miércoles, 23 de octubre de 2013

Fran y otros

Y así sin más. Y como quién no quiere la cosa. Vamos finiquitando Octubre. No hace mucho que conté cómo fue que Fran -el del Kiosco- le contó a Rafael -el cuponero- que Cristiano Ronaldo no era negro. Por muchos regates y filigranas que hiciera. Ni por muchos goles que metiera. Parece ser que esto ha llamado la atención al respetable que sigue este blog y han contactado con el editor del mismo. Quieren saber más de Fran. Ya lo he dicho. Es el dueño de la única papelería que hay en el pueblo. Librería. Útiles de escritura y esas cosas de leer y escribir. Chuches incluidas. Es pequeña o incluso diminuto. El Kiosco, vamos. Sólo cabe Fran y poco más. La verdad es que tiene más género fuera que dentro. Con una especie de toldo o marquesina desplegable. Los días que llueve, como hoy, pone un plástico por encima. Que casi todo es de papel.
Estudió empresariales. Amplió conocimientos con un Master en Literatura Hispánica. Dedica tiempo a colocar cosas. Es hablador de esos que enganchan porque su trabajo es vocacional. También escucha. Acumula conocimientos a base de leer mucho y escribir otro tanto. Que el día puede ser largo o corto según se presente la clientela. La caja corre a cuenta de periódicos y revistas. Alguna fotocopia. Útiles de escritorio básicos, etc. Pero dónde le dedica más tiempo es a las novedades editoriales que lee y recomienda a la clientela porque la conoce. Sabe a quién venderle un producto. Si un libro no lo tiene te lo consigue en veinticuatro horas. Mantiene un especial interés por autores poco conocidos que se auto publican. Él difunde cultura desde el Kiosco. Ese es Fran.
Para realizar este tipo de trabajos hay que ser una persona tranquila. Tiene tiempo para todo porque no lleva reloj. Por supuesto no es rico de dineros pero se le ve satisfecho. En algún momento tuvo que hacerse cargo del negocio. Él iba para otra cosa. Se lo dejó su padre que enfermó de esas cosas que te matan por dentro poco a poco. Le cogió gusto al asunto y lo ha ampliado hacia la acera con uno de esos toldos llamativos que llevan su nombre. El Kiosco de Fran. Algunos habituales nos paramos cada día a conversar. Comentamos un poco de todo. Siempre tiene algún subrayado a mano para razonar. Si tienes alguna noticia importante se la comentas y la difunde. No se habla de chismorreos. Ni de política ni de religión. Que también son chismorreos. Si sale el tema te manda al bar de Pepe a tomar algo y zanja el asunto. Sólo las buenas letras son compatibles con el aire que se respira en su negocio.
Uno de sus más fieles es el marido de Doña Maruja. Ya he hablado de ella en otras ocasiones. Y de él. El filósofo. Escritor. Profesor de universidad. Y abnegado marido de una portera. Señor de semblante serio. Esta mañana le estaba diciendo a Fran que no tenía la seguridad de que fuera bueno tener que vivir siempre debajo del cielo. Tener que mirar siempre hacia arriba para verlo. Yo no he dicho nada. Que conste. Y sigue. No sé que haremos el día que se encapote mucho y tengamos que agacharnos. ¿No crees? Y Fran le sonríe. Hoy cuando ha empezado a llover las nubes han subido un poco. Menos mal. A veces se le moja el alma y cuando se seca, se encoge. Dice que escribe un artículo dónde le habla al crepúsculo del amanecer y al de la vida. Cosas de filósofos dice Fran -que escucha atento-. Es un artista de las ideas y hace malabares con las palabras que previamente ha conseguido domar.
Están convencidos los dos de que no todos los dioses habitan en el cielo. Algunos son terrenales pero con poderes limitados. Se encargan de que el limonero que tengo en el jardín florezca dos veces al año. Pero este año ya lleva tres. Es cosa de esos dioses terrenales. Hacen que un espejo te reproduzca fielmente y en tiempo real. O que la radio suene música sin que quepa una orquesta dentro de ella. Que en otoño las hojas de los árboles no caigan todas el mismo día o al mismo tiempo. Que el corazón debe latir al ritmo del tiempo.  Que los pájaros hagan un buen nido para el invierno. Que igual se presenta duro.
Fran se ha sentado en el taburete alto y escucha. Interviene poco para no desconcentrar. El marido de Doña Maruja sigue filosofando activamente como si estuviera en clase. Y la gente pasa. Coge algo. Y deja el dinero sobre las revistas. Que ya lo recogerá Fran cuando pueda. Así están sin saber del tiempo que sigue su curso. Y ahora le dice Fran que le preocupa que el horizonte esté tan lejos. Si estuviera más cerca nos invitaría a tomar una copa sobre él. Una tarde de verano. Eso también es cosa de los dioses terrenales le contesta el profesor universitario. Cualquier día de estos que se lo propongan podremos ver nuestras sombras en color y relieve. Estaría bien. Los sueños tienen vida propia. Son autónomos. No dependen de nosotros. Los sueños existen al margen de nosotros. Nosotros lo único que hacemos es meternos en ellos para soñarlos. Y Fran cambia de postura en su taburete alto. Los sueños no deben ser repetidos muchas veces porque podrían aburrir. Hay que estrenar a menudo. Los sueños sólo mueren cuando se hacen realidad. Está escrito. No es posible que se hagan realidad varias veces.
Y siguen hablando entre libros, revistas, útiles de escritorio y chuches. Se hace tarde. Otro día hablarán de los colores y de las notas musicales. Que cada uno percibe a su manera. Eso dicen. Este año el otoño se comporta como un final de verano largo. Nada parecido a un principio de invierno. Quizá más adelante. Ahora que me acuerdo -y termino- que se me ha ido el santo al cielo. El nieto de Pepe -el del bar- quiere una bicicleta. Le dice Pepe que se la pida a los Reyes Magos. El nieto le ha contestado que acepta la mentira. Como mal menor. Es preferible a la verdad. Y así han quedado. Le dice Fran a Pepe que con esta contestación le tendrá que comprar la bicicleta a su nieto. Salud.

