domingo, 25 de agosto de 2013

Horizonte

Me dice Eugeni, medio bromeando, que no soporta la soledad. Que es un animal gregario y necesita relacionarse. Vivir en sociedad. Pero ahora, en verano, las personas buscan esa tan ansiada intimidad porque están sobre expuestos a las masificaciones. Comidas familiares. Cenas en la calle con los vecinos. Fiestas populares.
En la playa no cabe una toalla ni una sombrilla. Conciertos y cine al aire libre. Las tertulias en el bar de Pepe hasta las tantas. Cuando el sol ya se ha puesto y el aire fresco empieza a correr por las calles y plazas. Y así tantas cosas. Con este panorama resulta normal que la gente busque un poco de intimidad. Por muy gregarios que seamos. Eso dice Eugeni que ya sabéis que pasa unos días de vacaciones en este pueblo costero de la Isla. En su casita con vistas al mar. Como casi todos. Luce bronceado aunque se protege del sol con cremas, gafas y un Panamá extra fino auténtico fabricado en Quito, manufacturado en Panamá y comprado en Pollensa.
Se libera de la tensión y el estrés acumulado a lo largo del año. Que suele ser mucho. Eso dice. Nada de prensa. Nada de tele. Apaga el móvil. Sólo para emergencias. Algún cotilleo para estar al día. Y la música que no falte juntamente con los libros que se trae en la maleta. Notas y más notas escritas en pequeñas libretas que se lleva para pasar a limpio y ordenarlas. Pasear por las calles del pueblo con tranquilidad y sin prisas. Caminatas por la orilla del mar. Con los pies descalzos en la arena. Dejando huellas que las olas se encargan de borrar. Como debe ser. Subir hasta lo más alto del acantilado. Ver la puesta de sol y bajar antes de que se haga de noche.
Se sienta en las rocas y mira el mar. Se pregunta para qué sirve el horizonte. Se responde a sí mismo. El horizonte es el final del mar. No está muy lejos aunque lo parezca. Sirve para que el sol se ponga por la parte de atrás y salga por el mismo sitio pero mirando al Este. El horizonte es el lugar que eligen las barcas para navegar con las velas desplegadas. Donde se posan las nubes y se paran a descansar en su afán de viajar. Donde caen las lágrimas de San Lorenzo. Y todo eso. Eugeni disfruta de estas cosas y yo con él cuando me deja que le acompañe. 
Hace fotos a todo. A la noche, en las tertulias, lo cuenta. Lo cuenta bien. Nos describe la tranquilidad, el sosiego, la luz, la oscuridad, el silencio, el ruido de las olas. El olor a playa. La brisa. Y todas esas cosas que sólo se experimentan en verano.
Eugeni es una persona de bien. Lo digo porque el otro día alguien se interesó por él. Le conozco bien. Honra intacta. Esforzado trabajador. Incansable. Amigo. Educado en el sacrificio y en el trabajo bien hecho. Como muchos, por supuesto. Gran derrochador de energías en soñar con un mundo mejor. Apasionado del presente y de lo que le ha tocado en suerte en esta vida. Eugeni busca la soledad de la madrugada para escribir. Justo hasta que el sol está a punto de amanecer. Luego viene a la playa y nos aseguramos de que sale bien y de que es el mismo de cada día.
Es el momento de olvidar cualquier cosa que huela a negativo, derrota o fracaso. Los primeros rayos del sol que tocan nuestra cara hacen  aparecer los rasgos de lo que realmente somos. Sin trampas. Después de esta sesión matinal de cargar energía positiva subimos al bar de Pepe que ya nos tiene el café con leche y las ensaimadas preparadas.
A finales de mes se irá a la ciudad. A los modales desajustados. A la crispación. Al cabreo como algo normal. A la tensión. Pero antes se habrá despedido del mar. Nunca se iría así, sin más. Sin decir nada a los amigos y al mar. El mar siempre se porta bien. Está cuando lo necesitas. Escucha. Susurra con las olas sin levantar la voz. Aunque a veces viene molesto. Es normal. Nos pasa a todos.
La otra noche estuvimos en Valldemossa. Tomeu nos deleitó con la flauta mientras cenábamos. Geni lo hizo con su voz. Están igual que siempre. Tomeu tiene un sombrero como el mío. O yo como el suyo que no quiero problemas. Se hicieron las tantas de la noche o de la madrugada. Según se quiera ver. Al día siguiente el mar venía revuelto y se rompía contra las rocas. Ya está avisando de que el verano agoniza y queda nada para que termine Agosto. Lo noto porque el sol se pone antes y sale más tarde.
Eugeni se afana en hacer rimar las palabras que escribe. Cambia unas letras por otras y esas cosas que hacen los poetas. Los veranos son para vivirlos. Eugeni y yo lo sabemos y somos expertos en ello. Pronto habrá que cerrar los porches y recoger las tumbonas. Pero mientras seguiremos en compañía del mar. Salud.

