miércoles, 14 de diciembre de 2016

Diciembre

Las cenizas son el vacío. La nada. A veces resultan ser un recuerdo. Y ni siquiera sirven para hacer fuego y calentarse. Quizá el aire se repite. Porque el que respiro ahora se parece mucho al de ayer.  Te acostumbras a convivir con el aire que respiras.
Sé que el mar no llora. Aunque las lágrimas importantes son de mar. Al mar hay que mirarlo y tocarlo. Algún día puede que lo entienda. A veces resulta complicado. Y es que los momentos agradables de la vida de uno pueden caber en una tarde de otoño. En un día de invierno.
La cordura puede llegar a ser monótona, aburrida e ineficaz. Quiero vivir la locura de las olas cuando resultan poéticas. Que por mucho que se marchen de la playa siempre vuelven. Las horas que se suceden cuando duermo se pierden. Por eso los dioses vigilan mis sueños. Y la noche. También las farolas y los ladridos de los perros insomnes.
Cuando la imaginación es audaz nada es imposible. Nada queda lejos. Es un secreto.
Las buenas compañías en el frío y en el calor. De madrugada y al atardecer. Cerca de un café y un libro. Porque si caminas solo y te caes nadie te ayudará a levantarte. Miré a mi alrededor y no encontraba el camino. Me invente uno. El camino improvisado me devolvió a casa.
El mar también baña el horizonte igual que hace con mis pies. Y mientras guardo las letras que me sobran. Para otra ocasión.
Me dice un poeta inspirado que por mucho que luchemos por la vida nunca ganaremos. Al final no puedes eludir la muerte. Pero entre medias puedes vivir y ganar muchas batallas. Recuerdo que una noche soñé con la derrota y al día siguiente supe cómo ganar.
Por la noche las calles se quedan sin gente, sin ruido, sin luz y sin sombras. Tantas calles para nada. Un derroche. Por la mañana resulta que faltan calles. Es que nunca están puestas a gusto de todos.
Me dice un jubilado que a cierta edad la infancia le pilla un poco lejos. O bastante lejos. Pero la poesía sucede a cada momento desde la infancia. La vida en libertad tiene que ser auténtica. El jubilado no es lo que era. Todavía le queda por ser. Ahora procura ser. Que al final deberá haber sido lo que se espera de él.
Las noches, en otoño, son tempranas y largas. Y te provocan ceguera. Hay que imaginar y pensar.
Y vuelve el poeta a decirme que el tiempo es infinito. Pero que la vida no es eterna. La tenemos que compartir con otros. Si pudiera vivir todos los momentos del tiempo.
Hay días imposibles en que la única claridad se produce de noche. No es difícil pensar que he llegado a dudar de mis certezas. Pues la poesía nace del desasosiego. Cuando la penumbra empieza a tomas las calles.
Vio un clavo ardiente y se agarró a él. Lo llamo esperanza, mientras se quemaba. La luz del crepúsculo me devuelve la vida y el mar. A cambio de los sueños. La noche es la hora del naufragio del día. Es la hora del faro y de los recuerdos.
Si amas personas y cosas llegas a cogerles cariño y ternura. Las horas perdidas están al fondo del mar. Cada cosa que hagas tiene su sombra. La importancia del último paso que te conduce a la cima. O a lo más bajo. O a ninguna parte.
Madrugar mucho para empezar el día de noche. Luego llegará la luz que ahuyentará la oscuridad. Que el dolor existe aun cuando no se ve. Porque las lágrimas de pena son más densas y más grandes. El futuro está en la penumbra. Es borroso y te puede confundir.
Cuando llueve el campo se moja porque está a la intemperie. Y si la lluvia es intensa el horizonte no se ve aunque existen las lejanías. Cuando escribo a la luz del flexo me siento individual. Salud.