sábado, 29 de junio de 2013

Como siempre

Esta mañana he quedado a la hora del desayuno. He quedado con el aire, con el sol, con los gorriones. Con el viento si quiere venir y con la sombra de la morera que luce preciosa. He quedado con un café con leche y una ensaimada. He quedado con muchas cosas. Con todos los que nos damos los buenos días. Como de costumbre. Igual somos demasiados. No me importa. A esto le llamo yo desayunar a lo grande.
Llego al bar de Pepe y empiezo a oír un susurro como de viento en estado salvaje. El viento de la montaña los días de tormenta o el de alta mar. Miro a mi alrededor. Es la vida de cada día y de cada uno que amanece. Es todo lo que he dicho al principio y las personas que van a lo suyo. Que a las seis y pico de la mañana ya son horas. Es todo junto que busca su sitio a empujones. Emociones y sentimientos en estado natural que se posan sobre las ramas junto a los gorriones. Aunque anidan en el alma. Este susurro también son las plantas, el sol y las sombras que crea. Este hilito humeante del café con leche que sube firme y que el aire rompe a cierta altura. Esa paloma que llega alborotada y se posa en el suelo para comer. Pero ninguna persona se sienta a mi lado para compartir mesa. Hoy toca mirar, pensar, reflexionar,  hablar conmigo mismo y escribir. Pues eso. Me quito los zapatos y cojo pluma y papel.
Hay reflexiones que perturban mis pensamientos y me restan tranquilidad. Hoy mi voz reposa callada. He entregado mi libertad al amanecer con la condición de que me deje mirar. El sol cambia las sombras de sitio. Estas sombras extrañas con sus siluetas que estimulan mi imaginación. Igual que las nubes en otoño. Pero ahora estamos en verano y no hay nubes. Alguna aparecerá al atardecer en las montañas y los bosques. Vienen a descansar y a dormir como los pájaros. Cuando llegue el cálido atardecer empezará a refrescar y el cielo cambiará de color. Como hace siempre. Como debe ser. Y aparecerán las ideas tintadas de romanticismo mientras el sol se deja caer suave y lentamente sobre el mar donde pasará la noche en sus profundidades. Estos atardeceres evocadores de juventud y primeros amores. En la arena de la playa y acompañado de olas mansas en retirada. Todo esto no ocurre a la hora del desayuno.
Cuando salga la luna y se encienda recuperaré la libertad que le di al amanecer. Cuando empiece a refrescar te esperaré donde siempre quedamos. Haré gestos intensos y apasionados. Y te desearé felices sueños hasta que el corazón se acelere y nos falte la respiración. Para eso están las primaveras y los veranos. Para vivir la vida de otra manera. Si quieres saber más pregúntame a mi. No preguntes a mi sombra porque no mentimos igual ni decimos la misma verdad.
Por la noche nos volvemos a juntar. Cuenta Sebas cosas de su juventud. Y dice que cuando el payaso salió a escena se hizo un griterío. Después un silencio. Dio dos golpecitos al micrófono con el dedo. Miró al público con la sonrisa pintada en el rostro pero borrada del alma. Dijo que él era la alternativa al suicidio. Hubo risas y caras largas. Había niños y no eran modos. A algunos les gustó la genialidad y otros pensaron que era de mal gusto. Tenía un físico desagradable que paseaba de lado a lado de la pista. Dijo algunas cosas más y arrancó risas, sonrisas y quejas con silbidos. Entonces se puso a tocar una canción triste con el saxo.
Hicimos un silencio en toda la calle. Menuda historia. En invierno las mejores tertulias se hacen al amanecer con el desayuno. En verano las mejores charlas se hacen al atardecer cuando refresca en el bar de Pepe y con música de estribillo pegadizo. Salud.