miércoles, 14 de agosto de 2013

Poesía de Agosto

Le he dado trabajo a la poesía.
El Agosto es propicio.
Versos y más versos.
Antes de que llegue el sueño
de la noche.
 
La poesía tiene memoria.
Ve bruma sobre el horizonte.
Y cenizas en suspensión.
De nosotros mismos.
De promesas quemadas.
De pasiones consumidas.
 
Pero fíjate.
Que aunque ceniza,
permanece unida.
Sobre el horizonte.
Que no sople el viento, pues.
 
El sol permanece oculto.
Por las nubes.
Los versos no riman.
Habrá que recoger las cenizas.
Recomponer las promesas.
Devolvernos las miradas.
Cambiar silencio por palabras.
Recuperar el antes.
 
Volver a encender el fuego.
El que no quema,
pero da calor.
El de la pasión y la ilusión.
Recogeremos estrellas.
Nos diremos palabras adultas.
Mientras superamos el vértigo.
De la poesía libre.
La que dice la verdad.
Que escribe versos en la noche.
Antes de que llegue el sueño.
 
Cumpliremos las promesas.
Iremos de la mano.
Dónde nos conduzca el sendero.
Dónde nos lleve la marea.
Sin brumas ni susurros.
Que el Agosto es propicio.
Para que escriba la poesía.


martes, 6 de agosto de 2013

La alcoba

Hoy, de buena mañana, me he acercado hasta la orilla del mar. Extiendo una toalla y me siento. Siempre busco la sombra del porche de alguna de las alcobas que usan los marineros para  sus barcas. Esta especie de casa a pocos metros del mar. En estas calas de la Isla hay muchas. Las barcas están a buen resguardo en ellas. Pues estas alcobas tienen un porche tapado con ramas secas de pino, ramas de palmeras y de matas. El aire, en estos sitios, siempre es fresco. De aquí al agua y vuelta.
El inconveniente a tanto bienestar es que muchos días te ves amoscado. Es el paso previo a estar mosqueado. Una manada de moscas revolotean a tu alrededor a cara descubierta. Provocan incomodidad y te hacen perder la paciencia. También  buscan la sombra y el fresco. Empiezo a dar manotazos sin apuntar. A diestro y siniestro. Son expertas en esquivarte y vuelven a la carga. Aquí es cuando me mosqueo de verdad y me meto en el agua con la intención de no salir. El mar es el único que me entiende. Sólo cabe la esperanza de que al salir el que esté amoscado sea otro. A veces ocurre. Al verano hay que condimentarlo con paciencia.
El que en el porche de una de estas alcobas no haya moscas es lo más parecido al paraíso terrenal. Cojo un libro y leo. El escritor lo ha escrito para mi, entre otros. Mientras leo el aire va cambiando las nubes de sitio. Y yo sin darme cuenta. Decía un poeta que un bonito amanecer está en los ojos de quién lo mira igual que la verdad está en el oído de quién quiera oír y escuchar. Me doy cuenta de que no todos los homínidos han visto todo. Algunos sólo han visto puestas de sol. Deberían ver, por lo menos una vez, un amanecer. Andan por la vida con la glándula pánfila inflamada. No toman tratamiento para su panfilitis.  También deberían estirarse en una tumbona de verano un rato. Por lo menos. Y ponerse a pastorear las estrellas. Contarlas por si falta alguna. Y de día podrían contar las olas que llegan a la orilla de la playa para mojar la arena. Que bueno el verano cuando hace fresco. Yo sé dónde hace fresco. Dónde están las moscas. En los porches de las alcobas de las barcas.
Esa gente invisible que me rodea. La que pasa desapercibida. Existen y no te avisan. Y mientras tomo el fresco miro y los veo. Son muchos. Todos a sus cosas. Como debe ser. Miro y escucho. Sus vidas parecen sencillas y quizá sean complicadas. Hay un grupo de gente que toma el sol, se baña y se divierte. La madre le pregunta al hijo que quién es su tío preferido. Una encerrona cruel para un niño inexperto que está a otras cosas. Su respuesta es de supervivencia. El tío que en este momento tiene más cerca. Le ha salido bien. El tío en cuestión lo aúpa y lo besa. Y todos contentos. El mar es testigo de esto. Le podéis preguntar.
Ese calor bochornoso no es normal de buena mañana. No puede ser bueno. Como era previsible el calor empieza a mover el aire y lo convierte en viento. El viento azota todo y la gente coge y se marcha a sus casas. Se rompen algunas ramas secas y vuelan junto a algunas sombrillas. También mueve las nubes y las concentra encima nuestro. Oscurece súbitamente. El sol ha desaparecido y empieza una tormenta de verano. Un aguacero de mil demonios que algunos piensan que ayudará a refrescar. De ninguna manera. Todos sabemos que cuando escampe hará más calor. Yo por si acaso sigo en el porche. Las moscas, al ruido de los truenos, se han marchado. Al poco escampa y el calor se hace insoportable. Pero pronto se hará de noche. El sol se pondrá y entonces sí que refrescará. Salud.

