martes, 15 de enero de 2013

El cuponero

No sé si es pronto o simplemente es temprano. Podéis llamarlo como queráis pero el sol todavía no ha salido aunque el alba lo intuye. Daremos por bueno que es de madrugada y que las farolas iluminan las calles. El bar de Pepe ya está abarrotado de gente que desayuna y conversa animadamente de sus cosas y de las cosas de los demás. 
Quien habla por hablar es un busto parlante que se asoma por la pantalla de una tele sin volumen. Algunos dicen que hace compañía pero al no tener volumen ni acompaña ni molesta. Esto tiene que decepcionar, pero el busto parlante no lo sabe. No podemos hablar todos a la vez como si se tratara de una tertulia de políticos o de intelectuales que firman manifiestos. Los jubilados respetamos el turno de palabra sin que nadie nos tenga que llamar al orden. Así todos nos enteramos porque además no andamos muy finos de oído. La cafetera no descansa y escupe café sin parar con espuma humeante. Los periódicos tampoco descansan y van de mesa en mesa para que sus titulares sean leídos y poco más porque se repiten día a día. La letra pequeña es para los ociosos que también los hay. Pero vienen más tarde. El Homo tiquismiquis no madruga porque sí.
Puntual como un reloj fabricado en Suiza y manipulado por un inglés entra Rafael. El cuponero. Viene caminando desde su casa. Es ciego. Camina casi pegado a las paredes de la calle con un bastón en la mano que a estas horas de la mañana se percibe como fluorescente para que le vean bien. La punta del bastón es una bola blanca que se arrastra un metro y pico por delante de él olfateando el terreno en zig zag como un sabueso. Hay que evitar accidentes y disgustos. Entra en el bar y se acerca a la barra. Se sienta en un taburete alto y reduce el bastón a un palmo. Le sirven un café con leche, pone el terrón de azúcar, lo mueve con calma y empieza a sorberlo. Entre sorbo y sorbo se van acercando los que tienen prisa a cambiar cupones o a comprarlos. Depende de la suerte del día anterior. Hemos llegado a la conclusión de que la gente no quiere hacerse rica, simplemente compra el cupón por inercia y, a lo sumo, aspira al reintegro.  Cuando termina se mete entre las mesas para seguir vendiendo. Sortea sillas, mesas y personas con la ayuda del mismo bastón que le guía por la calle. Llega hasta mi y se sienta. Mientras hablamos nos interrumpen mil veces pero no nos importa. Es el negocio. 
Me pregunta por las noticias porque él no lee la prensa porque es ciego. Lo de siempre, le digo. Nos siguen recortando lo que queda del estado del bienestar mientras la jefa de Merkeland sigue cortando el bacalao de todos. Algo de deportes. Columnas de opinión que se pueden leer y otras que no para mantener una buena salud mental. La página cultural es sólo media página. Fotos, sudoku, jeroglífico, crucigrama y una pequeña reseña de un libro. Algo de teatro, cine, música y una exposición de pintura. 
Rafael es inteligente y culto. Por la mañana vende cupones y se relaciona. Por las tardes está, mayormente, en su casa. Son tardes literarias con audiolibros o libros escritos en braille . No le molesta que le llamen ciego pero no acaba de asumir la palabra inclusiva de invidente. Él es ciego de nacimiento. 
Le digo que hay una mujer muy hermosa en otra mesa que no le quita ojo. Tendrías que verla. Me contesta convencido que él con la imaginación disfruta más que yo con la vista. Nunca me he llevado un desengaño y tú, seguramente, más de uno. Los sentidos a pleno rendimiento. Tocar delicadamente y formarte una idea. Oler el aroma de los perfumes y de la piel recién lavada. Las palabras, los suspiros, los latidos, el aliento y todo eso. Luego me paso el día buscando esos olores, esas voces y tocando manos y caras para reconocerlas. Imaginando sin ver nada es mucho más placentero que mirando. Prueba un día de vivir con los ojos vendados. La imaginación es muy poderosa y se alimenta de los sentidos de que dispongas. No veis más allá de lo que tenéis delante y éste no es mi caso. 
Me ha desarmado sin darme cuenta. Seguramente tiene razón. Ahora que dices esto pienso que a mi me pasa algo similar con el Twitter. A diario me comunico con personas a las que nunca he visto su cara ni he escuchado su voz. Desconozco su perfume y su forma de ser. Sólo me entero de lo que escriben y en muchos casos la foto del avatar no es la suya. Vienes a mi, me contesta. Tienes que ponerles una mirada, una voz, un olor, un color de ojos, unos gestos, una forma de hablar, etc. No sería lo mismo si los conocieras, añade Rafael. Cuando lees un buen libro pasa lo mismo. Juegas con la imaginación. No tienes otra cosa. Rafael, que hoy viene filosofando, me ha dado motivos para pensar en nuestras limitaciones y en el poder de la mente y la imaginación. Piensa que algunos de tus amigos de Twitter pueden ser mudos o tener alguna discapacidad. Y tu sin enterarte. Venga, confórmate con lo que tienes y cómprame este número que esta noche te puede tocar. Salud.