domingo, 21 de junio de 2015

Oratorio

Desde el pueblo costero donde Pepe tiene el bar y yo la casita con un porche hay  un camino tortuoso de montaña. Subes por él y justo antes de llegar al acantilado cruzas un pequeño bosque de árboles viejos. Diríamos que son mayores pues ello implica intelectualidad y experiencia. Su sombra anciana es distinta. Se disfruta más. No es difícil encontrar ese tipo de árboles en la Isla. Encinas y olivos. Higueras que crecen en los torrentes de la Sierra.
Los pinos son otra cosa. Altos y perfumados y rodeados de arbustos. Quedan muchos tirados desde la última tormenta de viento de hace unos años. La grandeza de la muerte que los pudre para abonar a los otros. A la intemperie. A la vista de todos. Al paso de los senderistas.
El oratorio de Ramón Llull que se encuentra mirando el mar entre s'Estaca y Miramar sigue roto por un rayo de la misma tormenta. La dejadez de los que gestionan estas cosas enfurece al pueblo y a los que acudimos a menudo. Porque el mediterráneo está a los pies y todo en su conjunto evoca nostalgia.
El bosque es antiguo. Pero de entre sus árboles crecen otros en busca de luz y vistas. Esto que escribo es cultura. La fiesta de la naturaleza con todo su brillo y su aroma de sabiduría. Los escritores que son escritores andan esos caminos para escribirlos. Los pintores que se precian acuden con sus paletas y pinceles para inmortalizar.
Las piedras se están quietas mientras cuentan su experiencia. El mediterráneo se recoge en sus calitas de color azul turquesa y transparencias. La cultura milenaria te presta aire para respirar y te relaja. Cultura atrevida de vida y muerte. De días de viento y días de calma. En este lado de la Isla el sol sólo viene a esconderse detrás del horizonte. Porque es norte y oeste.
Los días que se alargan y las noches que se acortan. Y viceversa, que también ocurre. Simplemente se vive distinto. Cuando me asomo al acantilado el viento me golpea la cara. Me obliga a cerrar un poco los ojos y de ellos sale una lágrima. Será la emoción.
Por eso quise ser poeta y vivir una locura de pasión con el mar. En una barca. Navegar de la orilla al horizonte y regresar antes del anochecer. Según le venga al viento y a la marea. Y escribir versos cuando el mar está en calma. Pero no me sale la rima.
Tengo un amigo del que dicen que es poeta porque es poeta. De los de terraza de bar y parques tranquilos de ciudad aromatizados de Tilos y Eucaliptos. Que valora la palabra escrita sin razonar. Tal cual sale. Conoce a los clásicos y vive los minutos como si fueran días. Que ahuyenta los miedos con sus lecturas y sus estrofas.
A venido a la Isla para quedarse. Prefiere el sol de diciembre al de agosto. Disfruta mucho de una buena lluvia sentado en el porche de casa. Mira el agua cuando está sentado en la tumbona. Y respira hondo. Mi amigo el poeta confunde la realidad mientras argumenta la vida. Porque sabe rimar. Salud. 
 

miércoles, 17 de junio de 2015

Sant Llorenç

Primavera fugitiva rural i marinera
que neix, floreix i se'n va.
Consciència de temps savi i impacient
que fuig amb els seus vents
i les seves tempestes de llum i de renou.

Un dia d'aquests arribarà el sol d'estiu
i olvidarem els somnis de nits de primavera
amb el vi melancòlic
d'una primavera fermentada.

Sercarem camins de muntanya
de pedres, mala herba i ombratjes,
i l'endemà trepitjarem l'arena fina
banyada d'onades lliures
al final d'un mar immens.

Quan les campanes de l'alba
toquin a estiu a sol intens i airet fresc
escoltarem cançons a la meva manera
baix un cel ploramiques
de llàgrimes de Sant Llorenç.

Cançons per a l'ànima
lletres per a la ment
aire de mar per a la vida.
Un dia d'aquests quan arribi l'estiu .


