jueves, 19 de diciembre de 2019

Otoño


El día está enfermo de cansancio. Sobre unos acantilados imposibles espero ansioso la puesta de sol. Antes he cruzado unas zonas de penumbras de encinas y olivares. De pinos, higueras y algarrobos.

Un camino estrecho y tortuoso que bordea el mar en toda su inmensidad.

Después de unos días hospitalizado me han dado el alta. He conseguido bajar hasta las rocas dónde las olas insistentes murmuran sus aventuras. El sol, mientras, va bajando dulcemente hasta posarse sobre el horizonte.

Algunos instantes después ya se ha puesto. Se ha escondido detrás del mar. Está en otra parte para descansar. Queda la resaca en forma de una tenue luz que va a menos.

Las nubes esperan sobre una línea mágica. Un lugar privilegiado para ver aparecer las primeras oscuridades de la noche.  Es justo en ese momento cuando se mueve una ligera brisa aventurera y atrevida.

Siento la necesidad de acercarme a otras personas y charlar. Abrazarles. O simplemente guardar silencio en la proximidad.

Cruzar hasta el otro lado. Cruzar la vida con sus horas y sus días. Con sus miedos y sus valentías. Cruzar el mar, en definitiva. Necesito saber lo que hay detrás.

Quizá el otro lado sea igual. Que la vida sea la misma, aunque se pueda caminar de otra manera. Vivirla de otra forma. Sosegada y tranquila. Con las ilusiones de la niñez. Las pasiones de la juventud y la sabiduría de la madurez.

Huir de no estar solo. Ni desnudo ni ausente. Esperaré tranquilo. Pero si el primer rayo de sol me ciega no podré ver el amanecer.

Busco por todas partes las horas vividas y las noches que me quedan. Quiero pensar que me están esperando entre las olas de un largo atardecer. Quizá encuentre la respuesta a toda mi vida al otro lado después de cruzar el otoño.

Vivir con delicadeza y conquistando el olvido. Necesito la memoria para vivir con experiencia. Envejecer de forma solemne. Igual que naces y vives. Antes de cruzar las horas y los días del otoño. Antes de cruzar la vida.

Esos días adecuados que hacemos lo previsto. Y lo contrario. Al final, la vida siempre transcurre ajena a las nubes y a la lluvia. Incluso al viento y a las tormentas. No siempre luce el sol.

La vida en otoño es como un sueño delicado. Como las sábanas limpias. Como un horizonte despejado que casi se puede tocar. La naturalidad de las cosas que nos ocurren cuando el aire es sereno. Sólo se puede vivir el otoño con atrevimiento, aunque haya momentos de vértigo.

Con cobardías no se llega entero a la noche. Ansío los minutos venideros porque la realidad nos espera. Cuando nací tuve ilusión por la vida. Vivir incluye todo tipo de riesgos. Pero yo no lo sabía. Era una tarde de otoño y hacía frio.

Fue la primera vez que me sentí querido. No me acuerdo la hora que era. Acababa de nacer. Estaba empapado del sudor y las lágrimas del sufrimiento de mi madre.   

Hipocondríaco


¡Hola, me llamo Antonio y soy hipocondríaco!

Desde hace un tiempo asisto a sesiones grupales de mejoras de calidad de vida y apoyo psicosocial para personas con baja autoestima.

Yo, que estoy enfermo y no he podido curarme ni con ayuda profesional doy consejos a otros que tampoco se han curado ni con ayuda profesional. Y viceversa.

Ser hipocondríaco viene a significar que pienso que padezco de todo cuando en realidad no tengo de nada. El médico que me lleva sabe que no tengo de nada y cada vez que me visita me pide de todo. Los resultados siempre son normales.

Visito las urgencias con regularidad. El médico que sabe que no tengo de nada me solicita de todo con regularidad. Esto es ser hipocondríaco. A veces pienso que está peor el médico por hacer lo que hace que yo por pensar en lo que no tengo. De momento progreso adecuadamente. O sea, sigo igual de lo que no tengo.

Ahora que ya conocéis parte de mi vida sana pero que me mantiene constantemente enfermo os cuento mi última visita a urgencias. Todo lo que cuento es así. Cuatro horas y pico de espera porque me han asignado un nivel cinco. Aprovecho para relacionarme con otros sufridos aspirantes a ser visitados por un especialista.

¿Qué tal estamos, Antonio?

Creo que tengo una enfermedad nueva.

¡Tranquilo! Seguramente no será nada. Odio esta frase. Nunca es nada. Tenía un amigo que no tenía nada y hace una semana lo incineramos.

Ahora mismo, en camillas, llevo un camisón enseñando el culo. Sé que soy hipocondríaco y que no tengo nada. Pero al pedirme pruebas, pienso que tengo algo y me pongo más enfermo de lo que no estoy.

Un neceser. La Nintendo, la play, la Tablet plus, el móvil, la consola XP y una bolsa de cargadores.

¡Antonio, a ecos!

¡Antonio, le vamos a sacar sangre!

¡Antonio, a RX!

¡Antonio, necesitamos que orine!

¡Antonio, le llaman del TAC!

¡Antonio, túmbese para un electro!

Así no se puede vivir. Es imposible curarse de lo que uno no tiene con tanto ajetreo. Un día pides -por favor- si te puede ver un médico.

¡Antonio, un poco de paciencia! ¡Sólo lleva tres días! Le daremos unas pastillas para ser feliz. Y a las dos de la madrugada, una para dormir.

A esta hora estoy durmiendo. No se preocupe. Le despertaremos.

¡Antonio, ha tenido suerte!

¿Me visitará un médico?

¡No!

Le hemos encontrado una cama. Estará contento, ¿no?

Enseguida estaré preparado.

¡Tranquilo! Primero tienen que bajar al difunto y luego limpiar la cama y la habitación.

¡Oiga, que soy hipocondríaco, carallo!

Al día siguiente todavía estoy en camillas.

¡Antonio, el médico ha decidido darle el alta! Un ingreso innecesario siempre provoca un trauma psicológico de consecuencias impredecibles. Si el médico que nunca me ha visto ha decidido que me vaya es que estoy mucho mejor.

No Antonio, usted está igual de bien. La sanidad está peor con los recortes.

¡Vístase y que vengan a buscarlo!

jueves, 11 de abril de 2019

Neruda y R. Graves.

Y un día frío de primavera llegó NERUDA desde el mar. 
Se desplazó hasta Valldemossa y recorrió un largo paseo por sus calles estrechas y llenas de macetas con flores. Visitó los silenciosos jardines exteriores de la cartuja. Estuvo degustando una taza de chocolate y una coca de patata en un jardín de limoneros, naranjos, gorriones y frío. Y un mirlo, por cierto. 
En el mirador de la montaña de la baronesa de Dudevand le envolvió una nube y se emocionó. Después de un rato la niebla se fue despejando hasta poder ver el horizonte y el mar. Pero el bosque siguió misterioso con sus pinos, algarrobos, encinas y los tortuosos troncos de los olivos centenarios. 
Olía a bosque mediterráneo y a romero. 
Subió con gran esfuerzo hasta lo más alto del pueblo de Deià. Se paseó por el pintoresco cementerio con vistas al mar y se detuvo un rato delante de la tumba de Robert Graves. Le llamó la atención que debajo del nombre sólo estuviera escrito “poeta”. 
Luego de todo esto las nubes se retiraron a las cimas de la montaña y salió el sol. Es lo que tiene cuando uno se pasea con NERUDA por algunos pueblos costeros de Mallorca con el encanto de una primavera revuelta. 

Con destino a @MaryPosa7