jueves, 1 de agosto de 2013

Las noches

Como todos los años por estas fechas un grupo de vecinos a los que llamamos "festeros" organiza actividades culturales para entretener las noches del verano y disimular el calor asfixiante que se acumula. Fiestas para todos. Las de los niños se realizan mayoritariamente en el mar. Están todo el día en remojo en una continua diversión. Y luego en tierra se quitan los zapatos y se meten en un castillo hinchable donde no paran de saltar. El castillo realiza unos movimientos convulsivos y unos vaivenes que provocan vértigo.
Para los menos niños nos han organizado un amanecer diario y una puesta de sol mientras uno de ellos recita en voz alta algunos poemas seleccionados de gente del pueblo y otros poemas de autores conocidos y desconocidos. En verano todo se ve distinto. De otro color. Esa textura del atardecer. Saborear el amanecer con la vista. Oler intensamente la puesta de sol. Escuchar los poemas recitados con los cinco sentidos. Estamos en el mismo sitio pero miramos en direcciones opuestas según amanezca o el sol se ponga. Resulta uno de los acontecimientos más concurridos. Esa magia del momento nos une más. Lo hemos catalogado en el libro de las costumbres del pueblo costero con encanto.
Pero las noches se pasan en la terraza del bar de Pepe. Algunos días viene un mago que hace las delicias de todos. Creo que no lleva truco. Que realmente es así. Que tiene poderes de verdad. Sin ir más lejos el otro día transformó un ramo de flores en un par de tórtolas. A ver quién hace esto. Pura magia. Y como todos los años nos quedamos en babia hasta que termina. Otra noche tenemos entretenimiento musical al aire libre y brisa fresca incluida. El músico mejora con los años. Se ha presentado con un teclado. Ha pulsado unos botones y de los altavoces ha salido una orquesta entera. Música sin modernidades extravagantes. Pero con un ritmo de tiempos pretéritos. La noche que hay teatro está a rebosar. Todos quieren las primeras filas para ver y escuchar mejor y para ello llegan pronto con su silla. Es una comedia de enredo. Si es que lo ves venir y te anticipas. Es un no parar de reír. La vida misma, vaya.