viernes, 11 de octubre de 2013

No es negro

Rafael, el cuponero, está fuera de sí. Como si no hubiera nadie dentro de su cuerpo físico. Incluso sin ver lleva la mirada perdida. O lo que sea que su mente le haga ver con sus ojos ciegos. Viene a ser un soplo de aire inocente entre las mesas de "Es Comerç". Ya me advierte que no está para discusiones filosóficas. Me pregunta secamente que cómo está el mundo. -Igual que cada día. Como siempre. La mitad inteligente y la otra mitad prodigando estupidez. Tu que escuchas tanto la radio estarás más al corriente que yo, seguramente. -Escucho cosas pero no las veo. Necesito comparar lo que mi mente oye con la realidad y ver si hay coincidencias. Pues más o menos. De todas formas qué más da, le digo. Serán detalles de baja intensidad como dicen ahora.
Ahí es cuando se suelta. Necesita hablar y se le nota. Me cuenta que la tarde anterior estuvo hablando con Fran, el dueño de la papelería. Hablaron de fútbol que les guata a los dos. Demasiado, diría yo. A propósito de un partido de champions. Mientras Fran lo veía por la tele Rafael lo escuchaba por la radio. Siempre hacen lo mismo. Luego hablan y comentan los detalles. La cuestión -que luego me pierdo-. Que parece ser que Rafael el cuponero le dijo a Fran de la papelería algo así como que "sólo un negro como Cristiano Ronaldo es capaz de hacer filigranas entre la defensa contraria y luego meter un gol de coleccionista". Y va Fran y le dice que el tal Cristiano Ronaldo no es negro. Es blanco. Por eso está abatido y tristón. Se siente traicionado por su mente. Siempre lo había imaginado negro y ahora resulta que es blanco. Esto no puede ser. Es el final.
Me doy cuenta que su mundo es distinto del nuestro. Por lo menos una parte. Entiendo que se moleste cuando aprecia que a veces hay pocas coincidencias, o ninguna, entre lo que se imagina y la realidad. Pero a ti qué más te da, le insisto. Me contesta que necesita más nitidez y veracidad de lo que percibe a través de la mente y otras cosas. Hoy reconozco que se ha llevado una decepción. Le digo en tono desenfadado que los políticos son oscuros. Por si te imaginabas otra cosa. Se ríe. Y Obama es negro, ya lo sé. Gracias. Yo me relaciono todos los días con gente de Twitter a los que nunca les he visto la cara ni he escuchado su voz. Me tengo que imaginar las dos cosas. Seguramente muchos de ellos serán completamente distintos a como me los imagino. Pero me da igual. Me interesa su amistad y las relaciones a través de las letras. Rafael toca los billetes y enseguida sabe de cuantos euros son. Y devuelve el cambio sin equivocarse. Habla de forma expositiva porque quiere normalizarse con los demás. Esos esfuerzos para ser como los demás pudiendo ser singular. Inteligente y sensible. Dotado de gran capacidad para relacionarse con personas a las que no ve. Y algunos de ellos serán negros. La experiencia traumática del color de Cristiano Ronaldo no la supera fácilmente.
El mundo, la vida, les gentes y las cosas son complejas para él por estar privado de la vista. Me resultan chocantes estas amargas reflexiones de buena mañana. Es un personaje con matices que actúa con delicadeza. Que se molesta cuando las cosas no son como él piensa que son. Y a todo esto aparece Eugeni. El poeta. Es profesor de universidad. Que ya lo he contado en otra ocasión. Hoy no tiene clase y viene a desayunar y a saludar. No habla del problema de Rafael. Estas cosas las resuelve cada uno en la intimidad. Sin interferencias. Eugeni también está un poco molesto porque este año tiene menos alumnos. Cosas de las becas y demás. Dice, los payasos tendrían que reivindicarse y denunciar a los políticos por intrusismo laboral. Los tres viven la vida con pasión. Cada uno con sus comportamientos delirantes, sosegados, caóticos o lo que sea.
Cuando se quieren relajar hablan del mar. Rafael lo escucha y lo toca y enseguida conoce su estado de ánimo. Fran, además, puede verlo y disfrutar de sus colores. Eugeni lo quiere con locura porque le inspira bonitos textos literarios y poesía. Y se lo cuentan al cuponero que escucha atento con rostro alegre. Pregunta Rafael si el mar es tan grande como cuentan. Más de lo que puedas imaginar. Y queda hipnotizado cuando escucha esto. Se despiden. Cada uno a lo suyo. Hoy ha sido la mañana más fría desde que empezó el otoño. Ya llevamos manga larga. Salud. 

