sábado, 11 de julio de 2015

Estudios

Uno de los jubilados sacó el tema y lo comentó. Yo escuchaba atentamente y me hizo pensar. De buena mañana y fresquito. El café con leche descafeinado y la sacarina de cada día. Y tuve que ensayar una sonrisa como la que intuyo en vuestra cara.
Decía el anciano Andreu, que de niño, cuando iba a la escuela, tenía un maestro. Nada nuevo porque los allí concentrados eran, más o menos de su misma edad y teníamos el mismo. Lo repitió para darle importancia. Tenía un maestro para todo. Todos los días el mismo y durante todos los años que fue a la escuela. Todos sus estudios los hizo con el mismo libro y un cuaderno cada año. Así sin más.
Mi biografía, en este punto, es casi parecida. Por eso me hizo pensar. En primaria tuve dos monjas de maestras. Sor Juana y Sor Catalina. Que ya he hablado de ellas en otras ocasiones. Las mismas monjas para toda la primaria. Un solo libro para toda la primaria y que luego heredó mi hermano. A todo esto un cuaderno por curso. Lápices y goma de borrar según demanda.
Sobre los nueve años se hacía una especie de curso puente que llamaban "ingreso". Luego de esto venía el bachillerato que duraba hasta los diecisiete años. El PREU que se reconvirtió en COU. Durante el ingreso sólo teníamos un libro que englobaba todas las materias. Un maestro y un cuaderno.
La empatía entre maestro y alumno era singular. Algo más que el señor que realiza la enseñanza exclusivamente académica. Algunas veces tenías dudas importantes sobre la vida. Los padres de todos nos recomendaban este clásico de, "pregúntaselo al maestro". Él sabrá.
Un estudio basado en la comprensión de la vida por parte del alumno. En la capacidad de explicar y darse a entender del maestro. En los ejemplos de andar por casa y que experimentábamos a diario. Preguntas de pensar y respuestas razonadas. Era un estudiar simple. Sin complicaciones. Adecuado y elegante. Válido para después de los estudios. Ameno e interesante. Sobre los valores personales. El esfuerzo colectivo. Ser voluntarios para todo.
Con el bachillerato dejé de tener un libro y pasé a tener uno para cada asignatura. Todo un derroche difícil de entender al principio. Un cuaderno para cada asignatura. Y lo más importante, dejé de tener un maestro y pasé a tener un profesor por cada asignatura. En casa tuvimos que anotar en una hoja todo este batiburrillo. Días, horas, aula, asignatura y profesor. Incluso tuvieron que comprarme una maleta escolar de cuero.
Pero no aprendí más ni mejor. Simplemente aprendí distinto. Disciplina y respeto mutuo. Alguna colleja de dar ánimos o de rectificar actitudes. Pero lo realmente pedagógico y que fue lo que provocó sonrisas al principio de la tertulia fue el cuaderno de pensar. Yo guardo uno de ellos y en la primera página está escrito cien veces "tengo que estudiar más". Si el emérito hubiera tenido un cuaderno de estos y hubiera anotado mil veces "No lo volveré a hacer", las cosas, quizá hubieran sido de otra forma. Salud.