Este año los festeros han incorporado algo novedoso. Un fulano que recita historias sin hablar y que previamente ha escrito. Alterna gestos de estos de enamorar y gestos de silencio que lo dicen todo y más. Lo llaman Clown. Mi hermano Miquel hace cosas de esas y a veces colaboran los hijos de Bernardo. Una pasada. Ha interpretado el mar. Se ha vestido como el mar. Se ha movido como el mar. Se desplaza delicadamente por el escenario como si de una ola se tratara. Imita la voz del mar. Es inconfundible. Como si llevaras una caracola en la oreja. Las palabras salen de su boca igual que caen las hojas secas de los árboles en otoño. De forma natural, sin ruido y sin efectos especiales. Las palabras y los gestos son azules. Y dejan una sombra alargada en la mente del público asistente. Palabras vestidas de domingo. De día de fiesta de guardar. De día del patrón. Transmite ideas con sonido agradable. Fino y casi transparente. No ha venido a provocar la risa fácil con abusos y groserías. Utiliza el ingenio y la inteligencia. El público mantiene un silencio antiguo pero adaptado a los tiempos que corren. Tiene que ser así.
A veces dice palabras delicadas que acaricia con la lengua y los labios mientras las pronuncia.  Salen engalanadas. Distintas a otras conversaciones. Es un artista artesano de las letras y de los gestos. Un domador de palabras y frases. Escribe bien y recita mejor. Esta noche nos ha pedido que nos quitáramos los zapatos y hemos perdido la noción del tiempo. Ha coincidido con la luna llena. Ha sido mágico.  El recitador tiene una copa de vino. Sorbe de vez en cuando. Nunca tiene la boca seca y las palabras salen humedecidas de gran reserva con olor a roble. Conoce perfectamente las cualidades de las palabras. Somos el destino final de sus historias. Como una bocanada de aire fresco en el calor de la noche. Todo un éxito.
Me he sentado junto a mi vecino Andreu. El que sabe pintar el tiempo y el color de una mirada. Es un mago de los pinceles. Lo he dicho en otras ocasiones. Es de hablar mucho pero se cansa porque fuma demasiado. Hace un par de años que se jubiló de maestro de artes plásticas de un instituto. Le ha gustado lo que ha visto. Como a todos. Me dice que desde que está jubilado tiene la sensación de envejecer más rápido. Es un jubilado al que le falta tiempo. No es el primero que me hace ese comentario. Tomaré nota. Le hemos dejado hablar lo que ha querido. Que ha sido mucho.
Pero ya terminamos agosto y parece que era ayer que hablaba del otoño y del invierno. Cualquier día volveré a escribir de lo mismo. El tiempo pasa rápido. Pero todavía estamos en verano y toca aguantar calor. Por eso nos juntamos por la noche. Buscamos el fresco. La luna llena. Las estrellas. El ocio compartido sin prisas. Las noches de verano de un pueblecito costero de la Isla son así. Salud.
 