viernes, 4 de octubre de 2013

Otoño y Paulo III

A todo esto han llamado a la puerta. Con fuerza. Es que como no hay corriente el timbre no funciona. Resulta que es Emili. Viejo amigo. Actor profesional de teatro clásico y que últimamente no tiene trabajo. Ahora se gana la vida haciendo de camarero en un restaurante. Sobrevive con un sueldo de becario que es lo que le pagan. Le hablo de mis filosofías de estreno de otoño. Le han parecido bien. Él también lee a Paulo y sabe conversar. Ya de paso reconducimos y ordenamos nuestras ideas. Nos ponemos de acuerdo en unas cosas y aparcamos el consenso de otras. Me dice Emili que está escribiendo una obra de teatro. A lo clásico. No tiene prisa. Pero cada día coge la pluma y le mete tinta a la obra. Está avanzada, me dice. La escribe a su imagen porque la quiere protagonizar y lucirse. Siempre ha querido lucirse. Está barajando nombres de autores que le ayuden. Deben ser pocos. No hay presupuesto y además quiere que el público se quede con las ideas. Acumular actores en un escenario despista mucho.
Emili no comparte muchas de las cosas que escribe Paulo. Otras si. No cree que existan los ángeles. Ya me dirás para qué sirven o a qué se dedican. Será un invento, le respondo. Aunque está escrito en muchos sitios. Yo no tengo nada que ver con todo esto. Cuando habla conmigo parece que interpreta. Cuida los gestos igual que sus palabras. No sé para qué sirven, sinceramente. Pero reconozco que queda bonito. Que un dios que hace el bien y el mal a partes iguales porque es todopoderoso tenga un ejército de ángeles. Mola. Tendrá muchas cosas que controlar me imagino. Pero no controla las conciencias porque sólo te premian cuando haces el bien. Y además, en otras religiones y creencias no tienen ángeles y les va de coña.
A todo esto llegó la electricidad porque la tormenta estaba en retirada -que ya lo dije antes-. La luz del sol debilitada por el otoño entraba por el ventanal que da al jardín. Ya casi a punto de ponerse aunque no es muy tarde. Pero en otoño el sol se acuesta antes. Puse la cafetera y nos servimos. Emili es un culo inquieto. Mientras habla medio pasea por el salón. Mueve una mano a los cuatro vientos y sujeta la taza con la otra. Va y viene y dirige la mirada a todas partes y a ninguna al mismo tiempo. Todo un espectáculo que contemplo sentado en mi sillón de pereza con orejas y que tengo situado de forma estratégica. Para y me mira. Dice. ¿Y cómo termina la historia del condenado a morir sin dignidad por espiar sin ir vestido de guerrero? Pues que muere lapidado sin dignidad. Al principio sufre bastante hasta que una piedra le impacta en la cabeza y le hace perder el conocimiento. Luego sigue muriéndose pero sin enterarse.
Emili asiente con la cabeza y lo ve lógico. Si le condenaron a esto pues debe ser normal. Estoy pensando que, según cuenta Paulo y tú, lo único cierto es que murió. No veo por ninguna parte que  el gobernador y el sacerdote -con el interés que tenían-  se aseguraran de si poco antes de morir había perdido la dignidad. Aunque sólo fuera para ver que sus órdenes se habían cumplido. De lo contrario lo habrían matado en balde. No me imagino que muriera con un poquito de dignidad. Menudo inconveniente para los gobernantes.
Piensa Emili. Me dice. Creo que incorporaré algo de esto en  mi obra de teatro. Quiero que tenga un peso importante el tema de la muerte. La dignidad. La obediencia ciega. El absolutismo de los mandamases. I las armas. Piensa que las armas, por sí mismas, no tienen ninguna necesidad de luchar ni de matar. No lo hacen. Son inofensivas. Sólo son potencialmente peligrosas en manos de gente sin escrúpulos. Igual que las ideas. Supongo que tampoco habla de la conciencia y la dignidad de los que tiraron las piedras. No, respondí. La conciencia colectiva no siente. No se alegra ni sufre. No se la puede castigar cuando es una conciencia obediente. Tampoco tiene memoria.
Me dice Emili que cuando alguien escribe algo así tiene que posicionarse. Aunque sea a través de un personaje. Un ángel mismo.  Luego cada cual que piense lo que quiera y lo argumente usando la libertad. Emili se fue. Salí al jardín y me quité los zapatos. Empecé a mirar los peces del estanque. Después de una tormenta de principios de otoño nadan de forma más sosegada. Salud.

