho la vicepresidenta del congreso porque no tiene otra cosa que decir. Tiene una boca tonta y no da para más.
La boca infanta o infantil que ha aprendido a hablar para ocultar a sabiendas. "No me acuerdo". "No lo sé". "No tengo constancia". Una boca no debería de abusar de estas cosas porque se nota que son para mentir. Luego está la boca que habla para agradecer un premio. Elegante siempre. Una boca debería tener estudios de oratoria. Pero no es así.
Cuando nace sólo babea. Luego balbucea. Pasa a decir sus primeras palabras que todos sabemos cuales son. Porque nos esmeramos en enseñarlas. Con el tiempo se va independizando y ya no repite. Improvisa. Recita. Habla tranquilamente. Insulta con toda libertad y con ganas. Y esas cosas.
Es cuestión de que lo que haga, lo haga bien. La boca de quien reconforta y la de quien te desespera. La que se despide para siempre cuando es el último día. La que dice buenos días venga como venga la mañana. La que dice buenas noches incluso cuando hay tormenta.
La que es agradable y la que es odiosa. Que a veces es la misma. La que recita versos en voz alta para que el eco y el viendo los difundan. La que habla educadamente los domingos y las fiestas de guardar. Las bocas que susurran piropos en la intimidad. Son bocas clandestinas que luego besan.
Las bocas que hablan de los recuerdos porque tienen memoria. Las bocas que hablan inspiradas en horas mágicas. Las horas que van desde el búho al gorrión. Las horas primeras de la mañana. Las que están reservadas para el amanecer. La boca del profesor que explica y pregunta. La del sacerdote que sermonea. O la del militar que sólo sabe dar órdenes.
La más peligrosa es la que sube a la tribuna y se pone a mentir. Aunque no lo parezca. La boca no tiene piel y por eso es más sensible a todo. La boca que se siente libre y molesta cuando habla. Pero yo formo parte de la libertad y lo siento si molesto. La boca callada cuando corríamos delante de los grises. No se fueran las fuerzas. Luego fuimos buenos corredores de Sanfermines. Correr y callar. Como el libro que es libro y se acostumbra a vivir cerrado entre otros.  En un estante. 
No tiene culpa la boca de ser así. Habla lo que sabe o lo que le indican. Aunque a veces se le escapa alguna espontaneidad, "parece que va a llover". Hay que armarse de palabras para la oratoria. Porque hay que hablar bien. Ser formal y educado que insultar no tiene futuro. Si tienes boca habla. Y si no tienes prisa, piensa antes de hablar. Salud.

jueves, 6 de marzo de 2014

Flores secas

El anciano era mayor, o viejo,
le vi los años en un descuido
de un negro descolorido oxidado
le vi la memoria en su hablar
de azul turquesa de mar
le vi sus ideas en su mirar
de vida caducada y objetivos cumplidos.
 
De corazón caliente que vive
escondido en vísceras y sangre
que piensa y escribe libre, siempre.
Con la cabeza perdida y la mente en penumbra
una voz negra con estertores de agonía
ajeno a su futuro por culpa de Morfeo
y por fin la luz blanca que hay al final.
 
La prosa de los muertos que huelen a nada
letras escritas sin tinta y sin rima
agradeciendo las flores secas
de su jardín en calma cubierto de hojas
agradecidos al viento por su compañía
con sonidos de flauta y susurros afónicos
en su memoria.
 
La escritura no es indiferente
siempre comprometida y quieta
como las nubes y su lluvia
como las noches de insomnio protegido.
Escritura que huele a calle estrecha
a tierra húmeda y a pino
a incienso y a oraciones de penitencia.
 