martes, 23 de julio de 2013

Alivio de mar

Hoy me he levantado pronto. Con las primeras luces, como se suele decir. Me he acercado hasta la playa. Allí, sentado sobre una roca, estaba el poeta.  Puesto el sombrero. Con los pies en el agua. Mira el mar y escribe.
Dicen que lo hace para aliviar sus penas. No lo sé. El día se va encendiendo poco a poco. El sol se dispone a salir. Me reconforta mucho esta imagen. Al poeta parece que también. Casi todas las mañanas viene el poeta hasta la orilla del mar y escribe. Y mira. Escribe versos a la persona que ama. Es lo único que apaga su tristeza. La mujer que ama está al otro lado del mar. En otra tierra después del horizonte. La marea le cuenta sobre ella y lo escribe para no olvidarla. Él le contesta cosas bonitas a través de las olas. Se lo dirán. El mar no guarda silencio en estas cosas.
A lo lejos veo moverse unas velas. Serán de alguna barca que está faenando. Luego traerá el pescado. Justo sobre la línea del horizonte hay un barco de carga que cruza hacia el oeste. Lo hace lento y parsimonioso. Se desliza. Y el poeta sigue escribiendo recuerdos que el mar le trae. Para unos segundos y se queda mirando el sol. Luego ya no lo podrá mirar. Nadie puede mirar el sol. Por eso dicen que pasea sus penas al mediodía.
Sólo puedes contemplarlo cuando amanece o cuando se acuesta. Se le ve rojo y mojado. Enseguida proyecta  nuestra sombra que aparece alargada en exceso. El mar cambia el color. Plateado, dorado y luego azul. Las olas despiertan y llegan a la orilla de la playa de otra manera. Al poeta, el mar ya le llega hasta las rodillas. Distinto a como lo hace de noche.
Desde que la persona que ama no está a su lado el mar le parece distinto. Así piensa el poeta. Él escribe para no olvidarla. Por eso viene todas las mañanas. A veces se oye el ruido de alguna lágrima que cae al agua. Las olas la recogen mientras el poeta mira. Se la llevarán mar adentro porque el mensaje está en la lágrima. Ella lo entenderá en cuanto la vea.
Cuando llega la noche el poeta sale a la terraza de su casa. En una tumbona de verano. Las luces apagadas. Mira las estrellas y sonríe. Le transmiten emociones y sentimientos ya vividos con ella. Eso dice y la gente le sigue la corriente. Tiene la costumbre de cenar algo de fruta. Luego, bien entrada la noche, encenderá una lámpara y escribirá para ella. El fresco de la noche y la brisa del mar ayudan a pensar. El poeta no se descalza como yo. Simplemente anda descalzo todo el día. Vaya dónde vaya. Haga lo que haga.
Cuando aparezca el sueño los párpados le avisarán. Entonces recogerá todo y se irá a dormir. Mañana con las primeras luces volverá a estar a la orilla del mar.
Perdonad mi despiste. Yo contando y no he presentado al poeta. Se llama Eugeni. Hombre cabal e inteligente. Aquí le conocen como "el profesor" porque da clases en la universidad. Para mi siempre será el poeta porque yo he leído los versos que escribe. Todos los veranos recala en una pequeña casita de su propiedad a escasos metros del mar. Este año está solo.
La mujer que ama se encuentra al otro lado del horizonte. Este verano toca trabajar. Alguna tarde su mente se rebela y no se inspira. Abandona la pluma y el papel y los mira de reojo desganado. Es el momento de ponerse a coquetear con los recuerdos. A ver si cuela. Son recuerdos de poeta enamorado. Habla con argumentos sólidos por lo que no precisa gritar ni levantar la voz.
Así vive Eugeni. Alguna tarde sale a pasear. Cuando la gente siestea y huye del calor. Sólo algunos niños juegan a sus cosas a la sombra de los portales. Y se acerca hasta el quiosco de Fran. Coge algunos libros ya leídos por otros. Son de segunda lectura y Fran los vende por cincuenta céntimos de euro. Si alguno le llama la atención se lo lleva. Hablan para ocupar el tiempo. Este es el poeta de un pueblecito costero de la Isla. Salud.