miércoles, 26 de junio de 2013

Control

Hoy me he levantado con la cara serena, el rostro despejado, despeinado, legañas en los ojos y una mente subversiva de esas de controlar la situación por muy complicada que parezca. Con la ventana abierta para que entre la luz de la luna y del sol mientras me arreglo y preparo cosas. El amanecer se impone y la luna se apaga y se queda quieta hasta la noche que vuelve a encenderse. Después de un buen descanso vendrá un día ajetreado pero yo me he levantado con la cara serena. Los días tranquilos ya no se ven porque quedan pocos. Hemos inventado demasiadas cosas para llevar una vida fácil y además nos hemos suscrito a todo lo que hemos inventado has el punto del agobio. La hemos complicado más y el móvil echa humo porque todo el mundo nos envía miles de tonteces a los grupos de WhatsApp que yo elimino al instante y sin contemplaciones antes de salir contaminado y me baje la media del Coeficiente Intelectual. Por fin salgo de casa con el traje de los buenos modales hasta que los pierda.
Por el camino hasta el bar de Pepe donde ya me esperan mis amigos para la tertulia de buena mañana no he parado de hacer prácticas. Vocalizaba palabras y frases de buen gusto y amabilidad para decirlas después cuando convenga según la conversación y su tema. Sentimientos afectuosos y en cantidad suficiente. Complementos de gratitud por si hiciera falta que nunca se sabe. Calderilla de palabras bonitas y esas cosas que te dan confianza porque te asegura estar en el camino correcto y en la actitud de empatizar. Incluso recuerdo haber soñado que alguien me ordenaba la vida mientras dormía y me la dejaba a punto de estrenar. Como salida de fábrica. Y pensar en la cantidad de horas que he dedicado a desordenarla dentro de un orden para que se parezca a mi. La he adaptado para que me resulte cómoda. Como los zapatos más viejos que tengo y que resultan ser los más cómodos de todos. Incluso se saben el camino de vuelta a casa.
Todavía le doy vueltas a la película de anoche. De las románticas y tristes que no paras de lloriquear, utilizar pañuelos y beber agua para no quedar deshidratado. La protagonista tiene una enfermedad terminal y decide donar los órganos antes de su partida definitiva hacia la oscuridad de los tiempos. Firma para donar todo lo que consideren útil y oportuno menos el corazón que se lo deja a su esposo para siempre porque es la persona que más ha querido en su vida y teme que ese corazón, en otra persona, pudiera amar a otro. El esposo no hace más que llorar y contagia. Al final, y como era de esperar, la mujer fallece y la entierran con el corazón parado y por tanto incapaz de amar. Será por eso que el marido, al poco de enviudar, queda libre de amar a quien quiera y conoce a otras personas pero decide que no habrá nadie más en su vida. Pierde el juicio, la razón y otras cosas. Visita el cementerio todos los días y  habla con ella a todas horas. Le reconforta mucho y dice que la siente y la ve. No tiene ojos ni tiempo para nadie. Vive a expensas de un corazón detenido en un tiempo anterior e incapaz de amar porque los corazones sólo aman cuando laten.  
Me comentan que la web de la primavera ha perdido muchos seguidores. No me extraña porque no se ha comportado como toca. Ha llovido. Ha hecho calor. Ha hecho frío. Viento. Bochorno. Etc. De seguir así habrá que inventar una nueva estación que se llame otra cosa. Primavera, desde luego no. Estoy seguro de que todo esto viene desde arriba. O desde más arriba que arriba. Para que consumamos. Las grandes multinacionales harían cualquier cosa para fomentar el consumo sin freno y sin necesidad. Quieren que sólo pensemos en gastar. No tengo la seguridad de que las cosas estén bajo control entre el 5G y el "chis" que nos han puesto con la vacuna. Salud. 
 

