lunes, 27 de mayo de 2013

Alcantud

Hay mañanas me levanto con alguna idea fija que seguramente se ha ido formando en la oscuridad de la noche. A lo largo del sueño. El momento "salir de la cama" es como un volver a la vida cada mañana. El cuerpo entumecido. Un poco de sueño que se ha quedado sin dormir por falta de tiempo o porque últimamente duermo lentamente y tendría que hacerlo más rápido. Una oreja más plana que la otra -no siempre la misma-. Los pelos alborotados. Cara de pereza en puro contraste con las ganas. La agenda repleta de recados y buenas intenciones. El estribillo de una canción que ya no lo sueltas en todo el día. La sensación de que soy un pringado -incluso más que los demás- y, como decía al principio, una idea fija que te ronda la cabeza todo el santo día.
Camino del trabajo he seguido con el pensamiento que se ha formado en mi mente en la oscuridad de la noche mientras dormía. Es el siguiente. Para que mi trabajo resulte productivo, eficaz y éticamente impecable necesito de una supervisora de unidad, una coordinadora, un supervisor de área, una supervisora de recursos humanos, una subdirectora, un director, un gerente, un conseller y un president que hace lo que tiene que hacer porque sabe lo que tiene que hacer. No como otros. Seguramente habrá más personas en la sombra en calidad de asesores bien pagados pero no los quiero contar. Vistas así las cosas y después de una sosegada reflexión pienso que más que un pringado soy una especie de desagradecido con privilegios. No soy un pagafantas sino un importante e imprescindible eslabón de una inmensa cadena dentro de mi entorno laboral. Y de repente noto un subidón de autoestima. Definitivamente soy alguien importante. Si. Soy un ser agraciado que tendría que estar más agradecido.
Pero hay más. No sólo es la lista que acabo de enumerar sino lo que cada uno de la lista supone en sí mismo y en relación a mi trabajo. La supervisora de unidad y la coordinadora me recuerdan semanalmente mis obligaciones con respecto a firmar documentos de aparataje revisado. Lo hacen de la mejor manera posible que ni siquiera en párvulos se les ocurrió. Me incluyen en una lista de profesionales cualificados que no realizan lo que ellas han inventado como un protocolo. Esta lista está pinchada en un tablón de anuncios para conocimiento de todo el personal y así evitar errores de comprensión.
El supervisor de área se encarga de llenar folios describiendo detalladamente mi uniformidad y mi actividad con la pluma al jefe de los servicios jurídicos para que de curso de esta literatura a otros que están por encima en la cadena de mando hasta llegar al funcionario instructor que me cita para interesarse por mis relaciones con el entorno laboral y con la institución. No puedo dejar de citar a Alcantud. Sin ella no sería nada. Un trabajo abnegado de seguir mis pasos por Facebook y obtener información de forma fraudulenta de contenidos privados para propagarlos y que tengan el eco necesario a la calidad que mi categoría profesional requiere. El honor del supervisor de área es incuestionable y Alcantud es la fiel guardiana. No se cómo se mide este supuesto honor. Cuánto tiene. Cómo se pierde. Cómo se mide. Si es bueno o malo. Etc. Me conmueven estas cosas. Creo que es porque me estoy haciendo viejo y se acerca mi jubilación. Sin Alcantud andaría perdido y sin rumbo en la inmensidad del mar o del bosque con el viento en contra y terminaría difuminado en la luz del día. Pero soy agradecido. Que una cosa no quita la otra. Gracias Alcantud.
El resto de las personas creo que no se enteran. Bueno, voy a ser breve y directo. No se enteran. Seguramente porque desconocen que existo o porque Alcantud no les pasa información. Pero es igual porque la rueda gira si está bien engrasada. Y lo está. Estoy por afirmar que si sólo fuéramos el gerente que no se entera de nada y el resto de los trabajadores, la institución funcionaría muchísimo mejor. Pero esta es una afirmación que nunca me dejarán demostrar. Con lo que cuesta pillar un cargo, un despacho y un sillón. Cuento todo esto porque a veces pensamos de forma desordenada y mal. Pero a veces las cosas son distintas. Sin ir más lejos hay palmaditas en la espalda que se parecen más a una zancadilla. Pero yo se que no lo son.
Quiero aprovechar la ocasión que me brinda el editor de este blog para agradecer a los susodichos que he mencionado antes y a todos aquellos que se me hayan pasado por alto sin querer. Sin ellos sería un cualquiera sin historia. Ser imbécil hoy en día parece fácil pero es complicado.
Los excrementos, al principio, siempre huelen mal. Hasta que se secan. Luego huelen a compostaje y abono. Con tanto abono la vida profesional de uno sube como la espuma y el trabajo resultante es impecablemente bueno. La dimensión moral de todos ellos es como un mausoleo donde van a parar los huesos. Son el contrapunto de nuestros fallos y deslices. De nuestra mediocridad como personas. Son el faro en la noche que ilumina mi destino. Salud.