jueves, 18 de julio de 2013

Historias

Escribo historias para entretenerme y luego las cuento para entretener a los demás. Para distraer los problemas de cada día y así éste pasa de otra manera y con otras preocupaciones. 
Nos comportamos como indigentes y mendigos apostados en las esquinas o en los portales de grandes edificios con la mano extendida en espera de que algún buen samaritano nos deje una historia. Hay días que son malos de pasar. Mi pluma, que lo sabe, se pone a escribir un combinado de verdades mezcladas hábilmente con invenciones. Se trata de escribir sobre las personas y su comportamiento. El homo sapiens es bastante previsible.
Aprovechando que la cosa va de historias que entretienen o distraen voy a contar que en el jardín de mi casa hay un pequeño estanque, junto a un membrillo,  con una docena de peces de distintos colores y unas cuantas plantas de agua que se mueven según el aire. Junto al estanque he puesto un banco de madera de esos de sentarse cuando uno no quiere hacer nada y a lo más que aspiro es a que el tiempo pase sin molestar. Me siento en el banco, me descalzo, ya llevo el sombrero y mientras el tiempo pasa yo miro cómo nadan los peces que sería como mirar cómo caminan los humanos. Con total libertad y algunos con arte. Diría sin miedo a equivocarme que se comportan como peces en el agua. Pongo escamas de comida en la yema de mis dedos, los chapoteo en el agua y vienen a comerla. Uno detrás del otro y sin molestar. Son silenciosos los peces del estanque del jardín de mi casa. Sólo se escucha el agua que cae por una cascada que hay en una esquina. Constantemente. Sin parar. Y el ruido del agua nos habla a los peces y a mi aunque seguramente no interpretamos igual este sonido. A mi me relaja porque es poético. A ellos, seguramente también.
Tengo a mano unas hojas del suplemento cultural de un periódico. La oferta cultural es mucha y variada. Ahora en verano prima el teatro al aire libre, el cine mientras tomas el fresco o el recitado de poemas musicalizados, teatro al aire libre y conciertos. Todo esto pasa al anochecer y hasta las tantas. Un rato inexplicable sólo superado por la charla de después de la obra. Momento de ocupar una terraza, cenar de un pamboli y aprovechar el fresco que sale cuando el sol está durmiendo. Nosotros alargaremos la siesta porque estamos en verano.
Además del teatro clásico, hoy se oferta teatro post-moderno. Con tintes de vodevil y cuya actriz principal lleva hábito de monja. Comportamiento estilo "lolailo" porque Dios es infinitamente bueno y se lo permite. Ella hace de ella y está de gira en busca de ideas perdidas en la niñez. Es el otro teatro. El vanguardista de cada día. El que se ofrece en verano cuando el calor aprieta. Junto al mar. Chica revolucionaria que acata normas medievales. Anda el camino de un hámster hasta que terminen sus días dando vueltas sobre un rodillo porque su camino siempre es el mismo.
Este año, entretener el tiempo, cuesta tres euro cincuenta además de pauta completa de vacunación, PCR negativa, test de antígenos, distancia de seguridad, mascarilla y silla donde sentarte. Precio post-pandemia. Compro la prensa y me propongo leerla. No todo son artes escénicas. Entretener y distraer al personal a través de las noticias forma parte de las artes mediáticas. Todo son escándalos y toda la frutería de "Sálvame" para variar. Por todo ello me he convertido en un náufrago voluntario. Me he desconectado tanto como he podido. 
A primera hora de la mañana procuro distribuir la felicidad de todo el día para que no se acumule o falte en algunos momentos. Ni siquiera me molesta estar rodeado de mar. Y de noche, por estrellas. Las olas y la brisa también me entretienen cuando estoy en la playa. Igual que el amanecer o la puesta de sol que observo desde la primera fila. En calidad de náufrago sólo dispongo de una sombra que es la mía. Disfruto del mar en calma con intervalos de pequeñas borrascas con olas encrespadas. Tampoco tengo recuerdos que desandar. Es lo que es y hay lo que hay. La vida se vive según se presenta. Salud.

sábado, 13 de julio de 2013

Querida Concha

Noche clandestina.
Sin nada que soñar.
Mendigo de una idea.
En plena oscuridad.
Del silencio de tus ojos.
 
Distraer el alma.
En pleno desierto.
O en alta mar.
Avánzame una palabra.
Que borre la pena.
Y el olvido.
Coge mi mano.
Simplemente.
 
Duermen los sueños.
De inmortalidad.
Brillantes recuerdos.
De un amanecer.
Junto al mar.
 
Una lágrima.
Que grita desgarrada.
Para un recuerdo.
De una vida rota.
Queda la herida.
De la ciega muerte.
Absurda tristeza.
De profundo vacío.
 