lunes, 24 de junio de 2013

Tierra alta

Acabo de abrir la libreta de todos los días para escribir algo. La que compagina literatura, imaginación, memoria, reflexiones, viajes e identidad personal. Esto dice el reverso de la libreta de una marca conocida y cara. Es muy funcional y versátil y te la puedes llevar a cualquier parte porque cabe en cualquier bolsillo con un lápiz incluido. Sólo de mirarla,  abrirla y olerla la pluma se pone a escribir instintivamente. Pero ahora mismo me coge a cierta altura. Más de setecientos metros. He venido a ver la montaña o la tierra alta. Le hago compañía y ella a mi mientras pasamos el día juntos. Pero creo que hoy no ha sido una buena idea. O quizá si. Un viento frío me empuja con fuerza y me quiere tirar. Resisto aunque me cuesta. Cuando el viento me da en la cara me cuesta respirar. Avanzo con pie sereno, seguro y casi a tientas. Al viento se le ha unido la lluvia y forman una ventisca exagerada para la época del año. Una lucha en las alturas y todo por querer visitar la montaña o tierra alta. La que tiene el aire limpio, el viento fresco y carece de ruido.  Aquí me desconecto de la otra vida de la tierra baja. La que estresa y crispa.
Es la tierra alta. La cima de la montaña. La de todos los que venimos cuando tenemos necesidad de quietud y perspectiva. La que cuando llegas te tiene preparada una sombra en un recodo y una piedra donde sentarte. Pero hoy toca ventisca de la fuerte. Veo cumbres, nubes y una cortina de agua de lluvia sin casi levantar la vista. La naturaleza a partir de cierta altura no te proporciona demasiadas comodidades ni te pone las cosas fáciles. Pero yo ya lo se de otras veces. Es el precio a pagar por huir de la tierra baja de los ruidos y las prisas. De los agobios y esas cosas. Bien vale una ventisca y que te de en plena cara.
Después de comer el sol se abre paso. La tierra alta tiene detalles. El cielo se despeja y el viento se lleva las nubes. La montaña se calienta en un momento y desprende una humedad que te hace sudar. Después de todo esto vuelvo a sacar la libreta y la pluma. Ahora quien me inspira es el olor a tierra mojada. Empiezo a escribir cosas pero noto que me cuesta. Enseguida me doy cuenta de dónde está el problema. Me quito las botas y la cosa cambia. No se puede escribir con los pies calzados. Unas letras para que experimentéis el sosiego. Un poco de fruta y un poco de agua. Antes de que el sol se ponga ya estaré de vuelta a la vida de la tierra baja. El tiempo pasa rápido y hay que aprovecharlo. 
Cuando llegue a casa revisaré lo que he escrito. Añadiré o quitaré y corregiré sin demasiado interés. Que me pongo a corregir tanto que a veces la realidad se convierte en ficción. Y no se trata de esto. Salud.

