martes, 22 de marzo de 2011

Tenzin Gyatzo

Mas conocido en el mundo entero como el Dalai Lama. Líder político y espiritual del pueblo tibetano. Ahora, después de años de pasear calva y túnica azafrán por todas partes, se ha hecho mayor. Ha pedido al parlamento tibetano en el exilio que le exoneren de la responsabilidad de liderar la política y poder dedicarse a la espiritualidad. Premio Nobel de la paz en 1989 lo que le acredita -en su caso- como un hombre pacífico y de bien dedicado a la meditación y a gestionar el destino de millares de tibetanos expulsados de su territorio por China. Ante un parlamento a rebosar en el exilio de Dharamsala -en el himalaya índio- se escucharon sus palabras emocionadas y dichas con emoción. Suena a despedida. Son ya muchos años para él. Es toda una historia para el pueblo tibetano.
Me llama la atención que esto ocurra ahora. Sin altercados previos ni peticiones partidistas de que se vaya o lo deje. El pueblo ha hablado en muchos países con regímenes políticos parecidos. Algunos gobernantes han entendido y se han ido. Otros han escuchado y se lo pensarán. Otros ni se han enterado y siguen como si la cosa no fuera con ellos mientras el pueblo insiste revolucionado. El Tibet no ha dicho nada pero Tenzin Gyatzo ha escuchado y entendido el mensaje del silencio en algunas de sus meditaciones y ha obrado en consecuencia. Ser líder religioso es algo que puede asumir por cultura y por historia. Ser líder político es algo que debe cambiar y adaptarse al siglo veintiuno. El parlamento -aunque en el exilio- deberá de nombrarlo democraticamente de entre los posibles y así para siempre. Este es el poder de la sabiduría, de la mente y del autocontrol.
De los posibles ninguno es monje ni falta que hace. Ninguno es mejor ni peor. Son gente preparada. Uno es un prestigioso abogado. Otro es un científico reconocido que trabaja en Harvard. El otro es un experto literato y estudioso del proceso tibetano por la universidad de Stanford. Por último, hay algunos que ya forman parte del gobierno tibetano en el exilio y reúnen un perfil adecuado y experimentado. Las cosas, por tanto, han quedado claras o muy claras. El monje va a dirigir la parte espiritual y un tecnócrata dirigirá el destino político -incierto en estos momentos- de un pueblo que lleva demasiados años fuera de casa -en el exilio-. Un pueblo con una libertad vigilada. Cada uno es libre en sí mismo pero no colectivamente.
Ha quedado demostrado que es fácil ser sabio. Hay que saber escuchar y saber escucharse a sí mismo. Hay que ser observador de lo que pasa en el mundo, sacar consecuencias y actuar en consecuencia andando el camino más adecuado. Hay que conocer la naturaleza humana, mirar a los ojos de tus conciudadanos y entender lo que te dicen con la mirada. Esto propicia cambios generosos y tranquilos. Pasos sosegados hacia una democratización interna de los líderes, del parlamento y del pueblo. Sin revueltas. Sin odio. Sin muerte. Sin destrucción. Con la palabra y la caridad bien entendidas.
Mis mejores deseos y mis mejores simpatías para este pueblo tibetano y sus líderes. Salud.