martes, 9 de julio de 2013

Calor

Desperté y era verano. Con un calor fuerte y un bochorno potente que te pega la camisa a la piel. Abro las persianas de la habitación y la luz ahuyenta la penumbra. Mi mirada enseguida se ha extraviado ante la inmensidad del mar. Sólo una pequeña playa me separa de él.
Es este pequeño pueblo costero de la Isla donde habito y que ya he descrito con anterioridad en otras ocasiones y que habréis recorrido muchas veces con la imaginación. Este en el que convivimos los habituales y los ocasionales que están de vacaciones o de paso y que vienen en busca de la tranquilidad que, por cierto, también veranea aquí. El sol amanece y se eleva hasta lo alto antes de invadir las calles aunque las casas sean bajas y no se opongan. Casas pintadas de blanco con las persianas verdes y azules y algunas de las puertas marrones El olor a mar está en cada rincón de cada casa, de cada calle y entre las alcobas y las barcas. Es temprano y es verano, luego el pueblo duerme. Descansa la madrugada. Porque aquí también se vive de noche. Cada uno amanece cuando le da la gana.
Hay unos cuantos pescadores que ya están en alta mar desde primeras horas de la madrugada. Desde la costa sólo son pequeños puntos en ligero movimiento al compas de las olas. Los aparejos están echados mientras la barca se besuquea con el mar. Algunos pescadores están medio tumbados en la popa apoyados en el timón de su Llaüt y terminan el sueño pendiente mientras esperan que los peces se enreden. En verano el mar no lleva furia y nunca levanta una ola más que otra. El aire se mueve tranquilo y el viento aparecerá a partir del mediodía con el embate. 
Por todo esto sé que es verano. Porque el sol ha entrado por la ventana y se ha tumbado sobre la cama como si fuera su casa. Y este bochorno pegajoso al que te acostumbras y que te obliga a ponerte siempre debajo de los ventiladores que giran cansados horas y horas.
No aspiro a nada extravagante. Hoy precisamente no. Quiero pasar un día sosegado y tranquilo. Desapercibido de todos los que sólo aparecen en verano. Como de costumbre. Los momentos se hacen lentos y pasan poco a poco. El tiempo se vuelve perezoso y se impregna de este ambiente pegajoso y de bochorno. 
A la que te descuides llega el atardecer porque el sol tiene prisa de meterse en el agua. Es el momento en que las estrellas se encienden porque no quieren perderse las verbenas, las charlas y el frescor de la noche.
Dentro de un rato iré a mojarme un poco. Tengo preparada una toalla y una sombrilla. Sé lo que piensas. Que te conozco. El sombrero ya lo llevo puesto. Sólo me falta ponerme los zapatos que me los he quitado para escribir. Como siempre. Ya lo sabes. A esta hora todavía hay gente que no se ha borrado el sueño de la cara. Lo harán después de haber tomado café en el bar de Pepe.
Es el mejor momento para acercarse hasta el mar y refrescarse. En un par de horas no habrá sitio. Sombrillas, tumbonas y toallas extendidas invadirán la playa. Los niños jugando en la arena con su griterío. Otros chapoteando en la orilla. Y los pescadores estarán de regreso. Serán perseguidos por las señoras en  busca de pescado fresco a precio razonable. Lo enseñan orgullosos. Este pescado que cuando lo tocas expande las agallas porque está vivo. Los niños ajenos a todo esto moldean la arena en forma de pequeños castillos que las olas se encargan de tirar. Pero no se cansan ni unos ni otros y vuelta a empezar.
Por la noche hay fiesta. Música en vivo. Los jóvenes se mantienen al margen. Se besan entre las penumbras. Es el principio de apasionamientos y ternuras que llegarán con fuerza en la oscuridad de la noche, de su silencio y al amparo de las viejas embarcaciones. Sólo la luna está autorizada a moldear figuras unidas tumbadas sobre una toalla. Los mayores lo saben porque ellos lo hicieron antes. La música les llega atenuada pero es lo de menos. Ellos quieren escuchar palabras de amor. Secretos e intimidades. Se insinúan provocando deseos. Huele a mar dormido. Es de noche, es verano y hace calor. Salud.  