miércoles, 2 de octubre de 2013

Otoño y Paulo II

Al margen de la llegada del otoño. De las lecturas de Paulo. De la tormenta. La falta de luz. El agua, viento y truenos. El cielo oscurecido. Incluso el mar revuelto con oleaje peligroso. Al margen de si lo peor es morir antes de que lo decida la naturaleza porque ha terminado tu ciclo vital. O si lo peor el morir sin dignidad. Al margen de conocer todas esas cuestiones, decía. Hay otro frente de reflexión y discusión entre el gobernador y el sacerdote. Ahora la cuestión es si la muerte debe ser rápida o lenta cuando a uno se le ha condenado por espiar sin llevar vestido de guerrero. La respuesta depende del pecado cometido, evidentemente.
Quien ejecuta es el pueblo soberano. Y este pueblo, aunque soberano, sigue las indicaciones de sus gobernantes por imperativo legal. Pues el gobernador y el sacerdote serán los primeros en tirar una piedra al condenado. Si la piedra es grande y certera el reo morirá rápidamente y sin sufrimiento. Si la piedra es pequeña y no impacta en lugares vitales, la muerte será lenta y dolorosa. Ambos se miran. Se agachan y cogen una piedra que les cabe en la mano. La lanzan con mediana fuerza porque la conciencia los tiene maniatados. Ambos hierran en el tiro y las piedras se pierden por el fondo. Esto es una cobardía encubierta en forma de mala puntería. 
Pero cada miembro del pueblo tiene siete piedras que puede tirar. Y tiran a dar y a matar porque así se ha hecho siempre. No es cuestión de ensañarse. Es cuestión de que muera sin dignidad. Esta es la verdadera conciencia de un gobernante o un religioso cuando ordenan una acción hostil. Sólo son medianamente poderosos desde un despacho o un púlpito. Sus palabras no hacen daño. Los actos de sus seguidores, sí. Con la conciencia hemos topado y ésta sí que es todopoderosa porque te puede impedir hacer el mal. Pero se la puede engañar me dice el librepensador que sigue en el anonimato. En un pelotón de fusilamiento la mitad tiene munición real y la otra mitad munición de fogueo. Los miembros del pelotón desconocen la munición de su arma. Todos disparan al mismo tiempo y al corazón. Una vez muerto el condenado cada uno piensa que ha utilizado munición de fogueo. Y se retiran con la conciencia tranquila porque ha sido el compañero el que lo ha matado. En realidad quien lo ha matado ha sido el que ha dado la orden. Aunque tiraran piedras pequeñas y no impactaran contra el reo lanzaron la primera.
Pero para de llover. La tormenta escampa porque el otoño quiere entrar con buen pie. El cielo se despeja y el mar vuelve a coger el color turquesa. El sol amansado por el otoño vuelve a brillar y desaparece la oscuridad. Esto sólo pasa en otoño. Y yo con mis filosofías mentales. El libro de Paulo que me da ideas y me da poder. Y escribo lo que pienso porque soy libre y siempre habrá alguien que lo leerá. Antes se ponía precio a la cabeza de uno para conseguirla. Ahora se pone precio a la cultura para que no la puedas conseguir. Qué cosas. Incluso así la cultura es todopoderosa.
Tal cual ha sido pensado ha sido escrito. Ahora ya pueden empezar los rumores. Cuando se fue la luz y llegó la oscuridad se hizo un silencio solidario que valía más que mil palabras. Me dejó pensar y luego, escribir. Salud.