Estuve en la calle blanca
donde las losas se despegan
y los epitafios hablan por los que allí moran
donde la noche releva a la noche
porque ya nunca será de día
 el frío y el moho pasan desapercibidos
entre flores secas, llantos y oraciones.

sábado, 1 de marzo de 2014

Benito

Es mi momento relaxing cup of café con leche y ensaimada. Como cada mañana en el bar de Pepe. Junto al mar. Faltaría. Es de todos sabido que me gusta Umbral, y otros. Su estilo, y también otros. Por todo ello digo que estoy en uno de los pasajes del libro cuya lectura me ocupa. Uno que Manuel Rivas escribió en "las voces bajas".
No cito textualmente aunque entrecomille porque me lo he adaptado y hay añadidos y desmentidos y parecidos y esas cosas pero viene a decir que "su padre, ya mayor, fue a examinarse para obtener el certificado de Estudios Primarios. Se preparó con ayuda y estudió mucho. Uno de los ejercicios fue escribir una redacción. El tema era Mis vacaciones. Sigue diciendo que su padre dejó el bolígrafo y se levantó de la mesa para irse del examen. La profesora al verlo lo llamó y se dirigió hacia él para pedirle alguna explicación. ¿Porqué abandona ahora? Y él respondió: Nunca fui de vacaciones. La maestra se quedó pensativa y le dijo: Siéntese y escriba lo que quiera, hombre. Escribió las aventuras de su tío Benito. Toda una leyenda. Empleado de la compañía de electricidad que iba leyendo contadores a falta de libros y cobrando kilovatios. Educado y con voz de tenor. A su padre le gustaba mucho Sevilla aunque nunca fue". Bonito fragmento que he querido reproducir, más o menos, para deleite de todos. Porque el andar de Benito se hizo famoso por las calles de Sevilla. "Sobre todo en verano cuando el suelo era de brasas que le quemaban los pies".
Hoy mucha gente tampoco sabría qué decir sobre las vacaciones. Tendría que recurrir al recuerdo o a la improvisación. El lucimiento vendría de escribir sobre penurias de crisis. Sobre papeleo en la era digital. O sobre temas de conversación en las interminables colas del paro. Por citar algunas cosas. Y aprovechando el momento y la ocasión digo que yo también tuve un tío cobrador. También se llamaba Benito. Mágicas coincidencias. Estaba empleado en una empresa funeraria. Iba recorriendo calles. Subiendo pisos. Tocando timbres. Y hablando sobre las bondades de morirse con su empresa. Esquela en blanco y negro y recordatorios con fotografía en color. Las esquelas en periódico de papel. Que a los muertos no les gusta publicitarse en internet. Caja de pino lacada con guata en el fondo forrada con tela de raso. Seis cirios de cuarenta centímetros en el velatorio. Una corona y un ramo de flores con cinta morada y frase a elegir. Todos los medios de transporte utilizables de la marca Mercedes Benz. Como los ricos. Y otros detalles. Mi tío también se pagó el entierro y funeral a plazos y por adelantado. Arriesgando a que el fin del mundo llegara antes de morirse.

Pero la memoria se le fue oscureciendo poco a poco. Como llega el atardecer. Y en su mente se hizo la noche con oscuridad y silencio. No recordaba los nombres de los clientes ni sus direcciones. No reconocía sus caras. La funeraria lo jubiló del trabajo activo y responsable. El paisaje desapareció de su mente y se quedó sola en un desierto sin oasis. Con tormentas de arena. Llevaba una vida sin sentido. El tiempo dejó de avanzar en un invierno permanente. Frío y lluvioso. Siempre tenía un libro en la mano. Como antes. Pero ahora, al final, ya no leía. Sólo lo miraba y lo volvía a cerrar. Sería la costumbre. La vida le envolvió la memoria con papel de olvido. Para siempre. Un día regresó a la funeraria, se paseó en mercedes, y no volvió a casa. Se fue a un territorio artístico por descubrir.
Todo esto viene a cuento porque mi tío Benito siempre quiso ser escritor. Pero nunca escribió una frase. Eso me decía y así lo cuento. Su madre -mi abuela- quedó afectada y le quisieron comprar un regalo. Un detalle. Pensaron en regalarle un artilugio doméstico del que ella hubiera sido depositaria solamente. Dijo que no. Que quería ser como el tío Benito. Quería un libro, y de poesía, que fuera suyo. Y poder leerlo cuando quisiera. Y llevarlo de la mano donde fuese. Y memorizar versos para recitar con las amigas. No como hasta ahora que lo hacía en la clandestinidad. Como si fuera algo malo. Así las cosas. Descansa en paz tío Benito que la abuela ya tiene su libro de poesía. Salud.