miércoles, 12 de junio de 2013

Convivir

La soledad es buena compañera cuando uno la desea. Es difícil de conseguir. Somos muchos y gregarios. Nos necesitamos. Pero hay días que quieres convivir con la soledad. Otras veces querrás compañía y la tendrás. Puedes llamar a Sebas o a Justino. Es posible que aparezca el cuponero. Quienes llegan volando, quieras o no, son los gorriones que se acercan con cautela a la mesa donde desayuno. No incomodan. Esbozas una sonrisa mientras los miras y te lo agradecen. Disfrutan de su despreocupada libertad. Hubiera podido omitir estas últimas frases, pero me gusta dar envidia sin más.
Llevo el sombrero puesto que me protege del sol. Y aunque no fuera así. Está bien el sol, pero no en la cara. Desde primeras horas del día el sol ya avisa. He cambiado de mesa para que no me proteja la sombrilla sino las ramas de un tilo. Queda mejor. Más natural. Sombrero ajustado pero sin apretar que si no molesta y da dolor de cabeza. No es cuestión de perder el tiempo templando gaitas. Aunque no es menos cierto que para que una gaita suene bien hay que templarla. Me quito los zapatos y pongo los pies descalzos sobre las patas de la mesa. Es que voy a escribir un rato. Ya sabes.
Justo enfrente del paseo hay un quiosco dónde venden prensa, revistas. Chucherías y bebidas. Loterías y tabacos. Y un sinfín de cosas de esas que ya sabes a las que me refiero y que hacen que el puesto de prensa y revistas se llame quiosco. La gente, como cada mañana, se para y hojea. Otros simplemente ojean mientras sus perros se huelen y se miran de reojo. Lo que más vende son libros de bolsillo. Estos que son buenos y nunca pasan de moda. Esos libros con personajes manipulados por el escritor para hacer las delicias del lector. No me refiero a Grey.
El café con leche se está enfriando. He mojado unas pastas que llenan el estómago y matan el hambre. De esas pocas veces que el asesino no es el mayordomo y no utiliza el atizador para cometer el crimen. Si estoy acompañado suelo escuchar y hablar. Se le llama mantener una conversación. Si es de los días en los que estoy solo, me dedico a escribir. A veces soy capaz de estar en babia mirando los gorriones. No hay ruido. Sólo sonidos lejanos y previsibles. Fáciles de identificar. Nada de ruidos motorizados y estridentes. Se agradece la tranquilidad. Es un bien inmaterial y escaso de la humanidad. La gente se cruza. Saludo de conveniencia. Apretón de manos de esos de quedar bien. Y a veces charla de actualidad en formato reducido. El penalti que se pitó injustamente porque no era y el que no se pitó aunque claramente si lo era. No acabo de entender el porqué nos complicamos la vida por cosas que ya no tienen vuelta atrás.
El gorrión se ha ido volando calle arriba hasta desaparecer de mi vista. A lo mejor ha entrado en un agujero negro de cuarto milenio. Ahora mismo no se que decir. Tengo la duda de si el gorrión ha entrado voluntariamente en él o éste le ha engullido en contra de su voluntad. Bueno. Tampoco tengo la certeza de que existan estos agujeros negros. Cuando termine el café me iré calle abajo. No fuera a meterme, queriendo o sin querer, en uno de esos agujeros y me quedara sin cobertura para pedir auxilio. La desazón me dura lo que tarda en volver el gorrión y posarse sobre la mesa. A lo mejor es otro y se parecen. Ya me dirás que falta nos hace tener agujeros negros si no los utilizamos. Salud