martes, 1 de octubre de 2013

Otoño y Paulo I

He leído que dice Paulo que un ángel dijo que Dios es todopoderoso porque todo lo puede, conoce y domina. Y lo explica. Si sólo tuviera potestad sobre el bien no controlaría una buena parte del universo. A saber, todo lo que está dominado por el mal. Si es verdad que es todopoderoso y que todo lo puede tiene que tener el control absoluto sobre el bien y el mal. Tiene que poder permitir o desautorizar ambas cosas. Y sabiendo esto mucha gente lo venera. Pues se lo consienten. Insisto en que igual que permite el bien también permite el mal. Lo vemos todos los días. En las personas y en las cosas. Los sacerdotes lo justifican. Pero algunos de nosotros no tragamos con estas cosas. Simplemente nos mantenemos al margen.
Sigue escribiendo en un capítulo de uno de sus libros que cierto gobernador decidió que "el espía no es valiente porque no lleva el vestido de guerrero. Esto implica una cobardía. Por todo esto, y con el permiso del sacerdote, le condenó a muerte despojado de su dignidad". A partir de este fragmento mi imaginación se atormenta en pensar y reflexionar. No sé si el castigo radica en la muerte en sí misma o en perder la dignidad antes de morir. Intento pensar que el hecho de condenar a alguien a morir es lo peor que puede pasar. También intento pensar que el morir no es tan grave porque será algo inevitable en algún momento de la existencia de uno. Luego lo malo de la segunda opción no es la muerte en sí misma sino morir sin dignidad.
Todos podemos posicionarnos de alguna manera con estos textos de Paulo. Incluso argumentar. Como que sin dignidad no vale la pena vivir. La muerte, pues, sería un alivio antes que un castigo. La cosa da mucho de sí. La vida ante todo con o sin dignidad. Y esas cosas de la metafísica con las que entretener nuestros pensamientos. He leído de un librepensador que prefiere mantenerse en el anonimato que el poder no radica en matar a otro ni en mandar matar a otro. Eso lo puede hacer cualquiera y es relativamente fácil. Pero sólo alguien todopoderoso y que todo lo puede tiene la potestad de evitar la muerte de otro antes que lo decida la propia naturaleza. El único que puede perdonar todo es el realmente todopoderoso. Ante una desgracia siempre aparece alguien con alzacuellos que dice la frase desteñida -de tanto usarla-, "los caminos de Dios son inescrutables". Y todos tranquilos.
Con estas filosofías estaba yo el otro día justo cuando poníamos los pies en el otoño. Con una tormenta de agua, viento y truenos que azotó la Isla. Se fue la luz y se hizo el silencio. El cielo se oscureció. El ambiente propicio para que el otoño interactuara con la filosofía de la religión de la mano de Paulo. Estas cosas no hay que mezclarlas porque desconocemos los efectos secundarios. No veo la ventaja de ser todopoderoso cuando más de la mitad del resto de los mortales te cuestiona todo. Yo mismo aprovechando que la llegada del otoño vino acompañada de un tiempo desapacible. El otoño, la dignidad y la muerte, la quietud, la tormenta y las ganas de pensar. No se puede pedir más. Salud.