@antoninegre

San Lorenzo

Primavera fugitiva rural y marinera
que nace, florece y se va.
Conciencia de tiempo sabio e impaciente
que se pierde con sus vientos
y sus tormentas de luces y ruido.

Un día de esos llegará el sol de verano
y enterraremos los sueños de primavera
con el vino melancólico
de una primavera fermentada.

Buscaremos caminos de montaña
de piedras y maleza y sombras de arboleda
y al día siguiente pisaremos arena fina
mojada de olas libres al final de un mar inmenso.

Cuando las campanas del alba
toquen a verano, a sol intenso y brisa fresca
escucharemos canciones a mi manera
bajo un cielo llorón de lágrimas de San Lorenzo.

Canciones para el alma
letras para la mente
aire de mar para la vida.
Un día de esos cuando llegue el verano.

Nos quedaremos en las terrazas
hasta las tantas.
Hablando de nuestras cosas
y de las de los demás.

Veremos el sol cómo se pone
bailaremos las verbenas
el mar susurrará habaneras
Hasta que llore San Lorenzo.

@antoninegre

jueves, 11 de junio de 2015

Gijón

Dije que escribiría sobre esa tertulia que nunca tuvimos la oportunidad de mantener Umbral y yo. Fue a mediados de primavera. Un mes de Mayo de un año del señor. Habíamos quedado a una hora temprana. Casi mediodía, para entendernos. Umbral era un ser nocturno, básicamente. De los que trasnochan en casa o fuera de ella.
Escribía a la luz de un flexo o tomando algo cerca de una luz de neón. Luego aparecía el sueño, o no. Y madrugaba sobre las once de la mañana. Pues entre que te arreglas y esas cosas de la rutina de la vida apareció por el café Gijón a desayunar a la hora del ángelus.
Tengo que escribir todos los días. No podría no escribir. Soy como un reloj que lleva el tiempo dentro y debe estar funcionando constantemente. Resulta angustioso un reloj parado con todo ese tiempo dentro. Yo llevo la prosa dentro y la escribo cuando mejor me convenga.
Así es. Nos hemos sentado en una de las mesas de casi al fondo. No quiere estar al lado de la ventana porque se distrae. No ha venido a mirar. Está para su café con leche y hablar de lo suyo. Después habrá paseo y fijarse en la vida misma y la vida que hay a su alrededor. Las personas y las cosas. Que todo en su conjunto genera prosa y comentarios.
Pone un azucarillo con delicadeza en el café y empieza a mover. Tranquilo. A conciencia. De la taza sale un hilillo de humo. Es el aroma que sube para que podamos olerlo. Saca la cucharilla de la taza, la sorbe y vuelve a introducirla para seguir moviendo. Mientras habla y escucha.
La prensa hay que ojearla y leer algún artículo de opinión. Siempre presumía de ser uno de los mejores y prolíficos columnistas. Le interesa la información más cercana porque recoge lo último. Su curiosidad periodística es innata. Pero mantiene distancias porque a veces se magnifica y otras no se llega. Tiene la columna de la última hoja. La gente puede leerle sin necesidad de abrir.
Desplegar un periódico es como desplegar una vela marina. En las páginas está la pluralidad de la vida. Los titulares, sus fotos y todo eso que se acumula en los faldones. El día que me despierte sin ganas de leer el periódico es que me habré despertado muerto. El olor, el tacto del papel, el tipo de letra. De eso se trata.
Yo sí que he madrugado y ya es hora de almorzar. Mientras él termina su desayuno. Su caótica vida con sus caóticos horarios me tienen confundido. Es su vida y la vive a su manera y con sus formas. El camarero le trae un vaso de agua fría. La bebe a sorbos cada vez que necesita humedecer la boca. Que se seca de tanto hablar.
De repente para. Me mira. Medio tose una carraspea. Activa su voz de cuerdas vocales desafinadas y boca llena y dice. Hace unos días tuve la ocasión de leer un párrafo de uno de mis libros en la pared del retrete de un bar. Al principio me molestó. Luego pensé que la cultura no tiene fronteras. Ni lugares, ni espacios, ni tiempos. Alguien se había molestado en escribirlo. Un mecenas anónimo.
La cultura, entre el pueblo, a veces, se expande así.
Nunca he visto párrafos de la biblia, ni cosas de Quevedo, ni trozos de la Regenta. Ni siquiera de Homero. Tampoco de Ansón el de la Real Academia. Había llegado con abrigo y bufanda. Ahora estaba con camisa y americana y pañuelo al cuello. Es una primavera ausente. Disfrazada de invierno cruel y despiadado. Ese frio me obliga a carraspear.
Disfruta lo mismo de la calidez de las multitudes que la frialdad de la noche vacía. Madrid los domingos es para los domingueros. Un Madrid vacío y complicado de encontrar. A la ciudad hay que conquistarla. Su clima y sus espacios. Sus calles y sus bares. Es la única forma de construir literatura real. Que la ficticia la puede escribir uno en el claustro de un convento. Salvo que te llames Forcades o Caram.
Pues así sin más. Sin rodeos ni tapujos. Que Umbral es así. O hubiera podido ser así si alguna vez hubiésemos mantenido una tertulia en el Café Gijón. Qué no daría yo. Parte de lo que aquí se ha escrito es suyo aunque no vaya entrecomillado. Que luego no se diga. Salud.