domingo, 9 de junio de 2013

Cosas

Mirar por el agujero de la cerradura y ver cómo pasa el tiempo sin que él me vea. Es un entretenimiento. La de cosas que he podido observar. En este mismo instante me he quitado los zapatos y me he puesto a escribir. Letras y palabras que quedan plasmadas en el papel cuando la pluma de desliza con la libertad que la caracteriza. Mi conciencia está inspirada mientras la de otros está imputada por fechorías. Camino por caminar. Para poder pensar. Caminar y pensar es compaginar el ejercicio físico con el mental. Pues eso quería decir. Me he parado en un quiosco y miro. Algo de cultura entre montones de basura escrita en revistas. Me llevo algo. Es una necesidad impulsiva.
En casa me siento frente al escritorio que da al jardín. La ventana abierta para que entre el aire y el susurro del agua de la fuente que brota sin parar. Los gorriones beben y se van en un alboroto primaveral. Y escribo que venía andando por la acera que no da el sol por no llevar la sombra pegada todo el rato. Quiero ser libre incluso de ella. Aunque sólo sea por unos instantes. Ya dije que las sombras son insensibles. Piso todas las que puedo como un niño que pisa el agua de un charco. La de un señor que andaba delante de mi. Con fuerza. No se ha enterado. Acumulo situaciones interesantes y las guardo. Sólo las que valen la pena. Cuando escribo las intercalo entre invenciones y resulta la literatura que lees. Que parezca que es lo mismo.
Matías no está bien de la cabeza. Él lo sabe y le da lo mismo. Vive al límite. Hace cosas malas pero con la ley en la mano. No quiere tener problemas con la justicia. Está más tiempo ingresado que en libertad. Toma la mitad de las pastillas para que no mermen su lucidez de loco y poder escribir su vida. Andará los cincuenta y va por la pubertad. Sin prisas. Duerme de día y escribe y lee de noche. Es lo bueno que tiene estar ingresado. Nadie le hace las cuentas y él dice que será la medicación. Seguramente será así. El otro día estuve visitándolo. Me contó que le querían dar el alta y empezó a chillar y a decir que había charcos de agua y barro en la habitación. Que había goteras y humedades en las paredes. Le han dado veinte días más. Aprovechará para un capítulo. Cuando mira al espejo llora porque dice que no se refleja. Que el del espejo es otro que quiere suplantarle. Es la pera.
Cuando el escritor Andrés Requena terminó el libro envió copias a las editoriales para que le publicaran. Recibió notificación de todas diciéndole que no se vendería. No tiene futuro. Que escriba otra cosa. Una se interesó y le solicitaron una entrevista. Le preguntaron de todo y sólo contestó cosas del libro. Le pagaron un dinero de subsistencia y sigue escribiendo en las entradas de metro o en la calle. Le han llamado diciendo que escriba más. Ahora su mente va a un ritmo superior al de la pluma. Un día perdió la inspiración y se acercó al mar. Volvió a recuperar la inspiración. Esas cosas pasan. Vale pues. Salud.

