miércoles, 25 de julio de 2012

Erase una vez.

Es un pueblo como otro cualquiera. Mejor lo llamaremos una comunidad, o yo qué sé. Un grupo de familias cercanas al centenar. Mucha gente si tenemos en cuenta el momento histórico. Un grupo de casas circulares -o cómo se les llamara entonces- si es que se les llamaba algo. Paredes de piedra hasta una altura de metro y pico. A partir de ahí madera, pieles y cañizo. Un pilar de madera en el centro (un tronco, para entendernos) que aguantaba toda la techumbre. En el centro del poblado una casa más grande que las demás. Un piso elevado para esquivar el agua cuando llovía y los laterales descubiertos. No había nada que ocultar porque no era una casa cualquiera. Era la casa del pueblo donde se reunían los ancianos del lugar. Deliberar y tomar las decisiones más oportunas para todos. Nada se cuestionaba. Un anciano por familia hasta un total de once. Las normas de convivencia salían de estos verdaderos sabios.
Para salvaguardar a los moradores de este enclave había una gran pared circular. Un muro hecho con piedras únicas de casi dos metros de alto y de bastante grosor para proteger al pueblo no se muy bien de qué. Esta pared daba la vuelta al poblado y terminaba en la zona sur con una especie de puerta. Dos pilares de piedra y otra encima. Un tejido de troncos y ramas a modo de puerta que cerraban por las noches. Un cerramiento simbólico que cualquier antidisturbios de ahora lo hubiera echado al suelo de una patada. Fuera del poblado había otro cerramiento realizado con troncos donde había cultivo y una techumbre para algunos animales domesticados que proveían de carne, huevos, leche, pieles, lana y otras cosas.
A todo esto se me ha ido el santo al cielo -que es dónde tiene que estar- y no he dicho que estamos en la edad de piedra. O más o menos. No discutiré con nadie mil años de más o de menos. Ahora son ruinas rescatadas del paso del tiempo por profesionales que quieren reproducir el día a día de aquellas gentes. Estudiar su forma de vida social, alimentaria y cultural. Lo descubierto hasta ahora demuestra una organización sencilla. Los ancianos rigiendo los destinos del pueblo. Las mujeres al cuidado de los niños y de los mayores y enfermos. Los jóvenes y adultos dedicados al cultivo, a los animales domesticados, la caza, la pesca y otros menesteres necesarios para vivir. No se en qué terminaría todo esto. Ahora son ruinas que se excavan periódicamente cuando algún mecenas aporta dinero. No soy un estudioso del tema pero hay algo que me llama la atención. La cultura ya estaba presente. Por lo menos la literatura. No me refiero a dibujos de animales y cosas así. Han encontrado unos trazos a modo de escritura esculpidos en las piedras que servían de fortificación. Algún morador de este poblado fue un artista de las letras que se dedicó a escribir un gran libro. Una historia contada en la parte interna de las piedras que servían de muralla. Supongo que un poco cada día y que le llevaría toda una vida o más. Seguramente el primer libro escrito y del que se conservan trozos y fragmentos. Me resulta interesante que tantos miles de años atrás alguien ya tuviera la necesidad de escribir y de leer. Si no tienes lápiz y papel lo tienes complicado. Seamos realistas. Pero si tienes tiempo, ganas, tesón, ingenio y necesidad, pues bien, lo haces.
Se conocen fragmentos de la tal historia y se realizan trabajos para conocerla completa. Quizás nunca sea así. Faltan trozos, y piedras enteras. Un puzzle o un caos según se mire. Tampoco sabemos si su autor o autores lo terminaron. Los trabajos avanzan y el resultado es prometedor. La literatura nos acompaña, nos acompañó y lo hará incluso a pesar de Wert. Estaremos expectantes. No todo tienen que ser malas noticias.