viernes, 23 de julio de 2010

Delicatessen Literaria III

Ser espectador implica desempeñar una función pasiva. Estar espectante. Observar y callar. A verlas venir. No hacer nada o quizás eso sea demasiado. No lo se. Probemos con este fragmento de relato corto.
...y un día nuestras relaciones laborales y personales habían tocado fondo. Eran insostenibles y la cosa llegó a su punto y final. Me armé de valor y, en un apartado, le amenazé de que lo iba a matar. ¡Estás muerto! Lo único que me queda por decidir es el día y lugar. ¡Vigila bien! Al día siguiente me dí de baja laboral.
A partir de este día mi única actuación fue seguirlo a todas partes que fuera. Conocía bien su vida porque llevábamos tiempo trabajando juntos. Cuando salía a primera hora de la mañana para ir a trabajar yo estaba enfrente de su casa semiescondido en penumbra pero haciendo los posibles para que me viese. Él se percató de mi presencia y alternaba el disimulo con la impaciencia. A la salida o entrada del trabajo, lo mismo. Yo a cierta distancia con cara inexpresiva, sangre fría y entre escondido y dejándome ver. Esto lo fuí repitiendo durante días. En la puerta del trabajo, en su casa, en el colegio de su hijo y siguiendo el trayecto en coche justo detrás de él. El compromiso era de grán calado. Aniquilar su moral mediante el miedo. Siempre tenía que parecer que estaba escondido pero tenía que tener la certeza de que me veía o sentía mi presencia. Era cuestión de paciencia. Una noche se asomó por la ventana y miró y al rato bajó la basura y me vió que le seguía. Podía oler su adrenalina correr por sus venas igual que los perros que se cruzaban con él y le ladraban porque tambien la olían.
Durante unos días no le ví. No salía de su casa y tampoco acudía a trabajar. Llamé y pregunté por él de forma disimulada y su secretaria me dijo que había sufrido un infarto. A los pocos días leo con cierto asombro una esquela con su nombre. Decididamente yo le maté. Lo que empezó con un "le voy a meter el miedo en el cuerpo que no lo olvidará en su vida", terminó, efectivamente, con su vida. Reconozco que fué un asesinato a sangre fría y premeditado. Insisto que yo le maté sin hacer nada. No le dirigí ni una palabra. Simplemente le amenacé y me puse de espectador en distintos sitios y a distintas horas. El miedo se apoderó de su cuerpo e hizo el resto. No aguantó la presión.
Lo que yo hice no es delito. Quizás la amenaza, pero nadie nunca lo sabrá. Ser espectador y mirar y callar puede ser letal en ciertas circunstancias, o quizás no...
Fragmento de una novela negra.