martes, 2 de junio de 2015

Realidades

El poeta, esta mañana, ha tenido una buena ocurrencia. Ha dicho que "el tiempo me está matando". No le falta razón. Mientras vive y sueña. Pasea por el bosque y mira el mar. "Que me siga matando, pero poco a poco". Que le de tiempo a vivir tranquilo. El poeta es así. Qué os voy a contar que ya no sepáis.
Dije en otra ocasión que había momentos innecesarios en la vida de cada uno. Y momentos insuficientes. Ambos generan sufrimiento. Por estar o no estar. También están los momentos imprescindibles. Los de disfrutar del exterior de uno. Lo que rodea. Hasta ir con la carne de gallina o los pelos de punta.
La soledad de un poco antes de amanecer. La quietud de un poco después de ponerse el sol. Cuando las ideas no te dejan tranquilo y lo escribes o se te olvida. Realidades que superan los sentidos de andar por casa. Los de a diario. Pues a esos me refería.
La certeza del error y la rapidez en enmendarlo. Porque la edad adulta es así. Pequeños placeres entre grandes achaques. O era al revés. Grandes placeres entre pequeños achaques. Suena mejor. Debería ser así. Seguramente es así aunque siempre hay quejicas. Y cada día resulta más profundo que el anterior. Como una sensación adolescente que no te deja dormir de noche.
Ajustar lo que escribo a la realidad. Vivencias y pensamientos. Batallas ganadas y batallas que te enseñan. Aunque sólo sea a pensar. Es la cursilería puntual que llega todos los años por estas fechas. Finales de primavera y periodo vacacional. Cuando los sueños se dejan tocar y acariciar. Aunque sea de día y en plena siesta.
Con las primeras luces del día puedo observar el camino que hay que seguir. Espero al poeta y empezamos a andarlo. Nos refugiamos junto al mar que es el que mejor nos comprende. Porque entiende de poesía. Y de otras cosas.
El cementerio de Deià tiene encanto. El poeta razona contra la muerte. Porque busca la vida. Pero son las flores las que hacen la tumba bonita. Dentro no hay nada. Ni conciencia ni sufrimiento.  En los sueños no hay miedo. En las pesadillas si. Los sueños están hechos de esperanza. Las pesadillas son malos momentos que regresan por la noche.
Pero el sol se pone y llega la calma. Llega el descanso y la lectura. Llega la copa y las palabras sabias que han esperado todo el día. Así nos hemos metido en Junio. Con temperaturas de casi verano y recogiendo brisa marina en el porche. Salud.