jueves, 6 de junio de 2013

Memoria histórica

Memoria histórica.
Memoria extensa
que vive en el exilio.
Pero vive.
Han silenciado las palabras.
Quieren borrar el recuerdo.
Guardamos el recuerdo
En nuestro silencio
y en nuestras miradas.
 
Hay pocos testigos.
Desmemoriados
de muertos y desaparecidos.
El olvidos inducido
y premeditado.
Despido improcedente
de quien busca.
Pero los cómplices no pueden.
Porque somos muchos
los que recordamos.
 
Sus huesos nos esperan
en sepulturas improvisadas,
en cunetas.
En busca de justicia.
Tenemos un mapa y ganas.
Sin prisa y con ilusión.
Memoria histórica
contra el olvido premeditado.
 
No nos dejan preguntar.
No quieren que sepamos.
Pero tenemos retina.
El viento tiene memoria.
La tierra sabe dónde están.
La luna se acuerda de todo.
Unos y otros
saben que estamos.
Seguiremos tirando piedras.
Conocemos lugar y nombres.
Sabemos quienes son.
Cogeremos sus huesos
y les daremos sepultura adecuada.


sábado, 1 de junio de 2013

Jubilados

En mi condición humana hay un poco de todo. Virtudes virtuosas sin demasía y algo de mala leche en cantidad suficiente. De cada una de ellas acostumbro sacar a relucir la que convenga en cada caso u ocasión para que todo quede muy claro y sin malentendidos.
Según me amanezca el día o según me haya acostado la noche anterior.
Pero también tengo la capacidad de atenazar y amordazar algunos de mis instintos más primarios. Qué si no. Soy un insumiso social por naturaleza y lo que me callo con la boca lo escribe mi pluma que para esto la tengo. Cuando digo que soy o tengo incluyo siempre la fecha de caducidad. Que otro día diré que ya no soy ni tengo.
He oído decir que el ensotanado de mi pueblo ha dicho -hace poco- en la homilía dominical para los jubilados concentrados que, "estamos en la tierra de paso". Como si esto fuera un albergue de estudiantes o el tercer turno de una colonia de verano.
Con las maletas preparadas para partir en cualquier momento. No estaban los ánimos para este tipo de citas porque uno de ellos había dejado la plaza y había devuelto el alma a quien se la prestara cuando nació. Los jubilados son muy vulnerables y sensibles con los amigos y les da por llorar cuando alguno se va. Son gente que le tiene apego a la vida y el capellán les ha pinchado la moral.
A todo esto, en el autocar que cada domingo les lleva de excursión, hoy no han cantado. Se han limitado a saltarse todo lo que el médico les tiene prohibido. Que es mucho o demasiado, según se mire. Para esto sirven las excursiones que los domingos hacen los jubilados después de misa.
Este día en cuestión el autocar parecía una unidad de cuidados paliativos. Se tomaron las biodraminas de noche y permanecieron sedados. Hasta que llegó la hora de comer. A esta hora, con hambre y bufet juntos, no hay sermones que valgan.
Con los años he perdido capacidades, virtudes y un poco de mala leche. Habré ganado en otras cosas que ahora no vienen al caso. Seguro. Ahora escucho menos y hablo más. Será que tengo más cosas de qué hablar y menos ganas de escuchar novedades, reposiciones o gilipolleces. Vete a saber, pero es así. La literatura me llena más que antes. Por lo menos el rato de recreo.
El momentazo de librarme de las cadenas laborales. Amansado como un perro rabioso que no ladra lo que quisiera porque está afónico. Y me suelta Martín que el párroco hubiera podido decir que Dios les ha dado una plaza interina en la tierra. Pero no lo ha dicho. Lo hubieran entendido mejor y hubieran cantado en el autocar. Hay que cuidar las palabras que se dicen desde un púlpito y más aún si van dirigidas a jubilados de la tercera edad avanzada.
A medio camino sube un fulano a venderles ropa de bebé para sus nietos porque sus hijos no tienen dinero para comprarla. Pero están sedados y no se enteran. No vende nada. Si hoy hubiera ofertado ataúdes hubiera hecho negocio.
Puestos a pensar creo que los días desgastan con la misma intensidad que llena el cuerpo de colesterol del malo y de recuerdos que construyen razonamientos absurdamente reales y acongojantes. Por eso creo que los domingos no es bueno escuchar a los que llevan sotana, casulla y bonete. Estrategias de supervivencia.
Los jubilados no paran de contar que yo voy anotando en mi libreta de bloguero. El olvido empuja y va abriendo paso en las mentes de los mayores. Es lo que les pasa a los afiliados a la tercera edad avanzada o adulta. Hay demasiado eco de tiempos pasados. Andan entre sombras y penumbras. Pero todos son iguales y por eso no se les nota.
Este paso fugaz por la tierra les ha convertido en peregrinos de andar caminos que conducen a ninguna parte. O al mismo sitio. Algunos piensan que esto es bueno y que lo mejor está por venir en otro sitio más grande dónde cabremos todos y seremos más felices que las perdices porque no habrá sufrimientos ni amenazas de tener que coger las maletas.
Estoy por ir un domingo a escuchar al capellán y luego salir de excursión a ponerme las botas con el bufet y dejar afónica la garganta.
Pero no escarmientan ni aunque lo diga el médico porque uno de ellos ha acumulado mucho colesterol del malo y la artrosis lo tiene postrado. Toma muchas pastillas para poder regresar a la actividad dominical habitual. El del bonete no pierde ocasión para darles caña y dice que lo que le pasa es que ya no tiene voluntad de vivir. Querer es poder ha dicho micrófono en mano dentro del autocar.
No se pueden permitir bajas. O se llena el autocar o se suspenden las excursiones. Vaya dilema les ha metido en el cuerpo. Este lunes el médico los castigará innecesariamente. Son expertos en librar batallas y contarlas después. Faltaba el guía para poner la guinda y lo ha bordado. Dice cuando ya están de regreso que el futuro es incierto. Se han reído a carcajadas porque les ha hecho gracia. A su edad lo más predecible es el futuro y para demostrarlo se han puesto a cantar para que el guía no pudiera seguir con su particular discurso.
Nadie quiere salir en prensa y se han hecho expertos en escaquearse de los obituarios. En los vergonzantes coches fúnebres sólo viajan los desertores. Ellos, no. Salud.