miércoles, 25 de abril de 2012

Declamación

El otro día intenté un experimento. Quise mezclar el agua con el fuego. El resultado fue nefasto. El agua se evaporó por el calor del fuego y éste desapareció al entrar en contacto con el agua. Al final del experimento me quedé sin ninguno de los dos elementos. He concluido que hay experimentos que no se pueden hacer.
La naturaleza es la artífice del género humano. Dentro de éste existe la sabiduría que definiríamos como dejarse llevar por la razón y la necedad que vale tanto como dejarse llevar por las pasiones. 
En otro experimento podríamos intentar mezclar razón y necedad. Ocurriría como en el primero. Una cosa anularía la otra y nos quedaríamos sin ninguna de las dos que siempre será mejor que tener, por lo menos, sólo la segunda. Un hombre sabio no puede actuar sin razón salvo que renuncie a opinar sobre todo aquello que no domina porque lo desconoce. Entonces, si. O cuando abdica de un cargo porque no tiene talento ni le acompaña el sentido común. 
La prudencia es fruto de la experiencia pero hay personas que nunca  conseguirán experiencia por mucho esmero que pongan y por tanto siempre les faltará la prudencia.
En el año mil quinientos once un importante filósofo y humanista, amén de muchas otras cosas, ya escribió -de forma casi premonitoria- lo siguiente, "todos reconocen que un rey es un personaje opulento y poderoso. Pero si le faltan los bienes del espíritu, y si nada sacia su codicia, entonces, es el más pobre. Y si además está dominado por una larga serie de vicios, entonces es un esclavo miserable de sí mismo". 
Es como si el actor se quitara la máscara en plena función. Lo veríamos tal cual es y no a quién queremos ver o a quien tenemos que ver. Entonces surge una nueva situación. No es ninguna desgracia ser fiel a la propia capacidad que cada uno tiene dentro de la especie humana. No tenemos porqué lamentarnos de no poder volar como las aves ni nadar como los peces. La tontería resulta de querer hacerlo sin tener las capacidades adecuadas. Hay personas que sin tener aptitud para ciertas cosas se empeñan en querer hacerlas. El resultado no es bueno y se vuelve en contra de ellos mismos. Hay mortales que se esfuerzan en alcanzar la felicidad al mismo ritmo que se alejan de la sabiduría. Son estúpidos porque ignoran su condición de hombres y porque quieren emular a los dioses inmortales a los que todo se les está permitido. Al final tienen que reconocer el error y pedir disculpas mientras hacen equilibrios entre dos muletas saliendo de la habitación de un hospital.
No tengo ninguna seguridad de que infantes, príncipes y reyes sean tan dichosos y felices cómo quieren aparentar y hacernos creer. Nunca será así mientras se vean obligados a rodearse de aduladores en vez de amigos. Los primeros nunca les dirán la verdad y por tanto no se enteraran de nada y cuando lo hagan será demasiado tarde. Sigue diciendo este humanista que he mencionado antes, "a la misma categoría pertenecen los que dejan sus obligaciones por la caza mayor, diciendo que encuentran un placer indecible cuando oyen el desagradable retumbar de un tiro y el desagradable ruido de un gran cuerpo inerte caer al suelo". 
Por muy justos que sean estos hechos la gente no entiende estas vulgares bobadas en manos de un jefe de estado. Abatir estas piezas los degenera y la institución pierde adeptos porque el pueblo llano que los sustenta también es abatido.  Quizás alguien piense, de los que me conocéis, que estoy hablando en broma o de forma irónica. No me extraña, pero ya digo que no. Los miembros de cierta institución están satisfechos de sí mismos y se aplauden entre ellos. Necios son si piensan que los demás somos estúpidos. Tienen la seguridad del cargo vitalicio y la convicción de que nunca se cuestionará su trabajo como para que peligre. A lo mejor no es así y ha llegado el momento de pensar distinto. 
La máxima autoridad de un pueblo seguramente debería someterse a los dictados de unas urnas. De la voz del pueblo. De no tener plaza fija. Pensarían y actuarían distinto. No se puede hacer de un cargo una profesión y despreocuparse sin mas. Cualquier trabajo tiene que ser productivo y sometido al control y a la transparencia.
Una gran mayoría no se atreve a plantear esta cuestión y quien lo hace es minoría y por tanto carece de poder de decisión. Incluso es despreciado por ello. Cuando la ironía es ingenua no hiere sino que provoca cosquillas. Esto que digo es serio porque algunos personajes de la vida pública están expuesto a las miradas de todos los que miden su integridad humana. Los vicios de otros hombres no son tan conocidos. Los del soberano si y en el mismo momento en que se apartan del camino de lo socialmente correcto su mal ejemplo se extiende como una plaga y genera descontento. Esto les obliga a tener que esforzarse y a tomar precauciones para dar el ejemplo obligado y así evitar tener que dar explicaciones comprometidas y a tener que pedir disculpas de forma pública. Llevar corona no implica opulencia e ignorancia sino cultura y libertad. Sobre todo responsabilidad. Hace ya mucho tiempo -termina el humanista- que algunos ensotanados con cargo, uniformados condecorados, gente poderosa, príncipes y reyes se vienen rodeando de íntegros asesores para promocionar el ejemplo. Para muchos de ellos la palabra trabajo carece de significado igual que la palabra honestidad. Es una lástima porque son humanos".
Dicho todo todo esto y para quien sabe entender la palabra debe de haber quedado claro. Pienso que los cargos vitalicios sin control ni transparencia por parte del pueblo se tienen que acabar. El asunto, pues, queda zanjado. Las personas deben ser elegidas para un cargo importante por sufragio universal y dando cuenta de sus actividades públicas y privadas porque es persona. Digo una persona y no toda una familia repleta de vicios y desestructurada hasta el punto del bochorno y del descontrol mas absoluto. 
El dilema no está en el elefante o en la cadera. Son granos de arena fina de una playa virgen que hay que preservar antes de que construyan un Resort. Digo y no digo mas. Salud.