jueves, 4 de julio de 2013

De veraneo

Esta mañana me han invitado a desayunar. Es algo que tengo por costumbre hacer todas los días. Solo o acompañado. Pero hoy estoy invitado. Es igual. A cambio habrá que escuchar y dar conversación adecuada. No tengo problemas para esto. Es mi amigo Raúl. El pescador. Tiene una barca.
Me comenta que cada día es más complicado hacer una pesca en condiciones. En cantidad y en calidad. Se captura poco porque está sobre explotado y en la lonja se paga mal. Lo mismo dicen los ganaderos, los que tienen un huerto o lo que sea. Sin ir más lejos el capellán del pueblo me insinuó algo parecido. Entra menos gente en la iglesia. Y eso que se está fresquito dentro de ella.
Parece que se hayan puesto de acuerdo. En lo de quejarse. También el peluquero se ha sumado al coro. La gente se apaña. No lucen un bonito corte de pelo y no les importa. Nos estamos acostumbrando a la crisis y no creo que esto sea bueno. Nos conformamos y recibimos empujones sin protestar. Hay que salir a la calle y tirar piedras como antes.
Raúl me lleva a pescar bien de mañana. Sólo estamos nosotros dos y el aire que respiramos. De vez en cuando pasa alguna gaviota en vuelo rasante para mirar y regresa al muelle. De repente un sol grande y rojo sale del agua. La barca navega hacia el sol y corta las tímidas olas separándolas por las amuras.
Esa quietud a buena mañana seda el ánimo. Llevamos buenos aparejos y buena carnaza. Le tenemos ganas a una buena pesca. Llegamos y plegamos la vela. La barca se mece tranquila. El sedal al agua. El hilo tenso y la mano firme y atenta. Nada. Es pronto. Acabamos de llegar. Algunos tanteos de peces pequeños que burlan el anzuelo una y otra vez.

Antes de salir hemos desayunado en el bar de Pepe. Los de siempre. Los que nos gusta madrugar para no perder horas. El resto del pueblo todavía duerme. Pepe ha puesto una emisora con música de verano que casi no se escucha. El sol que amanezca cuando quiera que la gente se levanta cuando quiere. Cuando el sol les molesta en la cara.
Los gorriones están apostados en las ramas. Bajan a por comida y regresan. Alborotan tanto como pueden. Los gorriones en verano son así.
Ahora sí. Algún pez de tamaño considerable ha tragado la carnaza. El hilo se tensa demasiado y se clava en la mano. Intenta desquitarse y provoca tirones descontrolados. Hay que recoger con calma. Que parezca que viene solo. Si tira mucho sueltas un poco. Si viene, recoges. Pero intenta no perderlo. Raúl me dirige y yo me dejo llevar.
La maniobra dura un buen rato. Ya lo veo. A pocos metros de la superficie el sol hace brillar sus escamas. Anda nervioso, se resiste y no para de tirar. Llevo el corazón acelerado y respirando hondo. Un último tirón y el pez sube a la barca. Sigue con unos potentes aleteos que casi lo devuelven al mar. Le quito el anzuelo con dificultad. Es grande. Pero menos de lo que parecía. Comemos algo. Charlamos y regresamos a puerto sobre el mediodía.
Por la noche hay fiesta. Un grupo de música ameniza la velada. Han puesto muchas luces de colores y papelinas que forman un manto y que no dejan ver el cielo.
El aire las mueve a su paso y produce un ruido de fiesta mayor. Los mayores están sentados en primera línea y escuchan atentos canciones que no entienden. No es música de su tiempo pero les entretiene.
Los jóvenes quieren menos luz y más intimidad. Y se apartan. Parece que tengan un anzuelo en los labios. Cuando pueden hablan de intimidades. De secretos inconfesables.  Es lo que tiene el veraneo en un pequeño pueblo costero de la Isla. Salud.

lunes, 1 de julio de 2013

Noche silenciosa.

Una taza de café
 sobre la mesa.
Un libro.
Letras ordenadas
en palabras,
párrafos y páginas.
Sediento de versos
que hablen de ti.
 
Tus ojos y tu mirada.
Tu perfume a mar.
Tus labios ahora reposados.
Tu rostro
en mi tiempo.
En mi memoria.
En mi vida.
Nuestro tiempo,
nuestra memoria 
y nuestra vida.
 
Callas.
Entiendo tu silencio.
Ganas de noche
que borra las sombras.
Ganas de luna
de pasión y fuego.
Hasta el amanecer.
Ardiente mirada
de sueños desterrados.
Aquí, ahora, tú.
 
Amaneciendo sudado.
Sábanas blancas revueltas.
Sentimientos encontrados.
Furia apagada
de mar en calma.
Resplandor de sol.
Una taza de café
sobre la mesa.
Eres música y día.
Eres la prolongación de mi
y yo de ti.
Eres mi poesía.