martes, 14 de diciembre de 2010

Diego el constructor.

Tengo un amigo que es argentino. Lo digo tal cual porque es así. Además hace ya muchos años. Es fácil ser su amigo y más si le dejas hablar. Habla mucho. No para. Es una persona cercana que transmite confianza. Se hace querer. Es un buenazo y no se molesta por nada. Vino a España hace algunos años con otros tantos amigos de la infancia. En Argentina no había nada que hacer, ¿sabés? Aquí recién he tenido oportunidades y las he aprovechado.
Es inteligente y un bien cultural inmaterial. Lo suyo no es genético. Se lo ha currado. Viene de familia muy pobre pero es consciente -y así lo cuenta- que su familia (su abuelo primero y después su padre) tenían el trabajo más alto de su pueblo natal. Un pueblo pequeño a algunos cientos de kilómetros de Buenos Aires. ¿Y qué es eso de tener el trabajo más alto del pueblo? Eeete, muy sencillo amigo Toni. Eran campaneros. ¿Campaneros? ¡Sí! Tocaban las campanas de la iglesia del pueblo. Algunas veces al día y muchas más al año. ¿Vos sabés? Tenían que subir a lo más alto del pueblo que es el campanario de la iglesia. Era todo un arte. Jugar con varias campanas para comunicarse con la gente. Existía una combinación para cada situación. Podrías haber seguido la tradición y perpetuarla en tu familia. No. No tenía futuro. Vos tampoco lo hubieras hecho. Además es una posibilidad que no cabe en mi entendimiento. Recibió una buena educación. Aquella que consiste en proporcionarle a uno recursos para desarrollar habilidades y crecer sin rigideces hasta llegar a pensar por uno mismo. Es original hasta en lo cotidiano. Lo esencial es todo.
Ahora se dedica a trabajar lo mejor que sabe y puede y a robar. Lo dice sin ningún pudor ni remordimiento. Soy un ladrón serio. Sólo le robo a quien quiere y a sabiendas. Esto es nuevo para mi y me resulta difícil de entender. Pues es fácil. Me dedico a la construcción aunque eso es circunstancial. Tu me pides algo y yo te hago un presupuesto de lo que te va a costar. Las cartas boca arriba. Sin trampas. Del presupuesto, un treinta por ciento cubre gastos y el setenta por cien restante es lo que te robo. Pero tu tienes el presupuesto y eres libre de desecharlo. Incluso puedes compararlo con otros. Regatearme una u otra cosa e incluso el IVA. Si al final me lo aceptas yo te robo porque tu me autorizas. Firmas el consentimiento en el mismísimo presupuesto. Soy honrado incluso robando. Jo no soy el único -comenta-. Vos pagás el litro de gasolina a un euro y pico y vos sabés que setenta céntimos son impuestos. Pero vos va en coche sabiendo que el estado te roba. Con el resto de los impuestos igual. Pues será. Mirá el panorama político. Corrupción por todas partes pero, ellos no avisan. 
Ser pobre no implica ser ignorante. Ser inmigrante no implica ser tonto. Es feliz así. Además el cliente no le percibe como un ladrón sino como un trabajador serio y honrado. ¿Y sabés porqué? Porque robo menos que otros. No tiene el trabajo más alto como sus antepasados ni el sueldo más alto. Yo llego a fin de mes y me da para más porque se administrar. Sus necesidades están cubiertas y todo lo que roba está escrito, aceptado, firmado y sellado. Sin trampas. ¿Os quedó claro? Es una forma particular de ver las cosas y de vivir la vida. Así lo entiende y así lo dice. Es mi amigo argentino. El que gusta de hablar de negocios y de robar honradamente. Con papeles firmados que le autorizan.  Ni siquiera defrauda a la hacienda pública. En sus contratos no hay letra pequeña. Lo único que hay que hacer es anotar un margen elevado de beneficios. Mi amigo argentino se llama Diego. Salud.