miércoles, 12 de febrero de 2014

Palabras

Las letras y las palabras despertaron. De su larga noche. Noche intemporal, pero despertaron. Volvieron al equilibrio del momento. Se situaron a dónde está el sentimiento. A la vida escrita. Volvieron a ser metáforas y eufemismos. Realidades y utopías. A decir cosas que son. Que no son. O decirlas de otra manera a lo que son o no son. Creo que me he liado pero sé que me has entendido. Pues eso quería decir. Despertaron y volvieron a ser palabras poéticas. Con un punto de melancolía. Románticas. Bonitas. Volvieron a ser cultura literaria.
Despertaron de su noche. De su sueño. De la pradera del olvido. De la casa donde viven en habitaciones separadas. Es el invierno de la literatura y a ratos hace frío. Las noches poéticas tienen luz propia. Como las estrellas. Con el significado de siempre. Porque nunca han dejado de ser. Simplemente dormían el sueño de las letras, las palabras, las ideas, las frases, los textos. El sueño de la prosa y de la poesía. Y esas cosas.  Se han insinuado al papel y se han aliado con la pluma. Ahora se han dejado plasmar con libertad y han vuelto a los libros y otros textos. A las historias bien escritas y bien contadas. Palabras que huelen a primavera porque lucen con todo su esplendor. La brisa del mar las perfuma. Y se nota. Cuentan su despertar y lo que ocurre a su alrededor.  Porque las letras y las palabras no tienen olvido. Somos nosotros si acaso. Ordenadas en líneas y cautivas entre hojas en espera de ser leídas.
Han despertado para ocupar el ocio y su tiempo. La necesidad. La curiosidad. Aligerar las penas y provocar tormentas.  Peleando para que el marcapáginas duerma entre sus hojas. Y siempre entre hojas distintas. Hojas que se dejan acariciar por los dedos. Para sujetarlas o girarlas. Palabras que se conforman con ser protagonistas de algún acontecido. Algún mensaje. Una biografía. Una historia, o lo que sea. También pequeños relatos en un blog.
Recuerdan haber soñado mientras dormían. Que formaban parte de grandes historias y bonitas. De batallas ganadas. De biografías excelentes. De libros con premio. Normal. Tienen asegurada su inmortalidad. Siempre habrá alguien que las escriba y las lea. No desaparecerá la escritura y los libros. Esto también lo han soñado. Se repiten en distintos textos para decir lo mismo. O cosas distintas. Que esta es la riqueza de las palabras y las letras. Y además de ser escritas también son habladas en conversaciones entretenidas. Tienen vida propia siempre a merced de una idea. De una pluma. De una hoja. De un lector en definitiva. De las últimas en despertar formarán parte de un discurso de un premio Cervantes. Qué grande.
Algunas son  más importantes que otras. Relevantes. Imprescindibles. De rellenar para alargar. Describen la condición humana. Tienen la obligación y la necesidad de relacionarse entre sí. Y lo hacen lo mejor que pueden. Se juntan para asegurar un significado. Sólo la pluma lo sabe hacer con maestría. Los labios que las pronuncian con diplomacia y entonación precisa. Han despertado las letras y las palabras. De su noche. Ahora han vuelto a llenar páginas. Con distintas ideas y estilos. Han vuelto a ser pronunciadas por bocas grandes y pequeñas. Otra vez a la rutina del día a día. Ejercerán la crítica sobre ellas mismas.
Ampliar horizontes literarios. Cada una en su libro o escrito. Siempre con dignidad. Tienen timbre. Tono. Matiz. Sensibilidad. Exquisitez. Empeño. Excelencia. Y otras cosas. Cualidades culturales y literarias propias de un despertar. Tuvieron un sueño. El sueño de los sabios. Y ahora, al despertar, lo escriben. Salud.